El gallego, esa hermosa lengua que resuena entre rías y montañas, ha estado en el centro de un acalorado debate político en España. Este artículo no solo ahonda en las últimas controversias surgidas alrededor de su oficialidad en Europa, sino que también propone una reflexión sobre el papel de las lenguas en la identidad cultural y política de una nación. Y sí, aunque la situación sea un poco frustrante, a veces es necesario tomarse un momento para reírse de lo absurdo de algunas situaciones. ¡Así que abramos el diálogo!

¿Por qué importa el gallego? Un poco de contexto

Para entender el por qué de esta lucha, es fundamental conocer un poco más sobre el gallego. Hablada por cerca de 2.5 millones de personas, principalmente en Galicia, esta lengua no solo es una forma de comunicarse, sino una expresión cultural rica y vibrante que ha resistido el paso del tiempo, las guerras y los regímenes. Sin embargo, a pesar de su importancia, el gallego ha enfrentado retos significativos. Esto me recuerda a cuando traté de aprender a tocar la guitarra: al principio, todo parecía emocionante, pero luego me encontré con que no podía hacer un acorde sin hacer que sonara como un gato atorado. De repente, mi pasión por la música se sintió más como un castigo.

En la actualidad, el gallego busca mayor reconocimiento en el ámbito europeo, y esta búsqueda ha creado un terreno fértil para desencuentros políticos. Recientemente, una fundada polémica ha irrumpido en el escenario político español, donde los héroes y villanos de esta historia son figuras que, a pesar de su estatus, parecen olvidar que las lenguas no son solo símbolos de identidad, sino herramientas de comunicación que enriquecen la vida de sus hablantes.

¿Quiénes son los protagonistas?

En este escenario se encuentran dos personajes políticos de gran renombre: Francisco Conde, representante del Partido Popular (PP) por Lugo, y Pilar Rojo, conocida por su cercanía a Mariano Rajoy. Conde, con una trayectoria de diez años en la Consellería de Economía y cercana relación con la dirección del PP, ha tomado una postura que podría ser interpretada como un guiño a la base conservadora.

Por otro lado, Pilar Rojo, cuya carrera ha estado marcada por su paso por el Parlamento gallego y el Congreso de los Diputados, también se alza en contra de la oficialidad del gallego en Bruselas. Ambos han votado junto con Vox en contra de esta iniciativa, sugiriendo que «detrás de este esfuerzo por la oficialidad, hay poco más que un intento de desviar fondos de las “verdaderas necesidades de los españoles.”»

Esto, evidentemente, ha desatado una serie de críticas y cuestionamientos sobre su postura. ¿Realmente piensan que el gallego es solo un capricho? ¿O será que la defensa de su identidad estética jamás podrá superar la política de corto alcance?

Importancia política del gallego

La situación es, a modo de anécdota, similar a aquella vez que decidí llevarle un pastel de cumpleaños a un amigo que siempre decía que le gustaba el chocolate. Cuando finalmente se lo llevé, su rostro mostraba la sorpresa más deliciosa, pero al preguntarle, salió con el cliché: «Oh, pero yo prefiero la vainilla.» Evidentemente, el gallego necesita su pastel, y no es sólo chocolate.

El hecho de que representantes de una comunidad lingüística trabajen para obstaculizar el reconocimiento de su lengua en Europa plantea un dilema. Históricamente, idiomas como el gallego han sido relegados a un papel secundario, socavando su uso en las administraciones públicas. En efecto, ha sido el PP bajo las direcciones de Feijóo y Rueda el que ha visto, durante 15 años, un aumento en el número de niños que no dominan el gallego. Esto nos lleva a reflexionar: si la lengua es una herramienta de identidad, ¿qué tipo de identidad queremos forjar?

La reacción de los contrincantes

Como respuesta a estas decisiones, el PSOE se ha alzado con voz crítica. La diputada Obdulia Taboadela, con un aplomo poco común en este tipo de debates, decidió expresar el «rotundo no» de su partido de manera… muy gallega. Su reclamo estuvo lleno de coraje al mencionar que la oposición sistemática al gallego en el Congreso tiene un impacto visible en Galicia misma. Sin embargo, es importante recordar que las lenguas son tan poderosas como aquellas personas que las eligen llevar con orgullo o, en el peor de los casos, como las que eligen no hacerlo.

La crítica de Taboadela sobre el «ejercicio de boicot» que está llevando a cabo el PP genera un dilema moral para estos dirigentes. Si fueras un niño que ha crecido escuchando historias en gallego de sus abuelos, ¿cómo responderías al rechazo de quienes toman decisiones sobre tu futuro? Lo que resulta aún más irónico es que, mientras los políticos se enredan en sus discursos, la población gallega continúa luchando por su identidad, cultura y lengua en un mundo que a menudo perdona las ofensas de los poderosos.

Las implicaciones de la decisión del PP

Pero, ¿por qué debería importarnos todo esto, te preguntarás? La respuesta es sencilla: el gallego está intrínsecamente ligado a la cultura gallega y la identidad de sus habitantes. Cuando una lengua es despojada de reconocimiento, se pone en riesgo su transmisión a las futuras generaciones. Y si no estamos dispuestos a preservar nuestras raíces lingüísticas, ¿qué nos queda?

Las decisiones políticas inmediatamente generan conflictos de intereses. Al elegir un camino en el que se boicotea el uso del gallego, el PP no solo niega un anhelo cultural, sino que también alimenta un debate alarmante que podría desembocar en más divisiones sociales. La situación revela un distanciamiento entre las élites y la ciudadanía. Es como si un chef de renombre decidiera que la pizza es un platillo inferior solo porque él prefiere el caviar. Vale la pena recordar que todos tenemos derecho a nuestros gustos; pero negar a alguien su plato favorito por un capricho no es justo.

La percepción de la ciudadanía

No es una novedad que cada elección tiene su costo, pero el hecho de que el PP no actuara en consonancia con la voz de Galicia ha generado un creciente descontento en una parte importante de la población. La lucha por el gallego no es solo la del PP y Vox; implica a quienes viven y respiran esa lengua a diario. En las calles, las conversaciones, los mercados y las tradiciones. Un niño de mi vecindario se preguntaba hace poco por qué algunas de sus amistades hablaban solo en español: «¿Por qué tengo que elegir entre uno y otro?», preguntó con una inocencia que haría sonreír incluso al político más acérrimo.

Cuando se trata de política, a menudo se olvida que detrás de cada decisión se encuentran seres humanos que esperan que su cultura y sus raíces sean valoradas. La desconexión parece ser el nuevo denominador común entre los sectores políticos y la población.

La lucha por la diversidad lingüística

En este contexto, la lucha por la oficialidad del gallego en Europa se convierte en símbolo de una batalla más amplia: la diversidad lingüística. La historia nos ha enseñado que la opresión cultural a menudo lleva a una resistencia colectiva que no podemos ignorar. La defensa del gallego no debería ser vista como un desafío poco significativo, sino como un paso hacia el reconocimiento y la legitimidad que muchas lenguas minoritarias necesitan para prosperar.

Y, por supuesto, la diversidad lingüística es un activo invaluable que puede ser aprehendido por las generaciones futuras, aprovechando al máximo la riqueza cultural que alberga nuestra humanidad. ¿Cuántas veces hemos escuchado una canción en otro idioma y hemos sentido que conectaba con lo más profundo de nosotros?

Un futuro incierto, pero lleno de esperanza

A medida que navegamos por este mar de incertidumbre, la historia del gallego resuena en cada rincón. La batalla por la lengua es también una lucha por el derecho a existir y ser reconocidos. Estamos hablando de la posibilidad de que cada niño en Galicia pueda levantarse en clase y decir «¡Soy gallego!» sin temor a la burla. La lucha no se trata solo del gallego, sino de entender que diversas lenguas deben coexistir.

Es posible que este autantado viaje se sienta como subir una montaña rusa emocional, pero la perspectiva de un futuro en el que las empresas, las escuelas y los políticos reconozcan la diversidad lingüística y cultural es uno que vale la pena perseguir. Porque al final del día, se trata de unirnos en lugar de dividirnos, de reconocer que nuestras diferencias son lo que nos hace verdaderamente humanos.

Conclusión: la lengua como puente, no como trinchera

Así que la próxima vez que escuches sobre plenos parlamentarios, tensiones entre partidos y decisiones que apuntan hacia el desarraigo cultural, recuerda: el gallego no es solo una lengua; es un puente que se ha tendido a lo largo de siglos de historia y lucha. Aunque parezca una batalla perdida, hay esperanza. La política puede ser el arte de lo posible, pero también es el campo donde podemos rescatar lo que realmente importa: nuestra identidad.

Y en última instancia, cuando mires hacia atrás en este episodio, recuerda que la lucha por la lengua es también una lucha por la humanidad y la diversidad. Así que la próxima vez que te sirvan un delicioso plato de comida gallega, recuerda disfrutarlo con un buen vino y piensa en lo que realmente significa para ti. Porque, al fin y al cabo, todos tenemos un derecho inalienable a expresar nuestra individualidad, ya sea a través de la lengua o la comida.

¿Estás conmocionado por el estado actual de la lengua gallega en la política? ¿O tal vez te sientes esperanzado? La balanza puede inclinarse hacia donde tú elijas.