En el bullicioso corazón de Sevilla, donde las calles cuentan historias y las plazas susurran recuerdos, hay un hombre que ha capturado la esencia de esta ciudad en miles de imágenes. Martín Cartaya, un auténtico cronista gráfico, ha dedicado su vida a inmortalizar no solo la Semana Santa, con su desfile de nazarenos y cofradías, sino también los rincones de una ciudad que, con cada año que pasa, se transforma y evoluciona. Su trabajo ha sido una mezcla de pasión, nostalgia y una curiosidad insaciable que, sinceramente, me recuerda un poco a mis propias aventuras fotográficas en la ciudad. ¡Ah, esos momentos en los que te sientes como un verdadero artista, pero resulta que el único espectador es el gato del barrio!

La primera fotografía y el amor por la Semana Santa

Martín Cartaya descubrió su pasión por la fotografía a tan solo 15 años, en una época donde la Semana Santa tenía un aura especial, casi mágica. Su primera foto fue de la Paz, aunque, tal como me ha pasado a mí en varias ocasiones, el cliché se ha perdido en el tiempo. Recuerdo una vez, en una feria de pueblo, donde creí haber capturado el mejor momento de mi vida: una niña con globos y una imagen de un santo en el fondo. Pero, claro, la película se destrozó, y solo me quedó su cara de decepción. Para Martín, la Semana Santa significó más que un mero evento religioso. Era un momento para observar, para colocarse prudentemente y capturar lo que muchos solo veían de pasada.

Imagínate: un joven fotógrafo, con su cámara en mano, persiguiendo a un gitanillo que vende globos y un nazareno a toda prisa. Esa misma imagen que captura la vida y la muerte, la esperanza y la desesperanza de una sociedad. ¿No es maravilloso cómo la fotografía puede, de un solo golpe, encapsular toda una narrativa?

Manejando la cámara: la Sevilla de los 60

La década yeyé fue un periodo de cambios significativos en Sevilla, y Cartaya estuvo allí, documentación en mano. Su máquina fotográfica no solo capturó las fiestas, también fue testigo de la transformación urbana. Cada imagen de la cofradía del Tiro de Línea cruzando el paso a nivel es un recordatorio de momentos que, quizás, muchos han olvidado. Pero ¿qué pasa cuando el desarrollo urbano deja atrás la esencia de la ciudad?

En 1968, fotógrafo y cronista al mismo tiempo, se encontró en la cola del Teatro San Fernando mientras Juan Delgado Alba pronunciaba uno de esos pregones que quedarán grabados en la memoria colectiva de muchos. Esa conexión entre el fotógrafo y el evento, entre la vida y la muerte, es lo que convierte cada fotografía en un pequeño trozo de historia.

Los toros y la vida en la plaza

La corrida de toros es otra de esas tradiciones que apasiona a Cartaya y a muchos otros. La mañana del 31 de mayo de 1973, para él, no era solo un día cualquiera. Fue una jornada en la que se reunieron grandes figuras como Luis Miguel Dominguín y Paquirri. Mientras el sol brillaba sobre la plaza, Martín se posicionó para capturar a Curro Romero cortando una oreja a un toro de Carlos Núñez. Puedo imaginar la electricidad en el ambiente, el murmullo de la gente emocionada, ¡y ahí va nuestro fotógrafo, capturando todo con su mejor plano!

Sin embargo, la fotografía también tiene su lado oscuro. Martín ha estado presente en momentos desgarradores, como la muerte de Montoliú. ¿Quién dijo que la vida de un fotógrafo es solo glamour y aplausos? En el rostro de un artista, se refleja el dolor y la gloria, como en esas trágicas instantáneas tomadas al novillero Sierra en su última hora. Cuando la alegría y la tragedia se entrelazan, se forma un lienzo emocional que pocos pueden entender.

La Sevilla de ayer en el recuerdo

Las arrrinadas y los cambios urbanísticos no son solo hechos fríos en la historia de Sevilla; son las páginas vivas en el libro de memorias de Cartaya. Imagínate, entre las ruinas y los escombros, ¡ahí va él, esquivando las piedras para captar una imagen! En el archivo de este fotógrafo se encuentra la Sevilla antigua en su máxima expresión. Desde la calle Oriente inundada de agua hasta ese icónico derribo del Hotel Madrid en 1968, cada foto cuenta una historia que vale la pena escuchar.

¿Y quién no ha paseado por el barrio de Santa Cruz, donde las tradiciones se entrelazan con la vida cotidiana? Mientras tanto, Martín ha estado ahí, capturando el amor, la risa y los momentos cotidianos de sus vecinos. A veces me pregunto si también inmortalizó mi propio intento de ser un “fotógrafo de la calle” mientras trataba de hacer una captura artística de un sello viejo. Ah, y ese gato que miraba con desdén mis esfuerzos…

El amor romántico por Sevilla

La vida de Martín Cartaya no solo ha estado dedicada a la fotografía; también ha sido un relato de amor por la ciudad y sus gentes. Paseos con su novia Inmaculada por los mágicos rincones sevillanos nos muestran un hombre sensible, que no solo ve la cámara como un objeto, sino como un puente entre el pasado y el presente.

Revivir esas anécdotas, como un retrato del cardenal Bueno Monreal justo antes de su ictus, es un testimonio de cómo la cámara puede ser una máquina del tiempo. Cada imagen, cada clic, es un paso hacia atrás en la historia.

La luz de la época moderna

Aunque los años han pasado, y la Sevilla de hoy presenta un nuevo panorama, la mirada de Cartaya continúa siendo relevante. Ha visto la evolución de su ciudad y ha tenido la agudeza de capturar la esencia de su espíritu. Desde los paseos de caballos en la Feria de Abril hasta los atardeceres de Triana que él siempre recuerda con nostalgia. En cada una de sus fotografías, hay un legado de amor, pasión y un profundo sentido de la comunidad.

Un legado que, honestamente, resuena en mí. Porque, aunque a veces siento que la vida se me escapa mientras trato de capturar el momento perfecto, he aprendido a disfrutar el viaje que hay detrás de cada imagen. ¡Quién sabe cuántas historias me estoy perdiendo por estar distraído con una maldita configuración de cámara!

¿Qué nos enseña la fotografía, Martín?

La vida es un viaje lleno de sorpresas. Un momento estás tratando de atrapar una sonrisa genuina, y al siguiente estás sellando una memoria que puede perdurar por generaciones. La historia de Martín Cartaya nos recuerda que todos hemos sido fotógrafos de nuestra propia vida, en busca del encuadre perfecto, de la luz ideal y de cómo contar nuestra historia.

La fotografía no es solo un arte; es un refugio. Es el modo de decir: «Aquí estuve, aquí viví y aquí amé». Así que la próxima vez que sientas la llamada de la cámara, ya sea para una semana santa, un torero o simplemente un gato en el suelo, recuerda: cada clic es un momento en el tiempo que merece ser preservado, como Martín ha hecho durante toda su vida.

Al final del día, la vida es un collage de momentos capturados, una serie de imágenes que cuentan quiénes somos y qué amamos. Así que, ¿qué esperas? ¡Agarrar esa cámara, salir a la calle y comenzar tu propio viaje!


Así que, hemos viajado por las memorias de un cronista gráfico que ha sabido aprehender cada instante como si el tiempo se detuviera. ¿Uno de esos días en los que la historia, como una buena foto, está llena de matices, emociones y, sobre todo, de vida? ¡Así es!