El 29 de octubre de 2023, Valencia experimentó una catástrofe que transformó la rutina de sus 472,000 habitantes en un escenario postapocalíptico. En este artículo, no solo desglosaré los detalles trágicos de lo sucedido, sino que también compartiré anécdotas de los que vivieron la experiencia, porque detrás de cada desastre, hay historias de resiliencia, coraje y, por qué no, un poco de humor en medio de la adversidad.
Cuando todo parecía normal
Era un día cualquiera en Valencia. La calma se asentaba en el aire y, mientras el trompetista Fede Crespo impartía su lección en la Escuela de Jazz Sedajazz, nadie podía imaginar la tragedia que se avecinaba. La agencia estatal de meteorología AEMET había emitido alertas rojas desde las nueve de la mañana, pero en la vida cotidiana de la comarca de Horta Sur, estas advertencias parecían algo más que un mal sueño. Después de todo, ¿quién presta atención a la meteorología en octubre cuando el clima es tan impredecible como un gato que intenta cazar su sombra?
Mientras Crespo enseñaba a sus estudiantes sobre la improvisación en el jazz –ironías del destino, ¡justo lo que necesitarían más tarde!– el agua empezaba a acumularse en lugares que hasta entonces se veían seguros. La falta de información integra a la mayoría de la población en una burbuja de normalidad y despreocupación. Ah, la bendita ignorancia…
La primera alerta: un grito ahogado en el vacío
A las 12:20 p.m., el Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalitat Valenciana lanzaba un aviso especial: «Alerta hidrológica en Rambla del Poyo.» La advertencia decía que el caudal estaba fluyendo a un ritmo de 264 metros cúbicos por segundo. ¡Eso suena a un bufón en un circo, pero no es un espectáculo del que uno quiera ser parte! Los consejos para no acercarse a ríos y barrancos fueron esenciales, sin embargo, la información se diluyó en la rutina diaria, como una lluvia que cae en el desierto: absorbida, pero no percibida.
La prensa local parecía estar ocupada con estadísticas de inundaciones en otras localidades, donde el cielo había decidido soltar su furia. La atención de los políticos también se centró más en lo visible que en lo silencioso. ¿Por qué preocuparse por un barranco que parecía inofensivo? Esa es, quizás, la trampa mortal de la complacencia.
La tormenta que castiga al que no escucha
Cuando las alarmas finalmente sonaron, y el agua comenzó su espectáculo de destrucción a las 19:00 horas, ya era demasiado tarde. El agua, que inicialmente era un suave murmullo, se había transformado en un tsunami en miniatura, inundando las calles, los hogares y, por supuesto, la escuela Sedajazz.
Crespo recuerda perfectamente cómo su clase se tornó en un silencioso grito de angustia: “Estaba dando clase y vinieron a avisar de que un torrente de agua inundaba la calle.” Imagine por un momento: estás cómodo, tocando notas en un saxofón y, de repente, el sonido del agua corriendo se convierte en la melodía más desconcertante que jamás escucharás.
¿Resiliencia o desamparo?
La alerta de Protección Civil llegó a sonar a las 20:12, pero muchos habían quedado a merced del torrente. En la escuela, los estudiantes encontraron refugio en la planta superior, mientras el agua inundaba las áreas inferiores. ¿Un plan de evacuación? Fue olvidado en la prisa, casi como dejar la nevera abierta al salir de casa. «Tuvimos tiempo para salvar algunos instrumentos, pero rápidamente nos dimos cuenta de que íbamos a pasar allí muchas horas», explica Crespo.
¿Y cómo se siente uno en medio de tales circunstancias? Es en estos momentos que los recuerdos más absurdos vienen a la mente. Un amigo dijo que si alguna vez se siente angustiado, debe recordar que siempre se puede contar con la risa, incluso si es a expensas de uno mismo. Sosteniendo una trompeta en una mano, un alumno bromeó: “¡Al menos no tenemos que preocuparnos de qué hacer con nuestros deberes!”
Tras la tormenta: un nuevo amanecer
Con la llegada de la mañana, el agua finalmente comenzó a estabilizarse, pero el caos ya había dejado su huella. “Cuando observamos que el nivel del agua dejó de crecer, pudimos descansar”, relató Crespo. Sin embargo, la serenidad fue efímera. Al despertar, la realidad se hizo presente y el panorama que enfrentaron fue desolador. Pianos, equipos musicales, instrumentos… todo perdido. Esas melodías que habían llenado de vida el recinto fueron ahogadas en barro y aguas turbias. ¿Vale la pena llorar por lo que se fue cuando hay vidas que perdurarán?
A la mañana siguiente, regresaron a la escuela y, como si estuvieran filmando una película de terror, se encontraron con ladrones dispuestos a aprovechar la desgracia ajena. Algunos merodeadores ya estaban recogiendo los instrumentos, como si fueran auténticos “cazadores de tesoros”.
Lamentablemente, estas historias de opportunistas son más comunes de lo que pensamos. La moral de la vida parece desvanecerse cuando el caos reina. Fue en este momento que Crespo y sus colegas utilizaron su voz para frenar esta locura: “Les dijimos que devolvieran el material, y afortunadamente lo hicieron.” Un recurso humano: la empoderamiento comunitaria.
La respuesta ciudadana y la resiliencia comunitaria
A medida que pasaron días y semanas, la comunidad comenzó a unirse en la adversidad. La auto-organización se convirtió en la respuesta a la tragedia. Mientras los informes de daños económicos y humanos inundaban los medios, los ciudadanos comenzaron a movilizarse para apoyar a aquellos que habían perdido todo. No sé si esto lo calificaría como un acto heroico o simplemente como la respuesta lógica de quienes se comprenden mutuamente en el dolor.
“Todo lo que quedó en las plantas bajas es inservible”, afirmaba Crespo durante un análisis del daño. Sin embargo, la fe en reconstruir no estaba muerta. Las clases de música se suspendieron, pero los residentes prometieron que Sedajazz volvería a ser una joya en la comunidad musical valenciana.
Humor en la adversidad
Si hubo algo que los músicos de Sedajazz no iban a perder, era su sentido del humor. Entre par de bromas sobre qué clases ofrecerían en el segundo piso (“¿Cómo improvisar sobre la tristeza?”) y la creatividad para donar instrumentos, los educadores y alumnos se reían. «Creo que algunos pronto seremos más capaces de hacer música con escobas que con saxofones», bromeó uno de los estudiantes.
Esta actitud, si bien puede parecer superficial, es necesaria en tiempos de calamidad. La risa ofrece algo que la tristeza no puede brindar: una vía para procesar el dolor y una forma de recordarnos que todo sigue avanzando.
Conclusiones y lecciones aprendidas
La devastadora riada del barranco del Poyo nos deja muchas lecciones que no debemos olvidar. La tragédia no solo tocó las vidas de los que quedaron atrapados en su camino, sino que también nos muestra la importancia de la comunicación, de prestar atención a las alertas y de valorar la comunidad que forma parte de nuestras vidas.
Así que la próxima vez que escuches una alerta meteorológica, quizás pienses dos veces antes de ignorarla. Después de todo, es mejor ser precavido que enfrentarse a un tsunami en miniatura. Y aunque a veces la vida pueda parecer una película de terror, siempre hay un poco de humor y una hermosa melodía que nos puede sacar de la tormenta.
Recordemos que el ritmo de la vida sigue, incluso después de perder gran parte de la banda sonora. Como todo buen músico sabe, a veces hay que improvisar. Así que, ¿listos para hacer sonar la próxima nota?
Espero que este recorrido por la tragedia que se vivió en Valencia no solo te haya informado, sino también inspirado a reflexionar. Porque, al fin y al cabo, la vida es un conjunto de notas que se entrelazan, incluso en los momentos más difíciles.