La vida, según la mayoría de los que hemos pasado por momentos difíciles, puede ser un poco como una película de terror. A veces, es como estar atrapado en un bucle sin fin, repitiendo la misma angustia una y otra vez. Imagina esto: estás sentada en tu sofá, tomando un café mientras contemplas la borrosidad fuera de la ventana. Todo lo que quieres es un poco de normalidad, algo que ya no existe más. Este era el sentimiento de mi amiga Sara, quien, tras la reciente catástrofe que ha golpeado su pueblo en Valencia, se ve atrapada en ese ciclo desesperante de repetición, convertido en un grupo de WhatsApp que se siente más como una trinchera que como un espacio seguro.

La DANA, ese fenómeno meteorológico que parece haberle declarado la guerra a los vecinos de Castellar y otras localidades de Valencia, se ha llevado no solo vidas, sino también recuerdos, esperanzas y muchas risas compartidas en aquellos bares que, durante años, fueron el corazón de la comunidad. La devastación ha sido extrema: lo que antes eran calles llenas de gente y sonrisas, ahora son paisajes de desolación, llenos de lodo, recuerdos flotantes y una profunda tristeza que se siente casi física. ¿Cómo puede uno seguir adelante en medio de tanto dolor?

Silencio en los bares: la tragedia que ha golpeado a la comunidad

Miras a tu alrededor y ves lo que solía ser, aquello que formaba parte de tu día a día. La vida parece haberse detenido. La voz de Sara resuena en mis pensamientos, hablando de los bares que ya no son lo que eran, aquellos lugares donde las risas compartidas solían fluir libremente. Uno de ellos, el Bar Manolo, ha lanzado un crowdfunding para intentar recuperar lo que se perdió y ya vemos la impactante declaración: “No nos queda nada de dentro del local; perdimos siete neveras, lavavajillas, mesas, sillas, incluso cristales”. Es un grito palpable de desesperanza que se repite en muchos rincones de la provincia. ¡Cómo olvidar esos días en que la gente se apresuraba a tener un espacio en la barra para saborear un café o un vermut! No son solo negocios; son el tejido social que nos une.

Y la tragedia conocida por muchos en la zona, donde una familia perdió a su hija de tan solo 11 años, debería recordarnos que estos no son solo locales comerciales, sino espacios donde se construyen lazos, se comparten penas y alegrías, y se forjan amistades que a menudo se convierten en familia. La muerte de una niña tan pequeña es un recordatorio brutal de que cada charla trivial en el bar puede ser el último instante de felicidad en un día tan oscuro.

Resiliencia en tiempos difíciles: el renacer de los bares

Sin embargo, no todo ha sido desolación. Entre la tristeza también brotan historias de valentía y resiliencia. Aquí entra en juego uno de esos oasis en medio del caos: el Bar Laura. Este lugar ha logrado reabrir sus puertas, a pesar de haber lidiado con un mar de barro y la amenaza de la incertidumbre. “Tenía que abrir porque se necesita un lugar donde tomar un café y desconectar”, dice Laura, la propietaria, mientras recuerda que la vida en su bar se ha convertido en un antídoto para el dolor que todos están sintiendo. ¡Qué increíble es cómo un simple café caliente puede curar heridas emocionales!

La idea de reunir a la comunidad, de ofrecer un espacio donde la gente pueda compartir sus historias, reír, llorar y, sobre todo, alimentarse de algo más que de comida, es algo casi mágico. De manera similar, el Bar de la Sociedad Recreativa Horno de Alcedo ha comenzado a ofrecer comidas gratuitas, como un gesto de solidaridad hacia los voluntarios y aquellos que lo necesiten. “Esto es lo único que la gente tiene ahora”, dice Jorge, conocido como ‘Papi’. Es emocionante y, a la vez, desgarrador. La comunidad, en su total desolación, está encontrando maneras de volver a juntarse, y esos bares están funcionando como el pilar de un nuevo comienzo.

Una lección de vida del ‘esmorzar’

Por supuesto, todos los caminos hacia la resiliencia tienen su propio toque especial. En este caso, la gastronomía se convierte en un vehículo de esperanza. Las delicias culinarias, como las ‘manitas de Ministro’, se están convirtiendo en el manjar que une a los clientes en torno a la mesa. Vicenteta, la cocinera, ha encontrado su propósito mientras el agua drenaba de sus recuerdos. “Haré feliz a mucha gente”, dice con una sonrisa en su rostro, mientras prepara un platillo. Hay algo especial en la cumbre de la adversidad que puede inspirar a las personas a compartir, establecer lazos e incluso reír.

Un plato, un café, una sonrisa: a veces todo lo que queremos es sentirnos vivos, y no hay mejor forma de lograrlo que compartiendo esos momentos con quienes nos rodean. “El emorzaret te da la vida”, dice Hugo, otro vecino que ha encontrado un respiro en estos espacios de reunión, y quien, a pesar de haber perdido casi todo, se esfuerza por ver el lado positivo de la situación.

Un recordatorio de que la comunidad lo es todo

Llega a ser enriquecedor darse cuenta de que en tiempos de crisis, la comunidad puede ser un salvavidas. Pensemos en lo que dice el chef y antropólogo Sergio Gil: “Los bares tienen la capacidad de recrear un sentimiento de pertenencia y arraigo”. Aunque es cierto que los tiempos son malos, lo que realmente importa son los vínculos que se forjan en esos espacios. Un bar no es solo un lugar para beber y comer, es un santuario donde las ideas se encuentran, donde la vida se celebra a pesar de las dificultades, y donde todos tenemos un lugar.

La idea de que los bares pueden actuar como centros neurálgicos de la comunidad, donde se comparten risas y se llevan a cabo discusiones acaloradas, no solo refleja la naturaleza social del ser humano, sino que también proporciona un efímero consuelo. “Esto es lo mismo”, comenta Pilar, dueña de Bar Parque, quizás recordando las fallas que han sido parte de su cultura. El acto de reconstrucción y renacer es fundamental en la esencia del valenciano, y ella está decidida a ver a su comunidad volverse a poner de pie.

Afrontando el camino hacia adelante

¿Imagináis cómo será el futuro en estos pueblos después de todo lo sucedido? La respuesta no es sencilla. No hay un manual o un plan de acción. Cada dueño de bar y cada vecino deben afrontar el tipo de incertidumbre que aprehende y, a veces, consume. Sin embargo, esa lucha también trae consigo una chispa de esperanza. Puede que los caminos hacia la recuperación sean difíciles de transitar, pero en algún lugar, en medio de todo ese barro, emerge una nueva forma de convivencia que puede muy bien reforzar la cercanía, la caridad y la solidaridad.

Como dice Hugo, “Ad astra per aspera” – un camino lleno de dificultades, pero uno que lleva a las estrellas. Mientras tanto, los bares en Valencia están llamados a desempeñar un papel crucial, convirtiéndose en un refugio donde se encuentra la fuerza para seguir adelante. Y aunque el sonido de los cristales rotos y el agua corriendo por las calles sigue resonando, en la risa ahogada, en los abrazos entre amigos y en el eco de los platillos que se comparten, sigue habiendo una luz que brilla. Valencia, al igual que sus bares, volverán a levantarse, nuevamente, como siempre lo han hecho.