La primera vez que escuché hablar de Inés Boza, quedé cautivado por su historia, su energía y su compromiso con la danza contemporánea en un país donde esta forma de arte a menudo se siente relegada a un rincón de la cultura. En esta entrevista, Boza nos invita a explorar su vida, su relación con la danza, y su deseo de traer el arte al espacio público. La danza contemporánea no solo es un medio de expresión personal para ella, sino también un vehículo para conectar con el pasado y transformar el presente. En un estilo cercano y lleno de matices, nos cuenta sobre su camino, sus inspiraciones y cómo busca rescatar las memorias que han sido olvidadas.

Un encuentro en el pasado: entre libros y la danza

Inés Boza vive en el barrio del Besòs en Barcelona, un lugar vibrante pero muchas veces olvidado, que se siente impregnado de las historias de sus habitantes. En su acogedora casa, llena de plantas y libros, se encuentra su verdadero refugio. Durante el confinamiento, se propuso sembrar un puñado de dondiegos de noche, que florecieron y ahora crecen en los alcorques de los árboles de la Rambla de Prim, un simbolismo perfecto de su forma de ver el mundo: incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la vida y la luz.

En nuestra conversación, me cuenta que la primera vez que bailó, lo hizo frente a las solteronas de su barrio. **»Eras como una pequeña estrella en medio de la sala», le digo. Y ríe, recordando su infancia llena de risas y coreografías improvisadas para su familia y vecinas. Aunque confiesa que su viaje en la danza empezó tarde, a los 16 años, su amor por el movimiento siempre estuvo presente. «Eso es lo interesante de la vida; nunca es demasiado tarde para encontrar aquello que nos apasiona», reflexiona.

Danza contemporánea: la gran desconocida en España

«Incluso el ballet ha encontrado más reconocimiento que la danza contemporánea en España. Es la gran marginada», dice Inés. Y es que, ¿por qué un arte tan visceral y liberador como la danza contemporánea no tiene el lugar que merece en nuestra cultura? Cada vez que Boza habla de la danza, no solo se refiere a un pasatiempo o a una profesión, sino a una forma de resistencia cultural.

Durante nuestra conversación, Inés rememora un momento especial cuando vio La casa de Bernarda Alba de Antonio Gades. «Fue como si ese ballet me viera a mí. Esa mirada me atravesó», cuenta, revelando cómo la danza puede ser un espejo que refleja nuestras experiencias y emociones más profundas.

El arte en la calle: la danza como un hecho comunitario

En su barrio, Inés ha trabajado para rescatar y reintroducir la danza en el espacio público. «Lo contemporáneo es lo que está vivo,» dice con pasión. A través de su taller, BesòsCreació, promueve montajes que hacen partícipe a la comunidad, devolviendo la danza a las calles. Uno de sus montajes más destacados, L’hora del vermut, invita a los vecinos a interactuar con bailarines que, como si de una fiesta se tratara, sirven vermut y tapas. Esta sinergia crea una atmósfera que rompe con la idea elitista de la danza, haciendo que todos se sientan incluidos, desde los aficionados hasta los no bailarines.

«Incluso las mujeres de 80 años del barrio se involucran. ¿Te imaginas la alegría? Ellas son las que transforman el espacio,» comparte Inés emocionada. La danza, según Boza, no debe ser vista como algo fuera de nuestro cotidiano, y al final, todos los seres humanos anhelamos ese momento de conexión con los otros.

Un puente entre generaciones: la memoria y la danza

El último espectáculo de Inés, El salto del ciervo, es un claro reflejo de su deseo de entrelazar pasados y presentes. «Quería hablar de los puentes que hay entre generaciones», explica. La obra incluye a bailarinas jóvenes que aparecen grabadas, mientras en el escenario solo se encuentran ella y la acordeonista. Esta decisión artística habla de la importancia de la memoria y de cómo el conocimiento se transmite de una generación a otra, algo que Inés se toma muy en serio.

«Inspirarse en el pasado no significa quedarse anclado en él», nos dice. «Es más bien una manera de construir nuestro presente. Almudena Grandes lo decía bien: la historia es el pasado, y la memoria es el presente.» En una época donde las tradiciones parecen estar desapareciendo, Inés trabaja constantemente por recordar y celebrar las historias que nos conectan.

¿Por qué no bailamos? La relación entre cuerpo y alma

Bailar, dice Inés, está ligado a la libertad. A menudo, las personas sienten miedo de moverse, de dejarse llevar por el ritmo. «El cuerpo ha estado penalizado durante siglos», reflexiona. Esto, unido a la cultura patriarcal que hemos heredado, ha llevado a que «el cuerpo femenino haya tenido una relación conflictiva con el movimiento». Sin embargo, Inés busca sanar esas heridas a través de la danza, reclamando el espacio donde las mujeres pueden expresarse sin miedo.

«En mis talleres, animo a la gente a dejarse llevar. Para liberar el miedo, tienes que empezar a moverte», dice. Su enfoque es sencillo: la danza no debe ser elitista, y puede ser una forma de explorar nuestro interior, una conexión entre el cuerpo y el alma. Como dice Inés, «todo es danza», y nos incita a mirar a nuestro alrededor, observando cómo incluso en los detalles más cotidianos hay una coreografía en juego.

Implicaciones sociales de la danza contemporánea

A través de esta entrevista, me doy cuenta de que Inés Boza no solo es una coreógrafa; es una activista cultural. Su trabajo resalta el papel que la danza contemporánea puede tener en la transformación social. En un contexto donde la precariedad y la falta de recursos son los aliados de muchas comunidades, el arte se convierte en una herramienta potente para reclamar espacios, visibilizar historias, y abogar por un futuro más inclusivo.

Su labor en el barrio del Besòs pone en evidencia cómo la danza puede actuar como un catalizador para cambiar la percepción de lo que significa ser artista, y de lo que significa expresarse. Al llevar la danza a espacios que no son convencionales, Inés crea oportunidades para que las personas se conecten con lo artístico de manera que nunca habían imaginado posible. La danza deja de ser algo que miramos desde la distancia, y se convierte en una experiencia compartida.

Reflexiones finales: la vida como danza

Con cada momento de nuestra conversación, se siente la energía positiva y llena de vida de Inés. «Si quieres que cambien las cosas, empieza por cambiar tu metro cuadrado», dice, resonando en mi mente mucho después de que nuestra charla haya concluido. Este es un mantra en su vida, y lo aplica tanto a su trabajo como a su entorno.

Al final, la danza no es solo un arte. Para Inés Boza, es una forma de vida. Un medio para conectar, celebrar, recordar y, lo más importante, vivir plenamente. La enseñanza más poderosa que se puede extraer de su historia es que el arte está destinado a fluir entre nosotros, en todos los espacios, en todas las generaciones y en todas las culturas.

Como bien dice Inés, la danza contemporánea puede ser nuestra voz, incluso más allá de lo que podemos imaginar. Así que, ¿por qué no dejar que el ritmo se apodere de nosotros y comenzar a bailar?


En un mundo donde a menudo olvidamos las maravillas del arte y la cultura, la figura de Inés Boza es un recordatorio constante de que estas expresiones son esenciales. Y tal vez, después de leer esto, arriesguemos a dar el primer paso en ese baile llamado vida. ¿Listos para bailar?