La Constitución Española es como ese viejo pero querido amigo que ha estado a nuestro lado desde 1978, llevándonos a través de situaciones difíciles y celebrando nuestras victorias. ¿Quién diría que hoy, al conmemorar su 46º aniversario, estaríamos planteando la pregunta: “¿Sigue siendo relevante para todos?” La presidenta del Congreso, Francina Armengol, no solo se hizo esta pregunta, sino que la declaró en voz alta al abordar la necesidad de actualizar el texto constitucional. Como si alguien hubiera dado la alarma en una reunión familiar sobre el elefante en la habitación: la diversidad de opiniones sobre lo que dicho texto representa para los distintos pueblos de España.
La actualización de la Constitución es imperativa
En el evento que celebró este viejo amigo, Armengol mencionó que la Constitución, al ser una “norma viva”, requiere adaptaciones a los nuevos tiempos. Cuando lo escuché, me acordé de esa vez que decidí actualizar mi ordenador: no podía seguir utilizando software del pasado porque ya no funcionaba con las actualizaciones actuales. ¿No es un poco similar con las normas que regulan la vida en sociedad? Necesitamos actualizarlas para que continúen sirviendo a su propósito.
La presidenta enfatizó cómo la Constitución de 1978 tradujo “el pulso, el sentir y las necesidades de la realidad plural y diversa de la España de 1978”. Pero, ¿qué sucede con esos sentimientos hoy? En un momento en que diferentes sectores de la población exigen sus derechos, es esencial que la legislación refleje esa diversidad. La ausencia de los partidos nacionalistas y de Vox en este acto deja claro que las tensiones son palpables; una especie de «tira y afloja» constante que muchos de nosotros experimentamos en disputas familiares sobre quién debe consolarnos en la cena.
La falta de consenso y diálogo
Armengol también acuñó la frase de que “es más importante cumplir la Constitución que reformarla”. En su discurso, abogó por el diálogo y por bajar la tensión. Aquí es donde me viene a la mente mi experiencia en una reunión familiar en la que todos discutían fervientemente sobre política; el objetivo era claro: resolver un problema, pero se convirtió en un circo. Nos dimos cuenta de que la solución no es solo desacreditar al otro lado, sino entender las posiciones y, sobre todo, escuchar.
Es un desafío monumental, especialmente dado que el Parlamento hoy en día es una «sopa de letras» de partidos diversos sin una mayoría absoluta. Este es un terreno resbaladizo; todos quieren su parte del pastel, pero parece que no todos quieren hornearlo juntos.
El cambio en el artículo 49 de la Constitución
En medio de este ambiente de tensión y descontento, hay luces que brillan. Como la reciente reforma del artículo 49 de la Constitución, que eliminó la palabra «disminuido» en relación con las personas con discapacidad. Este pequeño cambio puede parecer insignificante en un principio, pero refleja un cambio de paradigma en la forma en que percibimos la inclusión. Recuerdo cuando un amigo mío, que hace algunos años luchaba con la terminología que rodea su realidad, me decía: “Las palabras importan, ¿sabes? Cambian la percepción de quienes somos.” Es un hecho que, ya sea en el discurso político o en la vida cotidiana, la forma en que hablamos de ciertos temas puede influir enormemente en cómo los entendemos.
Armengol nos recuerda que esto ha sido posible gracias a la búsqueda del bien común. Pero, ¿realmente estamos todos en esa búsqueda? La respuesta parece ser un «no» rotundo cuando miramos el comportamiento de algunos sectores que boicotean los esfuerzos del Gobierno. No todo el mundo parece dispuesto a hacer concesiones, lo que plantea una pregunta crítica: ¿están dispuestos a dejar de lado sus diferencias por el bien común?
Retos actuales: ¿cómo avanzamos?
En la lista de peticiones de Armengol destaca el “reparto equilibrado de riquezas”, un sentido de justicia económica que a muchos les resuena hoy. Todos hemos tenido esa sensación abrumadora en una reunión donde, a medida que se reparte la comida, podemos notar que hay quienes se quedan con más de la cuenta, mientras que otros se ven obligados a conformarse con lo que queda. Este tipo de inequidad también se observa en nuestros sistemas económicos y políticos.
Mientras tanto, también insistió en la necesidad de garantizar el derecho a una vivienda digna. Hablando de un tema que me toca de cerca, cada vez que miro la situación actual de la vivienda en las ciudades, no puedo evitar recordar aquellas historias de amigos que han tenido que mudarse a lugares lejanos por el simple hecho de que los precios de alquiler han alcanzado cifras desorbitadas. Es un tema que, lamentablemente, la Constitución de 1978 no abordó de manera directa, y ahora se siente como una rueda de la fortuna que necesita ser reajustada.
La lucha contra la desinformación
La desinformación es otro de los enormes obstáculos que enfrentamos hoy. Armengol lo mencionó con razones sólidas, ya que la desinformación erosiona nuestras bases democráticas. Al igual que no puedes construir un castillo de naipes si tu base es inestable, nuestras convicciones democráticas dependen de la información clara y precisa. ¿No es irritante ver cómo las teorías conspirativas ganan fuerza a través de las redes sociales con solo un clic? Este problema no solo divide, sino que también complica aún más la posibilidad de consenso. En la era de la información, entender que “no todo lo que brilla es oro” es más relevante que nunca.
Mirando hacia el futuro: el papel de la juventud
Uno de los puntos destacados en la celebración del Día de la Constitución fue la participación activa de los jóvenes en el proceso democrático. La voz de la juventud es algo que se siente en el aire, como un leve susurro que dice: “¡Ey! Nosotros también estamos aquí.” Las anécdotas de estos jóvenes, muchos de los cuales protestan por la acción climática y la justicia social, nos recuerdan que el futuro no es algo que simplemente heredamos, sino que debemos construir juntos.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos preparados para escuchar lo que tienen que decir? A menudo he sido testigo de debates acalorados donde las voces jóvenes son apagadas por las más experimentadas. Sin embargo, estas nuevas generaciones poseen una perspectiva fresca que podría iluminar zonas grises en nuestra interpretación de la Constitución.
Caminando juntos, aunque con desacuerdos
La verdad es que la discusión sobre cómo actualizar la Constitución no es sencilla. Armengol enfatizó que el trabajo debe estar guiado por un espíritu de colaboración y unidad. Al igual que en mi trabajo, siempre hay ese colega que parece tener una opinión fuerte y opuesta; la clave es aprender a trabajar juntos a pesar de esas diferencias, encontrar un terreno común y construir sobre él. La buena voluntad puede ser un ingrediente mágico, aunque a veces se convierta en un desafío encontrarla.
Reflexiones finales: mantener viva la Constitución
Como bien dijo Francina Armengol, tenemos la obligación de mantener nuestra Constitución viva. Esto significa no solo celebrar su aniversario cada año, sino también trabajar al unísono para garantizar que se adapte a los tiempos en que vivimos. Todos venimos de distintos caminos, pero la meta es la misma: un futuro justo y equitativo para todos.
La próxima vez que nos sentemos alrededor de la mesa, ya sea en una reunión familiar, un café con amigos o un debate en el Congreso, recordemos que cada voz cuenta. Así como la Constitución nos invita a participar en la vida pública, también nos urge a ser parte activa del cambio. ¿Estás dispuesto a participar en esta conversación? ¿Qué cambios crees que necesita nuestra democracia hoy?
Al fin y al cabo, este amigo viejo que llamamos Constitución es más que un documento; es un reflejo de nosotros. Y como en cualquier buena amistad, la comunicación y la actualización son esenciales. ¡A por el siguiente capítulo!