El juicio por el asesinato de Samuel Luiz ha capturado la atención de toda España. Un suceso trágico que ha elevado voces en contra de la homofobia y la violencia, y que ha generado manifestaciones masivas en favor de los derechos humanos. Este caso ha señalado, con un dedo crítico, la responsabilidad de las acciones individuales y colectivas en situaciones de violencia extrema. Pero, como suele suceder con estos acontecimientos, no es solo una cuestión legal, sino también un espejo de nuestra sociedad.

La cronología de una tragedia

Todo comenzó la madrugada del 3 de julio de 2021, en el paseo marítimo de A Coruña, donde Samuel, un joven enfermero de apenas 24 años, y su amiga Lina estaban en una videollamada, ajenos a la inminente tragedia. En un giro inesperado, Diego M.M. -uno de los acusados- creyó erróneamente que estaban grabándolo. ¿Quién no ha tenido un momento de malentendido similar en una noche de fiesta, verdad? Pero, a diferencia de la mayoría de nosotros que simplemente respondemos con una broma o un «Deja de grabarme», Diego decidió que era el momento de actuar con una violencia inusitada.

Su frase antes de agredir a Samuel, “Deja de grabarme, maricón, a ver si te voy a matar”, es ya un símbolo del odio que irradian ciertos individuos. La pregunta aquí es: ¿cuándo es que se desata esta furia? ¿Por qué unos pocos son capaces de ver a otro ser humano no como una persona, sino como un objetivo?

El ataque: un “espectáculo” de horror

Lo que siguió fue un ataque feroz. En los minutos que duró la escena, Samuel fue objeto de una brutal paliza por un grupo de cinco jóvenes, que se comportaron como una manada. La fiscal sostiene que se trató de una “cacería humana”, mientras que la defensa intenta desmarcarse de semejante caracterización, alegando que existieron diversas dudas sobre las acciones específicas de cada acusado. Es fácil ver a estos jóvenes como rostros en una pantalla, pero lo que no podemos olvidar es que detrás de esos rostros están las decisiones que tomaron.

En una anécdota un poco más ligera, me viene a la mente una noche en la que, un grupo de amigos y yo, tras unas copas de más, decidimos hacer un karaoke en la sala de estar. Hubo quien, en medio de la interpretación de “Bohemian Rhapsody”, pensó que tenía el derecho de lanzarse sobre un sofá y terminar con un brazo salido de su socket. Imagínate qué pasaría si la cosa hubiera ido más allá… Pero en lugar de risas, se convirtió en risas y algo de preocupación. En el caso de Samuel, la cosa se tornó en tragedia.

Samuel, tras ser golpeado, no solo recibió ataques físicos, también fue despojado de su móvil. Mientras su amiga trataba de ayudarlo, el grupo de agresores no mostraba ninguna intención de parar la brutalidad. En lo que se ha convertido en un relato desgarrador y perturbador, el joven simplemente no tuvo ninguna oportunidad.

Las voces en el juicio

Con el juicio ya en marcha y varias voces solicitando justicia, nos percatamos de cómo cada uno de los acusados intentó defenderse. Las declaraciones varían de la aceptación de culpa parcial a absoluto desdén por cualquier responsabilidad. Como el buen amigo que sabe que olvidó comprar la pizza a última hora, pero aún así culpa a «la conexión» por no hacerla a tiempo. “No agredí a nadie”, o “solo intenté detenerlo”, se decían entre ellos.

Por ejemplo, mientras uno de los acusados, Diego M.M., clamaba entre lágrimas que todo comenzó por su culpa, otro afirmaba que no estaba allí para golpear, sino simplemente para mirar. ¿No es irónico cómo la rendición personal se transforma en un intento colectivo de evadir responsabilidad?

La defensa del “anónimo” grupo

En un giro nada inesperado -y un tanto molesto- los defensores hicieron énfasis en las «dudas» sobre la participación específica de cada uno. ¿Es realmente suficiente argumentar que no todos participaron activamente en la violencia para deslindar responsabilidad? Claro, es factible que algunos no golpearan, pero el simplemente estar presente y no intervenir, ¿no dice algo de ellos? Hay un matiz de responsabilidad que no podemos ignorar.

Me viene a la mente una vez que esperé un autobús durante más de una hora. Al llegar, vi a un grupo de amigos –todos riendo y disfrutando de sus conversaciones– a los que les pregunté, “¿Me avisan cuando venga el bus?”. La respuesta fue un silencio. Intenté no entrar en pánico, pero, ¿qué me dice eso de sus intenciones? Se puede argumentar que no habían hecho nada en mi contra, pero, ¿acaso no formaron parte de mi frustración?

El impacto en la sociedad

Este caso, que se convierte en una representación del odio dirigido hacia la comunidad LGBTQIA+, debería llevarnos a una profunda reflexión como sociedad. A lo largo y ancho del país, se llevaron a cabo manifestaciones, marchas y, en definitiva, un grito unánime en contra de la homofobia. ¿No es asombroso cómo un solo evento puede agitar tanto a la población y abrir los ojos ante un monstruo que muchos preferiríamos ignorar?

En cada rincón del país, personas alzaron su voz para exigir justicia, entendiendo que el asesinato de Samuel Luiz no es solo su tragedia, sino la de cada uno de nosotros. La violencia sistemática hacia las minorías debe cuestionarse, no simplemente en un juicio, sino en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Cuánto tiempo pasó desde que alguien de nosotros se sintió en la obligación de intervenir ante un insulto dirigido hacia alguien más, por temor a convertirse en el siguiente objetivo.

Reflexiones finales: el camino hacia adelante

Ahora que el juicio ha finalizado, queda en manos del jurado decidir el futuro de los acusados, quienes son parte de una narrativa más grande sobre la violencia y la homofobia. Di que esta historia acaba aquí, que se cierra una página triste en el libro de una sociedad que busca avanzar; pero es la realidad quien debe demostrar que los verdaderos cambios son posibles.

La comunidad capturó un espíritu más por un momento, pero el trabajo está apenas comenzando. El cambio no sucederá mágicamente con una sentencia. Reglamentaciones, educación, y, ante todo, empatía representan el camino a seguir. El descubrimiento de que todos somos parte de esta “manada” de una forma u otra nos provee una plataforma colectiva para abogar en contra de tales atrocidades.

Terminando con una nota que me gustaría compartir, a veces veo una serie de crímenes en la televisión, y, aunque me atrapan, me pregunto siempre: “¿fue necesaria esta violencia?”. Si todos pudiéramos cuestionar nuestras propias acciones, nuestras propias miradas, tal vez podríamos construir un refugio donde estas historias no sean más que ecos del pasado.

Al final, la verdadera prueba se da en nuestras manos. Porque, si no intervenimos al vislumbrar la injusticia, ¿no seremos, de alguna manera, parte de la manada?