En los últimos días, el panorama político español ha estado marcado por un nuevo manifiesto que ha despertado tanto apoyo como rechazo. Un grupo de reconocidos intelectuales, entre los que se encuentran nombres como Fernando Savater, Cayetana Álvarez de Toledo y Juan Luis Cebrián, ha instado a boicotear los actos dedicados a Franco que, según ellos, están siendo promovidos por el gobierno de Pedro Sánchez. ¿Pero qué hay detrás de esta llamada a la acción? Vamos a explorar este tema en profundidad.

¿Qué motiva el manifiesto?

Si bien me gustaría pensar que la razón detrás de cada manifiesto es la pura nobleza de la causa, a veces hay un poco más de intriga y, por qué no, un toque de drama. En este caso, el manifiesto sostiene que el legado de Franco no debe ser objeto de celebraciones. En lugar de eso, los firmantes proponen que se conmemore la Transición, ese período en el que España se transformó de un régimen autocrático a una democracia.

La clave aquí parece ser la lucha por la verdad histórica. Los firmantes argumentan que Pedro Sánchez, al contextualizar la muerte de Franco en actos que se presentan como celebraciones de la libertad, está mistificando la historia y, en última instancia, desenterrando viejas heridas que muchos ya estaban dispuestos a dejar atrás. ¡Claro! Porque nada dice «empatía» como un evento en el que se recuerda a un dictador que mantuvo un férreo control sobre el país durante décadas.

La importancia de la Transición

En el manifiesto, los intelectuales subrayan que la Transición fue resultado de un pacto entre los diversos sectores de la sociedad española. Aquello no se logró de la noche a la mañana; fue el fruto de un esfuerzo colectivo donde se renunció a la venganza y se decidió buscar un camino común. La Constitución de 1978 representa, según ellos, la culminación de ese proceso.

Ahora bien, ¿acaso vamos a ignorar la historia? Por supuesto que no. ¿Pero debemos seguir dando patadas al pasado con eventos que solo reavivan la discordia? Ahí está el dilema. Cada año, cuando llega el 20 de noviembre, la televisión vuelve a inundarse de imágenes y relatos sobre la muerte de Franco. A veces me pregunto si estos actos realmente aportan algo a la sociedad actual o si solamente sirven como un recordatorio de los traumas del pasado.

Un llamado a la reconciliación

Uno de los puntos más potentes del manifiesto es el llamado a la reconciliación. Los firmantes afirman contundentemente que «los españoles ya estamos reconciliados». Se apoyan en la idea de que, aunque la memoria histórica es importante, no puede y no debe ser utilizada como un arma política. La historia tiene sus heridas, sí, pero ¿realmente es necesario seguir reabriéndolas?

Dicho esto, abordemos las intenciones detrás de este tipo de actos. Cuando un político utiliza la historia para consolidar su poder, ¿realmente está interesado en la paz y la reconciliación o solo busca asegurarse un lugar en la narrativa actual? Esa es una pregunta que todos deberíamos considerar.

La carta abierta: ¿realmente es un «aquelarre»?

Los firmantes califican los actos de conmemoración de Franco como «aquelarres». La palabra suena casi mágica, ¿no? Quizás la próxima vez que vayamos a una reunión de amigos podamos describirla como un “aquelarre” de buenos momentos. Sin embargo, los intelectuales lo usan para marcar una diferencia entre la celebración de la libertad y la revivificación de un personaje que se asocia con la represión y el miedo.

La comparación podría ser un poco exagerada, pero, seamos honestos, crear una atmósfera de ese tipo puede dar lugar a situaciones incómodas. Imagina estar en una fiesta donde todos están hablando sobre su amor por la pizza, y de repente alguien menciona su aprecio por Franco. “¡Ups!”, dirías. Todo el mundo se detendría y habría un silencio incómodo, como si alguien hubiera soltado un calamar en una reunión de veganos.

Un espejo hacia el futuro

Lo que el manifiesto de estos intelectuales deja ver es que la historia no es solo un espejo en el que miramos al pasado; también es una herramienta que podemos utilizar para construir nuestro futuro. La memoria colectiva tiene un papel crucial en la manera en que una sociedad se apoya y se reconcilia. Sin embargo, existe una delgada línea entre recordar y reactivar viejas disputas.

Las palabras de Manuel Azaña, evocadas en el manifiesto, acerca de «paz, piedad y perdón», resuenan hoy más que nunca. La pregunta que muchos se hacen es si realmente hemos logrado aprender de aquellas lecciones del pasado. O, como me gusta decir, ¿estamos condenados a repetir la historia o podemos aprender a convivir con nuestras diferencias?

La penúltima mentira

Los firmantes no se andan con rodeos y, además de su llamado a la reconciliación, encuentran en Pedro Sánchez su “penúltima mentira”. Este parece ser un término que están usando para llenar sus propios espacios en blanco: “Esto es una mentira y eso es otra”. Tristemente, parece que las mentiras de los políticos han sido un mal común en todos los tiempos y en todos los lugares. ¿Por qué? Quizás porque, al igual que un mago en un espectáculo, deben sostener la atención de su audiencia.

La crítica a Sánchez es clara: hay quienes argumentan que su manejo de la historia refleja más su propia miseria personal y política que un interés genuino en la reconciliación. No puedo evitar sonreír al imaginar a los intelectuales sentados en una sala de estar, tomando su café y tirándose dardos verbales entre ellos sobre “la gran mentira de Sánchez” mientras tratan de resolver los problemas del mundo con una charla.

Reflexiones finales: ¿y ahora qué?

¿Es este manifiesto una señal de que España aún necesita superar viejos fantasmas? Es fácil para mí situarme en la distancia y plantear preguntas, pero este es un tema sumamente delicado que toca fibras muy sensibles para muchos. La historia tiene maneras sorprendentes de influenciar el presente, y cada persona tiene su propia versión de la misma.

Los intelectuales que han firmado este manifiesto muestran un compromiso por un diálogo abierto y constructivo. Mientras que algunos podrían cuestionar su motivación, no cabe duda de que están intentando arrojar luz sobre un tema que, para muchos, sigue siendo un punto de dolor.

Al final del día, lo que deseamos todos, a pesar de nuestras diferencias, es algún sentido de paz. Tal vez podamos aprovechar esta discusión no solo como un campo de batalla político sino también como una oportunidad para recordar que, aunque la historia puede ser dolorosa, siempre hay lugar para el diálogo, la comprensión, y, sobre todo, la reconciliación.

Al final de esta reflexión, me gustaría dejarte con una pregunta: ¿podemos, como sociedad, avanzar hacia un futuro donde la historia no sea una trampa que nos atrapa, sino un camino que nos guía hacia una convivencia más armoniosa?