La política es un juego complicado, lleno de movimientos inesperados, alusiones sutiles y, a veces, escándalos que sacuden las estructuras más sólidas. Este es precisamente el caso del reciente escándalo de acoso sexual que ha llevado al partido Sumar a un punto de inflexión. Todo comenzó cuando la vicepresidenta segunda del Gobierno español, Yolanda Díaz, se vio envuelta en un torbellino de acusaciones alrededor del diputado Íñigo Errejón. ¿Puede la política ser un espacio seguro? ¿Es posible que los líderes perdonen más de lo que debieran? Vamos a desmenuzar este asunto, porque, admitámoslo, la política tiene más giros argumentales a menudo que cualquier serie de televisión.

Contexto: Cuando callar no es una opción

Días atrás, Yolanda Díaz se encontraba en Colombia para una misión institucional, y aunque su objetivo era representar a España con dignidad, el escándalo la siguió como una sombra. Durante ese tiempo, mantuvo un mutismo absoluto, lo cual fue objeto de críticas tanto de sus opositores como de sus propios aliados. ¿Y quién puede culparlos? En el mundo de las redes sociales y la comunicación inmediata, un silencio prolongado es casi como una bomba de relojería que se puede detonar en cualquier momento.

Recuerdo claramente cuando me vi en una situación similar en mi trabajo — bueno, quizás no tan intensa, pero el silencio puede ser un enemigo formidable. Los rumores corren, las especulaciones aumentan y, al final, uno termina en una especie de culebrón que no había pedido. Así que, ¿por qué Yolanda decidió permanecer en silencio? Tal vez pensó que era más prudente evaluar la situación, pero cinco días son un largo periodo para guardar silencio sobre una acusación tan grave. ¿A veces tiene sentido el silencio? En política, claro que no.

La acusación: Un torpedo a la línea de flotación

La tormenta estalló cuando la periodista Cristina Fallarás hizo público un testimonio anónimo denunciando un acoso sexual en redes sociales. Aunque no se mencionó a ningún nombre, las sospechas comenzaron a apuntar rápidamente hacia Errejón. Fue entonces cuando la bomba estalló oficialmente. La incapacidad de Díaz para reaccionar adecuadamente fue criticada, no solo por la oposición, sino sorprendentemente, también por sus aliados en Sumar.

En este punto, se me ocurre una pregunta: ¿Es realmente efectivo ser el líder de un partido político cuando la mayoría de tus decisiones dependen de otros? Una anécdota personal me viene a la mente: en una ocasión, mi jefe me encargó una tarea, pero luego se rehusó a escuchar mis recomendaciones cuando las cosas no salieron como él esperaba. Estuve en el centro de la tempestad, pero la responsabilidad sólo recayó sobre mí. Esta historia se parece curiosamente a lo que le ocurrió a Yolanda, quien se vio atrapada en una red de decisiones que claramente la sobrepasaban.

La respuesta de Yolanda Díaz: ¿Prontitud o desinterés?

Cuando finalmente Díaz habló, lo hizo con lo que ella misma describió como “prontitud, transparencia y contundencia.” Pero, ¿acaso estas palabras resuenan con sinceridad en un contexto tan tenso? Afirmó que actuó rápidamente al conocer el problema, que fue contundente en su respuesta y que siempre elegiría “entre la impunidad y la crisis política”.

Sin embargo, charla, tanto en el tema de la reacción como en el de las responsabilidades. Afirmó que no sabía nada de la denuncia que circulaba en redes y que, por ende, no podía hacer más. Es difícil de creer. Ser líder implica estar pendiente de los temas sensibles que afectan tu partido, sobre todo cuando estos temas involucran la integridad de las personas.

Aquí viene la gran pregunta: ¿Pasar la pelota a otros es una forma de liderazgo o simplemente una estrategia para evitar problemas? Al parecer, Yolanda se siente cómoda en un espacio donde las decisiones se delegan, pero, en una crisis, eso podría ser su mayor error. La política está llena de matices, y parece que a veces aquellos que tienen un manto de protección (como ella) pueden olvidarse de que el poder conlleva una responsabilidad que no se puede simplemente delegar.

La culpa no se reparte, se comparte

Lo más intrigante de toda esta situación es el enfoque de Díaz en distribuir las culpas como si se tratara de una partida de Monopoly. “No fui yo, fue Más Madrid”, parecía decir con cada palabra que salía de su boca. Es innegable que en situaciones como esta, la culpa a menudo se convierte en un juego de ping-pong. Pero aquí hay un matiz importante: en la política, la culpa no se reparte, se comparte.

Palabras como “me contaron” no tienen lugar cuando tus decisiones están a la vista de todos. Un verdadero líder debe hacerse cargo de sus acciones y de aquellas decisiones que toma, así como de no tomar, de las omisiones.

Los medios de comunicación han sido implacables en sus críticas, y muchos argumentan que la incapacidad de Díaz para involucrarse de manera activa en la situación muestra una falta de sinceridad y compromiso. Después de todo, en palabras de la famosa película El Padrino, “la culpa es como un saco de ladrillos”. ¿Está Yolanda cargando su propio saco o simplemente lo pasa a las espaldas de otros?

Más Madrid: Asumiendo responsabilidades

Mientras tanto, Más Madrid, otro de los actores en este juego, ha admitido haber actuado de manera “insuficiente”. Está claro que el objetivo de todos los partidos involucrados es mantener una imagen de responsabilidad, pero, como bien dice el refrán: “cuando el río suena, agua lleva.» La respuesta de Más Madrid fue una declaración cuidadosamente elaborada, tratando de desmarcarse de la crisis que asedia a Sumar.

Pero, ¿dónde queda la autenticidad en todo esto? En mi vida, he aprendido que reconocer errores es una señal de fortaleza más que de debilidad. Cuando estaba en la universidad, un profesor una vez dijo: «la autenticidad es lo que la mayoría de tus seguidores quiere ver”. La honestidad puede resultar incómoda a corto plazo, pero en el largo plazo crea un tipo de confianza que se vuelve invaluable. Cuando un partido se enfrenta a un escándalo de esta magnitud, los votantes, que son bastante astutos, estarán atentos a cómo manejan situaciones incómodas.

La nueva cultura política feminista: ¿una luz al final del túnel?

La respuesta de Yolanda Díaz también aludió a lo que ella denomina una “nueva cultura política feminista” que no tolera la impunidad. Una afirmación que se siente más como un deseo que una realidad tangible, considerando los hechos. Aplaudo el uso de este término porque sí, es necesario fomentar un ambiente político donde las mujeres sean escuchadas, se les crea y se les respete. Pero, ¿es correcto utilizar estos conceptos a su antojo para intentar limpiar una crisis?

En realidad, la situación de acoso y violencia machista es un problema estructural en nuestra sociedad, y no se soluciona con palabras. Las políticas públicas necesitan respaldo y compromiso, no solo en la forma de declaraciones. Tal vez, al final de este episodio, tal vez esta crisis podría servir como un catalizador para un cambio real. ¿Podría este ser el empujón que los partidos políticos necesitan para revisar sus políticas internas sobre agresiones y acoso? Es hora de que cada organización asuma su papel y ofrezca apoyo a quienes se atreven a alzar la voz.

Reflexión final: La política y la responsabilidad

La política nunca ha sido un campo de juego sencillo, y mucho menos lo será ahora con las múltiples capas de complejidad que conlleva. Las decisiones se toman en segundos y la responsabilidad se reparte al instante. Pero lo que realmente resuena en estos momentos es la necesidad de una mayor empatía, responsabilidad y autenticidad en la política.

A mí me encanta pensar que todos podemos aprender de nuestros errores. La lección que debe quedar aquí es que en la vida, y en la política, las culpas no se reparten, se comparten y se asumen. Se requieren líderes que se destaquen no solo por sus discursos, sino también por sus acciones. Es la manera de cimentar una nueva política en la que se pueda confiar. Porque, después de todo, ¿quién quiere estar en un barco que se hunde? La política debería ser una travesía hacia el cambio, no una batalla por el control.

Así que, queridos lectores, reflexionemos juntos: ¿estamos realmente listos para asumir la responsabilidad y la tarea monumental de cambiar la política para mejor? La pregunta está en el aire, y, como un buen misterio, sólo el tiempo nos dará la respuesta.