La tarde del 3 de octubre en la Plaza de Las Ventas fue, sin duda, una de esas jornadas que recordaremos no por su brillantez, sino por lo que podríamos llamar “una lección de lo que no se debe hacer”. Que nadie me malinterprete; hacerlo bien en el mundo del toro es un arte complejo que requiere maestría, pero lo que aconteció durante ese festejo me hizo reflexionar sobre la situación actual de los novilleros. ¿Acaso necesitamos replantearnos cómo se enseña esta tradición tan arraigada en nuestra cultura?
Sí, porque yo también he sido un novato en algo (aunque no en el arte de la tauromaquia; el único “animal” con el que he tenido que lidiar es mi gato, y ahí me quedo). Recuerdo mi primera vez en una competencia de escritura; fue como ver un novillo plantado frente a mí, y honestamente, no sabía si debía intentar enfrentarlo o salir corriendo. Puedo imaginar lo que algunos de los jóvenes toreros sintieron esa tarde, más aún cuando la plaza se vaciaba antes de que su faena llegara a la mitad.
Los hechos: una tarde para olvidar
Para poner en contexto, la tarde comenzó con tres chavales de apenas veinte años, cada uno con un futuro que prometía ser brillante pero que, al menos en este evento, fue un naufragio total. Encima, un grupo de turistas orientales se levantó y se marchó como si estuvieran dejando el cine tras ver la peor película del año. ¿No es una señal contundente? A veces, el público es más transparente que un novillo bien presentado. Fue imposible escuchar una ovación; en cambio, lo que predominó fue el silencio ensordecedor que solo acompaña a las tardes más tristes de la temporada.
Los tres jóvenes, Valentín Hoyos, Nek Romero y Alejandro Chicharro, parecían haber olvidado lo esencial de florecer en el ruedo. Sus faenas fueron tan desordenadas como el intento de un niño de dibujar una línea recta con una crayola, mientras los banderilleros como Raúl Ruiz y Jesús Robledo hicieron el intento de salvar la tarde con algunos buenos pares, pero eso no fue suficiente. ¿Hasta qué punto es culpa de los novilleros y hasta qué punto de la formación que reciben?
Reflexionando sobre la enseñanza del toreo
Recuerdo que en mis primeros intentos de escribir, me dijeron: “Lo importante es el contenido, pero la forma también cuenta”. Tal vez el mismo principio podría aplicarse a la tauromaquia. Si la enseñanza de la lidia se basa únicamente en la técnica, lo que resulta es una automatización del arte. El detalle torero, las improvisaciones creativas y la conexión emocional con el público son esenciales pero a menudo se ignoran.
Esa tarde, el trío pareció estar atrapado en un laberinto sin salida, alargaron sus faenas hasta el hastío y mataron de manera lamentable. Debo preguntar: ¿es esta la formación que quieren? ¿Estarían dispuestos a escuchar una crítica genuina si las cosas siguen así? Una reflexión sería lo mejor; es crucial para su desarrollo en el mundo del toreo, donde las expectativas son altas y las oportunidades escasas.
La influencia del cronómetro
Uno de los elementos más controvertidos de la tarde fue, sin duda, el uso del cronómetro. Hay una corriente de pensamiento que defiende que las faenas de muleta no deben tener restricción de tiempo, ¿pero no será eso un error? Al darle carta blanca a la duración, se corre el riesgo de que el público se aburra y la esencia se diluya. Como cuando tu amigo se extiende hablando de sus vacaciones: al principio es interesante, pero después te preguntas si vale la pena seguir escuchando.
Los siete avisos escuchados indican una clara falta de dirección. Esto hace que sea cada vez más necesario que los novilleros piensen en un equilibrio entre el tiempo que dedican a la faena y el impacto que generan en la plaza.
La esencia del torero
Al final del día, ser torero es mucho más que simplemente el acto físico de lidiar un novillo. Se trata de una conexión con el público, de reflejar emociones en cada pase, y de dar vida a una tradición. En esta era de la inmediata gratificación, muchas carreras se vuelven efímeras porque se desestima el verdadero arte. Lo saben el aficionado y el novillero, pero ¿será suficiente para motivar un cambio?
Aunque cada uno tiene su propio camino, lo que se necesita es un retorno a los fundamentos. Las nuevas generaciones tienen la responsabilidad de respetar la tradición y contribuir a su evolución. Pero también deben asumir que la crítica es parte del proceso.
El momento de la verdad
En conclusión, el espectáculo en Las Ventas no fue un simple revés; fue una advertencia. Si estos jóvenes no se toman un momento para reflexionar sobre lo que realmente significa ser torero, le deberá plantearse una nueva profesión. Quizá hasta abrir un canal de YouTube sobre gatos (creo que podrían conseguir más clics que muletazos ideales).
Así que, queridos leitores y aficionados, la próxima vez que acudan a ver una novillada, recuerden que están allí para disfrutar, pero también para transmitir la esencia de la tauromaquia. Porque en la vida, como en el toreo, nunca hay que olvidar: la conexión con el público es lo que realmente alza a los que están en el ruedo. Al fin y al cabo, la tauromaquia es un arte, y el arte siempre requiere de amor, paciencia y disciplina.
Y tú, ¿qué piensas que deberían hacer nuestros novilleros para no convertir sus tardes en un desfile de silencios? Tal vez un poco más de amor a su arte y un toque de humor en el ruedo podría cambiar la tónica de las tardenas en Las Ventas.