Una brisa suave y nostálgica me envuelve mientras me siento a escribir sobre un tema que nos toca nuestras raíces. La historia de la migración interna en España y, especialmente, el contexto que rodea la película El 47, se convierte en un viaje al pasado que no solo nos narra lo que sucedió, sino que también nos obliga a reflexionar sobre lo que somos hoy en día. Así que prepárense, porque este artículo promete ser un viaje emocionante, lleno de recuerdos compartidos, anécdotas personales y alguna que otra risa (si es que el tema lo permite).

La historia detrás de ‘El 47’

Para quienes no han visto El 47, la película recientemente galardonada con un Premio Goya a la Mejor Película, se desenvuelve en el humilde barrio de Torre Baró, en Barcelona, mientras afortunadas familias intentan establecer un nuevo hogar en un mundo que, como siempre, parece estar en su contra. Al inicio, hay un aire de esperanza que se desmorona rápidamente cuando la Guardia Civil llega a derribar sus barracas. Es un recordatorio incesante de una era de represión y destierro en la España de la posguerra, donde las familias luchaban por sobrevivir mientras se enfrentaban a un sistema que no les daba tregua.

Recuerdo cuando vi la película, me sentí como si me hubiera transportado a los años 40. Y no, no tengo una máquina del tiempo (aunque sería bastante útil, ¿verdad?). Lo que realmente me impactó fue ver cómo el filme recogía la esencia de aquellos tiempos duros, donde el deseo de una vida mejor chocaba con la cruel realidad de un régimen represor.

El Franquismo y su férrea represión a la migración

Ahora, hablemos de lo que realmente pasaba en la vida de aquellos que buscaban refugio en las grandes ciudades. Según el historiador Miguel Díaz Sánchez, quien ha arrojado nueva luz sobre este oscuro periodo a través de su libro Fronteras de Papel: franquismo y migración interior en la posguerra española, el régimen de Francisco Franco implementó políticas severas que prohibían y rechazaban la migración interna.

Desde 1939, la represión se convirtió en una herramienta esencial para el régimen, y había una auténtica vorágine de deportaciones bajo el pretexto de mantener el control social. El gobierno estaba preocupado de que personas como tú y yo, simplemente ávidas de una vida digna, pudieran convertirse en agentes de disidencia. ¿Suena familiar? Quizás en un mundo donde las fronteras se diluyen y las oportunidades se vuelven cada vez más escasas, comprendamos un poco mejor esa necesidad de huir y buscar refugio.

Este control feroz de la migración no solo era cuestión de política; también era parte de una ideología que aspiraba a glorificar los valores rurales, pues un país de campesinos era lo que Franco deseaba proyectar. Imaginen un joven andaluz que sueña con ser mecánico en Barcelona, aterrizando en una ciudad que le recibe con brazos cerrados y le dice que no es bienvenido. Eso me lleva a preguntarme: ¿cuántas historias como la de ese joven no se han perdido en el eco del tiempo?

Deportaciones y condiciones inhumanas

Las historias de estos deportados son difíciles de escuchar, pero simplemente debemos hacerlo, al igual que lo hicimos con El 47. Díaz documenta que, entre 1945 y 1966, alrededor de 30.000 personas fueron vueltas a sus lugares de origen, muchas de las cuales vivieron experiencias desgarradoras en centros de internamiento. Estos espacios, como el Pabellón de Misiones en Montjuïc, no eran más que prisiones disfrazadas. Y no, no estoy exagerando; se dice que incluso algunos de los detenidos morían bajo custodia.

Las condiciones en estos asilos eran infrahumanas. Se administraba agua con caldo (sí, como si eso fuera a premiar a las personas por haber llegado con sueños) y el miedo estaba en el aire: a veces, la policía incluso esperaba en estaciones de tren. Imaginen, por un segundo, ser ese joven cuyo único error fue querer mejorar su vida.

Jugando a ser un detective de la historia, Díaz se sumergió en los archivos de deportados, donde encontró miles de nombres, cada uno con una historia desgarradora. ¿No se les acelera el pulso al pensar en el individuo detrás de cada número? Seres humanos con aspiraciones, sueños y el derecho a vivir donde eligen, enfrentándose a un sistema que trata de silenciarlos.

Estas historias son un recordatorio de que, a veces, la historia se repite. Nunca está de más reflexionar: ¿estamos realmente aprendiendo del pasado?

Una nueva luz: de la represión al desarrollo

Poco después de este periodo de oscuridad, el régimen franquista comenzó a cambiar su enfoque, coincidiendo con el Plan de Estabilización en 1957. Estrategias más económicas comenzaron a prender en el corazón de una España que aún luchaba por salir de las sombras, aunque las deportaciones no se detuvieron por completo.

Sin duda, este cambio abrió las puertas a más oportunidades y una migración más fluida hacia las grandes ciudades. Torre Baró, por ejemplo, comenzó a consolidarse como un asentamiento que se vería acompañado de un crecimiento explosivo y, desafortunadamente, de una falta de servicios adecuados. Solo piensen en la gente apilada en espacios reducidos, luchando y esforzándose por crear una vida en el epicentro del bullicio… mientras que las caravanas de recursos no eran más que un espejismo.

Siempre me ha fascinado este tira y afloja entre la represión y la prosperidad. ¿Podemos reconocer la belleza en el esfuerzo colectivo de reconstruir lo que se había desmoronado?

La mirada actual: ¿repetimos la historia?

Las historias de Torre Baró y tantas otras comunidades en España deben ser contadas, no solo porque son parte de nuestra historia, sino porque también invitan a una reflexión necesaria sobre nuestro presente. En un mundo impulsado por la migración y la búsqueda de un hogar seguro, ¿hemos aprendido la lección de la historia?

El Museu d’Història de la Immigració de Catalunya (MhiC), donde la directora Imma Boj nos recuerda las historias que no debemos olvidar, se erige como un faro en ese camino. Recoger la memoria de la gente que luchó por triplicar sus esperanzas es crucial para no repetir errores pasados.

Así que, mientras reflexionamos sobre los tiempos oscuros que abordó Díaz, también hemos de preguntarnos qué estamos haciendo hoy para asegurarnos de que docenas de historias de migración no acaben siendo silenciadas otra vez. Quizás, simplemente, el cambio comience con una conversación. ¡Imagina ese poder!

En conclusión

El 47, un hilo conductor que nos guía hacia el reconocimiento de nuestra historia migratoria y sus repercusiones, no solo nos muestra el sufrimiento de muchos, sino que también articula una resistencia que persiste. La película y el libro de Díaz no son solo piezas de una narrativa; son recordatorios para cada uno de nosotros para mirar hacia atrás y aprender.

Donde una vez hubo desplazamiento e injusticia, hoy puede haber un renacer. La empatía, la educación y la reflexión son las llaves para seguir adelante. Entonces, la próxima vez que pienses en la migración, recuerda que detrás de cada historia hay una razón y un sueño de vida. Quizás ese sueño no esté tan lejos, después de todo.