La historia de un pueblo marcado por la guerra

Los ecos de balas y gritos que una vez resonaron en los campos de Belchite son ahora un murmullo en el viento, una memoria que flota entre las ruinas de un pueblo que fue testigo de una de las batallas más devastadoras durante la Guerra Civil española. Jesús García, un hombre encantador y un habitante de este lugar, nos cuenta su experiencia de crecer entre escombros y memorias de guerra. Este pueblo, que pareciera estar atrapado en el tiempo, se transforma ante nuestros ojos a través de sus anécdotas.

Jesús recuerda su infancia en Belchite en la década de 1970. «Buscábamos balas, porque las bombas ya se las habían llevado los niños más grandes», dice con una sonrisa, como si se tratara de un juego divertido y no de una experiencia marcada por la tragedia. Los niños de aquella época jugaban en las ruinas, explorando las techumbres de iglesias y las bodegas del pueblo sumergido en la historia. ¡Quién diría que recoger balas podría ser considerado un pasatiempo!

Ahora, con el paso del tiempo, Belchite ha sido incluido en una lista por la World Monuments Fund como uno de los 25 sitios cuya salvación es urgente. ¿Pero qué significa realmente «urgente»? Pablo Longoria, el director ejecutivo de WMF para España, lo explica de manera sencilla: «Cada vez que vengo, encuentro un muro que se ha caído». A veces, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué más necesita Belchite para que se le preste la atención que merece?

¿Una historia incómoda?

La historia de Belchite es complicada, y no por ello menos importante. Durante la Guerra Civil, este pueblo fue el escenario de atrocidades, represión y un conflicto que dejó una huella imborrable. «No era un pueblo traumatizado, aunque la guerra dejó su marca», dice Jesús. Sin embargo, Belchite no se presenta como un claro ejemplo de «los buenos» y «los malos». Al contrario, es un reflejo del caos humano.

A veces, las historias más potentes son las que nos incomodan. Y para Belchite, esa incomodidad ha sido su mayor enemigo cuando se trata de recibir apoyo. Puede que no haya un héroe claro en esta narrativa, lo que la hace menos atractiva para los que buscan un relato fácilmente digerible. Al final, no se trata de encontrar culpables, sino de entender el sufrimiento de todos.

La historia reciente y el papel del gobierno

En un país que cuenta con una ley de memoria histórica desde 2007, que busca reconocer el sufrimiento de aquellos que sufrieron durante la guerra, la situación de Belchite plantea preguntas difíciles. Según María José de Andrés, gerente de la Fundación Pueblo Viejo de Belchite, «el Gobierno aprobó una inversión de siete millones de euros para restaurar las ruinas, pero ha pasado más tiempo del que quisiéramos sin ver ese dinero».

Y aquí está la pregunta del millón: ¿por qué este pueblo sigue navegando en las aguas del abandono? Mientras otros lugares reciben atención tras haber sido considerados sitios «históricamente significativos», Belchite parece tener su propia identidad en un limbo de desinterés político.

Algunos pueden argumentar que la historia de Belchite no es suficientemente «llave en mano», que no proporciona un alivio ético claro. Pero, ¿acaso no es este el momento de dar voz a aquellos que han sido olvidados?

La herencia de la guerra y sus secuelas

Belchite es un espejo de una época turbulenta. Un pueblo con un pasado que grita en silencio. «De la destrucción que vemos, el 30% viene de la guerra, el 70% es el paso del tiempo y el abandono», dice Jesús mientras observa las ruinas. La guerra dejó su huella, sí, pero las continuas negligencias también tienen parte de responsabilidad.

De hecho, el pueblo neonato de Belchite, aunque pequeño, ha encontrado una manera de mantener viva su memoria. Con programas educativos que atraen a jóvenes de toda Aragón, la Fundación Pueblo Viejo de Belchite hace su parte para asegurarse de que el legado de su historia no se desvanezca. La historia y la cultura no son solo para ser recordadas; son para ser vividas.

¿Qué pasará con Belchite?

La ambivalencia del futuro de Belchite es incierta. Pero si hay algo que la historia nos ha enseñado es que las batallas pueden ser olvidadas, pero las historias siempre quedarán grabadas en la memoria colectiva. Sin embargo, se necesita un esfuerzo conjunto. Desde el gobierno, las fundaciones y, especialmente, de la comunidad. «Mis hijos se han quedado en el pueblo. En mi generación eso no pasaba, el que podía irse, se iba», relata Jesús con emoción. ¿No es esta la definición misma de esperanza?

Quizás la historia de Belchite tiene el poder de unir a las generaciones pasadas y futuras. Ahí es donde radica su verdadero valor. Un lugar donde la guerra dejó huellas profundas, pero donde siempre habrá espacio para la reconstrucción y la memoria.

Un llamado a la acción

Así que, ¿cuál es el siguiente paso para Belchite? Con la atención de organizaciones como el WMF y la voluntad de los lugareños, hay un indicio de esperanza. Pero el tiempo se agota. Cada día que pasa, un pedazo más de historia se desmorona en esas ruinas. Es hora de que el país despierte y reconozca la importancia de preservar estos sitios.

A veces, es fácil olvidarse de la historia, especialmente cuando se trata de temas tan cargados. Sin embargo, como sugiere Jesús, las historias de aquellos que vivieron estas experiencias son esenciales para entender quiénes somos como sociedad. ¿No suena irónico que un pueblo que representa lo peor de la humanidad tenga el potencial de ser un símbolo de esperanza y reconciliación?

Conclusión: La historia vive en nosotros

Belchite no solo es un conjunto de ruinas; es un recordatorio de lo que se ha perdido, de lo que se puede aprender y, sobre todo, de lo que se puede construir en el futuro. Un futuro donde se reconozca el dolor del pasado y se busque la sanación.

El pasado, con todas sus heridas, puede ser un aliado en la construcción de un futuro mejor. Al final del día, siempre podría haber un niño algún día explorando las ruinas de Belchite, encontrando su camino entre los escombros, recogiendo no balas, sino lecciones de vida y esperanza.

Y al contrario de lo que pensábamos de esos «juegos de guerra» en la infancia de Jesús, no hay nada más serio que aprender de la historia. Belchite, aunque olvidado por muchos, perdurará como un testimonio de resiliencia y la eterna lucha por recordar.