En el mundo actual, donde las narrativas históricas son más complejas que nunca, es esencial replantear cómo entendemos el legado de la época colonial, especialmente el de España en América. Juan Miguel Zunzunegui, un historiador mexicano, ha desafiado las versiones tradicionales de la historia, abriendo un debate fresco y provocador sobre lo que realmente significó el Imperio español y su impacto en la vida de millones. ¿Te has preguntado alguna vez cómo nos han contado la historia y si esa narración está incompleta? Bueno, acompáñame en este viaje y hablemos de lo que podríamos considerar «la otra cara de la moneda».

Un historiador polémico

La figura de Zunzunegui no es precisamente un reflejo de la mediocridad. Este historiador de 49 años ha ganado miles de seguidores en internet gracias a su perspectiva controvertida. En su reciente visita a Madrid para una conferencia en la Fundación Rafael del Pino, este incansable defensor del legado español nos recuerda que el imperio funcionaba de manera diferente a cómo se ha narrado tradicionalmente. ¡Imagínate que Felipe II hubiera tenido a Zunzunegui de jefe de prensa! La leyenda negra que se cierne sobre España, forjada por sus rivales geopolíticos, habría sido rápidamente desactivada. En lugar de recordar a España como el villano de la historia, quizás la asociaríamos a los anuncios navideños de El Almendro.

Una historia mal contada

Recuerdo cuando en la escuela trataban el tema de la colonización. El libro de texto se limitaba a hablar del Descubrimiento y la Conquista de América, pero pasaba por alto los tres siglos de historia que siguieron. En México, por el contrario, ocurre algo similar; el enfoque está en una narrativa conflictiva que ignora la rica complejidad del periodo colonial. Esta historia no es la de una España que simplemente tenía colonias, sino de una nación que se expandía desde los Pirineos hasta el Estrecho de Magallanes. Pero, ¿de verdad solo había españoles en América?

Zunzunegui nos recuerda que había otros pueblos: quechuas, aimaras, mayas, entre otros, que también estaban representados y mantenían su estatus como súbditos bajo la Corona. La visión de una España con una colonización homogénea es, cuando menos, simplista.

Desmitificando la imagen del imperio

Cuando Zunzunegui habla de «padre patria» y «madre patria», introduce un concepto poderoso. España, como padre, y América, como madre, representan un vínculo que va más allá de la exploración y conquista. El resultado de esta conexión, dice Zunzunegui, es un imperio que fue una amalgama de culturas. Algunos podrían querer demonizar la figura de Hernán Cortés, pero hay algo que no podemos ignorar: la capacidad de integración de los españoles con las culturas indígenas.

La construcción de un futuro conjunto

Si miramos las grandes catedrales de México o de cualquier parte del antiguo Virreinato, entenderemos que estas no fueron creadas en un vacío de hostilidad, sino en un entorno de colaboración. La diversidad y el sincretismo que se produjo en la construcción de infraestructuras culturales son ejemplos palpables del intercambio que se dio entre ambos pueblos. La notable ausencia de cultura naval en México —un significado claro de que España no se centró únicamente en las costas— es un indicador del profundo interés en establecer asentamientos y realizar intercambios en el interior del continente.

Zunzunegui asegura que en México, en 1560, había solo 30,000 españoles y aproximadamente cinco millones de indígenas. ¿Te imaginas cuánto arte y cultura se creó a partir de esta interacción? La idea de que las grandes obras religiosas, arquitectónicas y culturales fueron impuestas es sencillamente insostenible. Los frescos indígenas presentes en las iglesias son un testimonio del trabajo conjunto. El hecho de que los indígenas también jugaron un papel importante en la construcción de estas obras sagradas no puede pasarse por alto. Se construyeron así porque las comunidades se sintieron parte del proceso, no como víctimas de una invasión.

Reflexiones sobre la culpa y el rencor

Una de las afirmaciones más duras de Zunzunegui es que, tanto en México como en España, se ha aprendido a vivir en un estado de rencor y culpa. ¿Por qué? Porque ambos lados han cultivado narrativas que añaden peso a estos sentimientos. Si los mexicanos ven a los españoles como «los que robaron nuestro futuro», muchos en España a menudo sienten que son los villanos de la historia. Pero, ¿acaso es útil vivir con estos complejos?

Zunzunegui sostiene que las ideologías alimentadas por el odio están lejos de aportar soluciones reales. Al contrario, lo que debemos hacer es crear más oportunidades para el entendimiento, las becas y el diálogo cultural. Una señal de esto se puede observar en las similitudes arquitectónicas y culturales entre Sevilla y México, que bien podrían ser una especie de hermanamiento geográfico. ¿No deberíamos entonces celebrar lo que hemos compartido más que condenarlo?

La historia colonial: reflexión y crítica

Ahora bien, para aquellos que se aferran a la idea de una invasión violenta, Zunzunegui tiene varios puntos que plantear. La historia no siempre es lo que parece a simple vista. En muchos sentidos, Zunzunegui disiente de la narrativa predominante que describe el contacto entre españoles e indígenas como una invasión belicosa. «Una invasión sería más bien lo que intentó España en 1588 contra Inglaterra», dice. Si lo que buscamos es entender cómo se desarrolló una relación tan compleja y rica, entonces debe haber un análisis profundo de esos periodos.

La falta de un ejército en los virreinatos indica que la percepción de una ocupación no era universal. En el Virreinato de Nueva España, el náhuatl, no el español, era la lengua franca. ¿Cómo puede un país dominar otro si el idioma del pueblo es el que habla el conquistador? Esa es una afirmación que puede cambiar la forma en que miramos esta parte de la historia.

El legado contemporáneo de la historia colonial

Como lección de vida, Zunzunegui nos anima a mirar más allá de las simplificaciones y juicios. La idea de que España es responsable de las luchas actuales en América Latina es una perspectiva que él critica abiertamente. Nos recuerda que, en 1810, Ciudad de México era un centro próspero y no el país que muchos visualizan hoy. En su opinión, muchos de los problemas de los países hispanoamericanos son el resultado de decisiones posteriores a la independencia, y no de efectos coloniales directos.

En lugar de caer en el discurso de la culpa, Zunzunegui aboga por un enfoque más constructivo. La idea de que la prosperidad en regiones como Estados Unidos, Canadá y Australia se basa en la violencia contra los pueblos indígenas es un recordatorio de que cada historia de colonización tiene sus sombras. En contraste, él argumenta que en el mundo hispanoamericano, todos eran considerados «personas desde dos siglos antes».

Cierre: construyendo puentes hacia el futuro

Cada vez que escucho a Zunzunegui, no puedo evitar sentir admiración por su capacidad de provocar reflexión. Su forma de mirar el pasado, no como lo que se ha narrado por siglos, sino como un legado compartido, nos desafía a repensar nuestras propias percepciones. Claro, hay aspectos difíciles de la historia colonial que necesitan ser reconocidos, pero también hay aspectos que celebran la conexión y la riqueza cultural.

Así que, cuando te encuentres con historias de nuestro pasado en la escuela o en artículos, ¿te pararás a pensar en el contexto más amplio, en las múltiples capas y en las realidades de la vida que nos moldearon? La historia no es un mero conjunto de hechos; es una construcción continua. Y al final del día, puede que no necesitemos más héroes o villanos, sino más historias que nos ayuden a entender quiénes somos y de dónde venimos.