Cuando pensamos en Andalucía, es probable que lo primero que nos venga a la mente sean los flamencos, las tapas y, por supuesto, la Semana Santa. Pero, dentro de este vibrante contexto cultural, existe un capítulo menos conocido, uno que abarca un periodo de tiempo donde las fronteras del ocio nocturno se expandieron hacia nuevas dimensiones. Este relato nos lleva a conocer a Álvaro Díaz del Real, un joven que, en los inicios del nuevo milenio, se propuso cambiar el panorama social de las noches andaluzas.
El despertar de un nuevo ocio nocturno en Andalucía
Álvaro, como muchos de nosotros, atravesó su adolescencia entre jolgorio y confusión. Nacido en el 2000, se sentía abrumado por el ambiente que le rodeaba. La agresión, la inseguridad y las broncas eran el pan de cada día, un cóctel de emociones que generaba un deseo profundo de escapar a un lugar donde el ocio nocturno no se basara en ese contexto tóxico. “¡Sí, claro! ¿Y qué opción teníamos, quedarnos en casa viendo Sálvame?”, dice, riendo, al recordar esos días. En su lugar, decidió, junto a unos amigos, ocupar cortijos y lanzar su propia versión de la diversión nocturna.
Os preguntaréis, ¿qué tiene de especial esto? Bueno, en vez de un simple bar o discoteca, su propuesta incluía un sistema de comunicación ingenioso para localizar fiestas alocadas, algo así como un «Google Maps» análogo, pero sin las comodidades tecnológicas actuales. ¡Imagina tener que recibir un mensaje de texto con instrucciones para encontrar un rave en medio del campo! “Salida del Polígono Pisa, mano derecha, tres kilómetros… ¡y que Dios te acompañe!”, recuerda Álvaro con una sonrisa.
Las raves: una comunión de música y comunidad
Además de los mensajes crípticos que hicieron parte de su adolescencia, había algo que realmente resonaba: la música breakbeat. Fue un periodo donde las raves se convirtieron en el nuevo símbolo del entretenimiento juvenil. Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. El consumo de drogas y la tragedia marcaron este terreno. Tras la noticia de la muerte de dos jóvenes por el consumo de éxtasis, muchas fiestas adoptaron una línea más cauta, incluso prohibiendo este tipo de música que tradicionalmente atrajo a seres indeseables, lo que generó un “arriba el trance, abajo el breakbeat”.
“Lo que realmente buscábamos era crear un espacio seguro donde todos pudieran venir, disfrutar y desconectar de la realidad. Era un viaje”, dice con nostalgia Álvaro. Las fiestas se establecieron en lugares emblemáticos como el antiguo Lago de los Hippies o la estación de la Cartuja, donde la música sonaba hasta el amanecer.
Convertirse en organizadores de eventos: un desafío inesperado
Al principio, la misión de Álvaro y su grupo era clara: reinventar el ocio nocturno. Pero pronto comprendieron que simplemente juntarse alrededor de un bafle no sería suficiente. “Nos asustó un poco la magnitud que estaba tomando, pero había que hacerlo bien”, confiesa. Al acabar el tercer o cuarto evento, se dieron cuenta de que estaban en medio de algo significativo.
Empezaron a establecer protocolos: quién traía las bebidas, cómo se iban a limpiar los espacios y, lo más importante, cómo repartir flyers en la Alameda de Hércules. Simplemente, estaban creando un nuevo tejido social basado en la diversión y la amistad. ¿A quién se le ocurre hacer un rave en un cortijo? Pero esto no fue solo una locura juvenil; era un acto de resistencia por la libertad de expresión y el deseo de formar comunidad.
Recuerdos imborrables y enseñanzas vivas
Lo que hizo de estos encuentros algo especial no fue solo la música ni las luces de colores, sino la sensación de pertenencia. «Volver a vivir esas noches sería un sueño», reflexiona Álvaro. “Las primeras experiencias de servir drinks y, de repente, ver a tantas personas disfrutar. Fue como dirigir una orquesta, aunque no sabrás si está afinada”. Sin embargo, había sorpresas. “Sí, las drogas estaban presentes, pero el objetivo principal era crear una atmósfera de paz y armonía. Cada vez que cerrábamos una fiesta, varios de nosotros teníamos la sensación de haber construido algo único”.
Mensajes secretos
Hablemos de esos mensajes de texto que recibían como si fueran destinatarios de la CIA. Con el tiempo, esas fiestas nocturnas se convirtieron en algo más que solo diversión; eran aventuras épicas. Álvaro recuerda una vez que se encontraron viajando a Granada para una fiesta que prometía ser «la madre de todas las fiestas». Armados solo con sus teléfonos y un par de mensajes que aludían a una dirección secreta, la búsqueda se volvió casi mística. ¿Era supervivencia urbana o aventura de camping? Dependería de tu perspectiva.
Como no había redes sociales en ese entonces, se estableció una comunidad altamente única y cercana. La conexión era algo palpable, y los encuentros en cada fiesta eran el tejido que unía a todos los «ravers» de la época. “Es increíble pensar que, a pesar de todo, éramos simplemente un grupo de amigos buscando la manera de pasarlo bien”, comenta.
La nostalgia de lo efímero
Hoy, el mundo ha cambiado… o, ¿ha cambiado solo un poco? Muchos de los jóvenes que vivieron esas noches mágicas aún recuerdan con melancolía esos días de libertad. En su libro Andergraun, Álvaro utiliza la narrativa de ficción para contar sus vivencias, mezclando anécdotas personales con historias que otros compartieron con él. “La nostalgia tiene una forma curiosa de hacerte sentir bien, incluso si estabas al borde del desastre”, dice, riendo ante la ironía.
La emoción de aquellos años les ha dejado marcas imborrables. “Lo que escribí resonó con muchas personas que vivieron eso y me dicen que, aunque no todo fue perfecto, sí fue único”. Su intención era restaurar no solo una historia, sino la experiencia de vivir desafiando las normas establecidas, una rebelión artística en toda regla.
¿Y hoy qué?
Hoy, el legado de aquellas raves se siente vagamente en la música electrónica que recorre los festivales y eventos en España, pero la esencia parece estar diluyéndose. Hay quienes llevan aún ese espíritu underground consigo, mientras otros simplemente ven el panorama con nostalgia. “Creo que la jugabilidad ha cambiado, y eso no siempre es malo. Sin embargo, lo que más importa es que los jóvenes de hoy encuentren su propia manera de expresarse y disfrutar”, sostiene Álvaro.
Reflexiones finales
Las historias son poderosas. Con el recuerdo de esos eventos, Álvaro Díaz del Real nos invita a reflexionar sobre lo que significaba el ocio nocturno en su juventud. Y quizás en esto, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué queda de nuestra propia búsqueda de libertad y expresión?.
Las fiestas que empezaron con una chispa en Andalucía siguen resonando, aunque la forma de experimentar el ocio ha evolucionado. Pero, una cosa es cierta: el deseo de crear espacios de conexión y alegría nunca desaparecerá. Las raves fueron una forma de regalo cultural, un recordatorio de que, incluso en la noche más oscura, siempre hay lugar para la luz y los recuerdos compartidos.
Así que, cuando pienses en Andalucía, que no se te olvide ese rincón escondido donde los jóvenes se unieron en un canto a la libertad y la locura, creando una historia que nadie debería olvidar.