La política puede ser un terreno resbaladizo donde las palabras, como sabrás, tienen el poder de construir o destruir. En este contexto, algunas palabras han sido manoseadas tanto que han perdido su significado original. Una de ellas es la palabra “facha”. Si te resulta curioso, te contaré cómo la historia reciente nos muestra que, en ocasiones, la vergüenza se convierte en un concepto elástico, moldeado por quienes tienen el poder de definirlo.

¿Qué es ser facha?

Recientemente, Gabriel Rufián, un conocido político español, afirmó en un programa que “hay que intentar que ser facha vuelva a dar vergüenza”. Interesante declaración, ¿verdad? Pero, ¿quién puede definir con precisión qué significa ser “facha”? La palabra, para muchos, ha llegado a simbolizar actitudes racistas, homófobas, xenófobas, y un sinfín de otros matices que a menudo terminan diluyendo su significado.

Recuerdo cuando era más joven, tenía un amigo que usaba “facha” con tanto desenfreno que me preguntaba si, de repente, ¡todos éramos fachas! Su habilidad para descalificar a otros era casi artística, y me hacía reír pensando en lo fácil que es etiquetar a alguien con una palabra que parece encerrar todo un universo de desprecio. Al final, la discusión terminaba más en risas que en argumentos. Pero, como dice el viejo refrán, «quien ríe último, ríe mejor».

El contexto que rodea la palabra

En un mundo que cada vez se polariza más, el uso de etiquetas se ha vuelto habitual. Rufián, por ejemplo, ha sido una figura que polariza opiniones; no puedes estar en medio. La manera en que muchos han usado la palabra “facha” ha hecho que el concepto se diluya entre diversas ideologías. ¿Te imaginas que alguien te calificara de “facha” solo por no estar de acuerdo en un tema? La verdad es que, durante años, se ha considerado que cualquier oposición al pensamiento progresista suele ser un motivo suficiente para ser llamado de esta forma.

Esto me recuerda a la vez que en una reunión familiar un tío mío se despachó a gusto sobre la política actual, y al parecer, todos sus argumentos eran de “facha” para mis primos más jóvenes. La conversación se tornó un juego de palabras donde, al final, todos nos reímos de la situación, pero no podemos evitar cuestionar: ¿realmente hay un mérito en usar la palabra de forma tan indiscriminada?

La evolución del debate político

El “fachismo” contemporáneo, como observa Rufián, ha evolucionado. Antes, lo que se asumía como vergonzoso, ha pasado a ser un estandarte para algunos grupos. En el caso de Estados Unidos, hemos visto a la figura del expresidente Donald Trump rodearse de personajes controvertidos, y a algunos incluso venerar actitudes que hace unos años habrían considerado inaceptables.

Es como si estuviéramos en una especie de montaña rusa política, donde cada ascenso provoca un grito de emoción y cada descenso, un terror compartido. ¿Dónde estamos realmente? Este es el tipo de pregunta que nos hace reflexionar sobre la dirección hacia la que se dirige nuestra sociedad.

Cada vez que veo situaciones así, no puedo evitar recordar aquella vez que traté de hacer un chiste sobre política en una cena familiar y, claramente, la cosa no salió como esperaba. ¡Los rostros de mis familiares eran un poema! Pero en el fondo, me dio una gran lección sobre cómo ciertas palabras pueden cambiar radicalmente el clima de una conversación.

La responsabilidad de la política

Rufián, por un lado, parece entender que su papel también entra en juego, y aquí es donde la cosa se pone interesante. Hablemos de la responsabilidad política. Cada acción tiene una reacción, y la forma en que se usan determinadas palabras puede reconfigurar los debates en nuestra sociedad. No se trata solo de gritar “facha” cada vez que alguien tiene un punto de vista diferente.

La historia nos ha mostrado que quienes marcan la agenda son, en su mayoría, quienes poseen el poder. Durante años, diversos sectores han presionado para cambiar narrativas, como si el ser “ficcionado” en un rol específico favoreciera su propia causa. Sin embargo, este enfoque tiende a crear divisiones, y de ahí nace la “moral hipócrita” que mencionó Rufián.

Una anécdota, si me permites

Recuerdo una discusión en la universidad acerca de la objetividad en los medios, donde alguien opinaba que cualquier cosa que no apoyara su agenda era “facha”. Una amiga, con su aguda ironía, señaló que probablemente deberíamos crear un “Club de los Fachas” donde todos los que diéramos opiniones distintas pudiéramos reunirnos. ¡Nos reímos tanto que casi nos olvidamos del sentido crítico! Pero, ¿cuántas veces hemos estado en esa situación?

El péndulo de la historia

La historia es un péndulo, y hoy en día parece que, en lugar de buscar puntos en común, el foco se pone en la diferencia. Rufián señala la “corriente de la Historia” que ha cambiado de sentido, y es cierto que cada nuevo extremo deja a la vista el otro. La reacción a lo que muchos llaman “political correctness” y “woke culture” ha avivado aún más conflictos.

¿Realmente es constructivo este ciclo de polarización constante? La verdad es que no necesariamente. Al final del día, no se trata de hacer un nuevo grupo de “verdugos”, como señala Rufián. La pregunta es: ¿qué legado queremos dejar?

La importancia del lenguaje

El lenguaje es una herramienta poderosa. En lugar de destruirnos mutuamente con etiquetas que, a fin de cuentas, pueden ser erróneas o discriminatorias, deberíamos enfocarnos en construir discursos más inclusivos. Y sí, como señala Rufián, parte de eso puede implicar el redescubrimiento de la vergüenza al ser “facha”.

No se trata solo de evitar que alguien sea llamado facha. Se trata de cómo estamos moldeando el futuro. Si empezamos a abordar el tema con humor y empatía, tal vez podamos encontrar respuestas donde hoy hay solo rencor. Ya lo decía mi abuela: “en lugar de un ojo por ojo, una risa por un insulto”.

Un camino hacia el perdón

Hablando de empoderamiento, Rufián también deja espacio para el perdón. Aquí hay un dato interesante: el perdón puede ser liberador tanto para quien lo da como para quien lo recibe. Aunque muchos lo ven como un signo de debilidad, en realidad es un acto de valentía.

Así que, ¿perdonar a Rufián? Bonita idea. ¿Por qué no? Después de todo, parte de la madurez política es reconocer que también podemos estar equivocados. Tal vez él, como muchos de nosotros, está buscando una definición más clara del término “facha” y lamentándose de haber ido demasiado lejos.

Para cerrar este extenso viaje, recordemos que el lenguaje es un arma de doble filo. La manera en que lo usamos define no solo cómo interactuamos, sino también cómo construimos o destruimos nuestras percepciones sobre la realidad.

La risa como salvación

Así que si estás en medio de una conversación política tensa y alguien te lanza un “¡Eres un facha!”, respira hondo. Con un toque de humor y un peldaño de empatía, puedes transformar lo que podría ser un conflicto en una conversación interesante. Fíjate, incluso podrías iniciar un club de “fachas”, completamente ficticio, donde se pueda debatir respetuosamente sobre lo que significa ser parte de cualquier ideología sin caer en la trampa de las etiquetas mal aplicadas.

Al final del día, recordemos que, aunque la política es intensa, no tiene que ser una guerra constante. Podemos encontrar la risa y buscar el entendimiento. Si bien conducirnos por el engranaje de la política puede ser complicado, quizás entre todos, podamos darle forma a un mundo donde ser “facha” —o etiquetar a alguien así— se convierta en algo que realmente nos haga sentir vergonzoso.

Así que, querido lector, la próxima vez que oigas “facha”, pregúntate: ¿Es esto realmente lo que buscamos? ¡La política es para todos y las palabras son para compartir!