La democracia, ese término tan glorioso y a la vez tan complejo, parece estar atravesando por una de esas etapas en las que uno se plantea seriamente si está siendo sensible a las realidades del mundo moderno. ¿Alguna vez has tratado de explicarle a un amigo trivial que las cosas no están tan bien como parecen? Escuché una vez a un profesor decir que la calidad de nuestras democracias es como esos controles de seguridad en los aeropuertos: todo parece estar en orden hasta que realmente se analiza lo que hay debajo. Y, por supuesto, uno se pregunta, ¿realmente estamos a salvo o simplemente estamos ignorando lo que sucede a nuestro alrededor?
Los índices de calidad democrática: ¿realmente efectivos?
Hablando desde la experiencia, recuerdo la primera vez que escuché sobre los índices de calidad democrática, probablemente en una de esas clases donde te sientes más perdido que un pez fuera del agua. Lo discutíamos con tal seriedad que casi podía oír el ruido de las canas creciendo en la cabeza del docente. No sé ustedes, pero hacer un examen sobre la calidad de la democracia siempre me ha parecido algo tan irónico como una película de acción que intenta dar lecciones sobre la paz mundial. Sin embargo, ahí está la realidad: estos índices han comenzado a perder su brillo.
El profesor Ovejero, un orador imponente (y no sólo por sus copiosas canas), sostenía que estos índices se han vuelto obsoletos. La democracia liberal, que antes era un bastión de libertad y justicia, ahora se enfrenta a nuevos retos que estos índices no pueden medir. Aquí hay algo que me ha llamado la atención: si los índices de calidad democrática son como esos detectores de metales en el aeropuerto que solo detectan cosas evidentes, ¿qué pasa con las maniobras sutiles que pueden estar ocurriendo a nuestros alrededor? ¿Cómo se mide algo que no es evidente a simple vista?
Y la verdad es que estos indicadores son increíblemente genéricos. Nos dicen que no hay una dictadura – ¡paz en la casa! – pero no pueden captar el “calor” de las democracias que están sobrecalentándose, como es el caso de muchas naciones en Europa, incluyendo nuestra querida España.
La ingeniosa metáfora del alumno aventajado
Mariñoso, un alumno brillante de la clase, tiene una forma especial de ver el mundo. Un día, mientras hacíamos un repaso, dijo: «Estos índices son como los controles de seguridad de los estadios de fútbol«. Y así es, mi querido lector, esos controles permiten que entremos sin un par de zapatos sospechosos pero ignoran si la afición está a punto de estallar en un tumulto. ¿Qué sentido tiene tener una llamada a la paz si nuestros sentimientos están a flor de piel?
Así que aquí estamos, en un momento en que la calidad democrática parece ser más que un simple número en una hoja de papel. Pensemos un poco: si los índices no nos muestran el verdadero estado de las cosas, ¿dónde buscamos respuestas? ¿Acaso es el trabajo de los ciudadanos alzar la voz y ser conscientes? Puede que la respuesta esté en una combinación de ambas.
Problemas de la narrativa política: nombre y apellidos
Ahora, adentrándonos en lo que ha pasado recientemente, es imposible no mencionar al PSOE y sus maniobras alrededor del sistema electoral. La reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha sido un maratón interminable de ajustes y propuestas. Imagínate intentando explicar a un amigo noruego que intentamos saltarnos las leyes de manera un tanto «creativa». Esa expresión de incredulidad en sus rostros es casi digna de una película de comedia.
Esa fue mi reacción cuando descubrí las peripecias que acompañaban a la renovación del CGPJ bajo la supervisión de Bruselas. Lo inquietante es que todo este proceso puede parecer una trivialidad para algunos, pero hay un trasfondo que no podemos pasar por alto. ¿Esto es realmente democracia, o nos estamos riendo de los principios que intentamos preservar?
Como si no fuera suficiente, el retraso en dicha renovación de cinco años plantea interrogantes sobre el compromiso de nuestras instituciones. Y mientras tanto, en un rincón oscuro, la comisaria Jourová observa el espectáculo resignada, como si fuera a presenciar un partido de fútbol que su equipo ha decidido perder desde el principio.
Lo acontecido en el seno del Gobierno: una danza curiosa
Pasando a los aspectos más curiosos, a menudo me encuentro cuestionando lo que sucede entre los altos funcionarios. Recientemente, los gestos forzados de Pons y Bolaños durante una presentación fueron casi más expresivos que un meme viral. ¿Qué pasaría si les lanzaran una bola de papel? Imagino que sus gestos serios se volverían hilarantes, y es que la falta de compromiso puede ser tan evidente como un chiste burdo.
Pero aquí viene el meollo del asunto: el plazo para presentar propuestas de reforma del sistema de elección del CGPJ ha llegado a su límite. Aquí es donde la historia se vuelve aún más interesante. Dos propuestas están sobre la mesa: una que le gustará al PSOE y otra que se apega más a los estándares europeos. Pero aquí llega el dilema: ¿cuál será la que prevalezca y a qué precio?
Cada vez que me enfrento a situaciones así, recuerdo la famosa frase de que “prometer es deuda”. Uno podría pensar que todo lo que se promete es sagrado, pero en el mundo de la política, parece que las promesas son como esas galletas en un buffet: siempre hay más, pero nunca son las que esperabas.
La influencia de la imagen pública
Las imágenes de nuestros líderes, como esas sonrisas de Pons y Bolaños, nos muestran un lado que a menudo se siente artificial. En el mundo de la política, la imagen pública es crucial. Las sonrisas pueden ser una tapadera para un trasfondo lleno de incertidumbres. La pregunta que debemos hacernos es si realmente estas imágenes reflejan lo que queremos ver o si son meramente una ilusión.
Pensándolo bien, no es de extrañar que el político español García Ortiz se sintiera en la necesidad de declarar: «No necesito habilitación legal expresa para una nota de prensa, soy el fiscal general». Aquí hay una pizca de humor: imagínense a alguien declarándolo en una reunión familiar. “Sí, sí, puedo llevar a cabo mi plan sin que nadie me lo pida, ¡soy el maestro de la improvisación!”.
Lo que se siente como una broma podría ser el eco de un problema más serio y profundo. ¿Dónde trazamos la línea entre la diversión y la responsabilidad?
Reflexiones finales: el futuro de nuestra democracia
Mientras cierro este artículo, espero que estemos todos en un lugar donde podamos mirar más allá de las estadísticas y los índices, donde nuestra comprensión de la democracia exceda el número en el papel. Como sociedad, debemos ser capaces de preguntar: ¿qué estamos haciendo para proteger nuestra democracia?
En un mundo donde los índices de calidad democrática parecen fallar al darnos una base sólida para el análisis, quizás debamos ser nuestros propios índices. Debemos cuestionar, debatir y, sobre todo, ser agentes activos en nuestras comunidades y en nuestro país.
Así que, ¿estamos listos para romper la burbuja de confort y comenzar una conversación más honesta sobre lo que realmente significa vivir en una democracia? La respuesta está en cada uno de nosotros. Y para aquellos que todavía piensan que todo es un juego: esto no se trata de fútbol. Esto se trata de nuestro futuro.
Así que la próxima vez que escuches sobre índices de calidad democrática, tal vez puedas recordar esa imagen de un estadio en plena pelea. La verdadera calidad se mide no solo en los números, sino en cómo nos sentimos al levantarnos cada día y, con gracia o con risas, enfrentarnos a la realidad.