En el cambiante panorama político de España, la voz de Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco (Covite), resuena fuerte y claro. En un reciente discurso durante la entrega del Premio Internacional Covite, sus palabras no solo fueron un recordatorio del dolor que aún persiste entre las víctimas, sino también una poderosa llamada a la reflexión sobre la justicia y la memoria histórica. Pero, ¿qué es lo que realmente está en juego aquí? ¿Estamos escuchando o simplemente dejando que las palabras se pierdan en el aire?
Un relato cargado de dolor y esperanza
Ordóñez es hermana de Gregorio Ordóñez, un concejal del Partido Popular asesinado por ETA en 1995. Su experiencia personal la coloca en una posición única para hablar sobre el sufrimiento que han atravesado tantas familias en el País Vasco. Durante el acto de entrega, no se limitó a recitar hechos; compartió emociones, recordando cómo las víctimas se sienten atrapadas en un sistema que parece más preocupado por la reinserción de los perpetradores que por la memoria de quienes sufrieron. ¿No es irónico? Parecería que la vida de un asesino se considera más valiosa que la de las víctimas.
La presencia de Mario Calabresi, un destacado periodista y escritor, durante este evento subraya aún más la importancia del papel de los medios en la investigación y la divulgación de la verdad. Calabresi ha sido un defensor ferviente de la libertad de pensamiento. En el entorno complicado del País Vasco, donde el miedo aún acecha, su trabajo es más necesario que nunca. Pero hablemos de lo que realmente sucedió en el evento; la atmósfera, la tensión… y tal vez un momento cómico que aligeró el ambiente. Recuerdo cuando alguien, intentando aliviar la situación, dijo que se la pasaba mejor en la fila del supermercado, al menos la única presión era decidir entre la marca de cereal o el de la casa. Todos se rieron, pero la risa se mantuvo en un contexto extremadamente serio.
El temor a la impunidad
Una de las declaraciones más impactantes de Ordóñez fue la comparación que hizo entre las exigencias a las víctimas y las que se imponen a los terroristas. Dijo que «las exigencias que nos dirigen a nosotras son inversamente proporcionales a las que se realizan a los terroristas». Y es que, tras la aprobación de reformas legales que han llevado a la reducción de penas para los etarras, las víctimas de estos actos se ven obligadas a lidiar con el sentimiento de impunidad que se ha instaurado en el discurso político.
Imagínese esto: después de sufrir la mayor de las atrocidades, tener que escuchar que sus verdugos están recibiendo un trato que les permite reintegrarse en la sociedad sin un verdadero arrepentimiento. ¿Acaso no es un insulto a quienes viven con el trauma de perder a un ser querido? Un abuso adicional a su dolor. La presidenta de Covite no se ha quedado en la crítica; ha pedido un compromiso real. «La deuda moral con las víctimas de la sociedad no caduca», dijo con firmeza. ¿Podemos aceptar que un acto tan grave como el terrorismo se trate como un simple error administrativo?
Las exigencias de una sociedad responsable
Ordóñez también abordó la necesidad de un arrepentimiento «sincero» por parte de los etarras. No se trata solo de un perdón de labios hacia afuera; las víctimas merecen una disculpa auténtica y transparente, un reconocimiento de que lo que hicieron estuvo mal. En sus propias palabras, «las víctimas sí reconocen el derecho a una segunda oportunidad para los etarras, siempre y cuando estos hayan hecho públicamente una impugnación de su pasado criminal». Pero, ¿es esto suficiente? ¿Realmente podemos llegar a algún tipo de reconciliación sin una justicia tangible?
El reto que enfrenta la sociedad vasca y, por extensión, la sociedad española en su conjunto, es complicado. Los políticos deben ser responsables y reconocer que «matar, secuestrar, extorsionar o callar de manera cómplice está mal». La historia de las víctimas y sus demandas de justicia es un recordatorio constante de que la paz no se logra sin la verdad.
La voz de partidos y la responsabilidad política
Es natural que, en un debate tan polarizado, la política entre en juego. El papel del PSOE y sus socios ha sido objeto de críticas por parte de Ordóñez. La negativa a exigir un perdón formal de los condenados por terrorismo antes de que puedan presentarse a las elecciones es un tema que genera controversia. “Los etarras han visto reducidas sus penas de prisión con trampas al Estado de Derecho y han visto rebajados los requisitos para ser considerados un agente más de la vida política y social”. Aquí sirve un recordatorio que no podemos pasar por alto: la política no debe olvidar a las víctimas ni su dolor.
Pero, claro, luego están los partidos como EH Bildu que han sido acusados de tener un discurso ambiguo y, en ocasiones, hasta cómplice. Es un juego de palabras, una danza peligrosa en la que la línea entre verdad y mentira se difumina. En este contexto, ¿deberían los políticos ser garantizadores de una memoria histórica que no se olvide?
La necesidad de un cambio en la narrativa
Un punto crucial que Ordóñez subrayó fue la importancia de cambiar la narrativa en torno a ETA. Aún existe un «relato histórico legitimador de ETA» que ha logrado, sorprendentemente, acumular un apoyo social considerable. ¿Cómo podemos enfrentar esto? Para empezar, los medios de comunicación tienen un papel vital. Lamentablemente, no todas las historias que se cuentan son justas o precisas. Aquí es donde entras tú, lector: ¿estás dispuesto a cuestionar lo que lees y a buscar la verdad?
Recuerdo una discusión añeja que tuve sobre el papel de los medios en la narrativa histórica. Uno de mis amigos, aunque bien intencionado, decía que «la verdad está en los extremos». En su mente, la historia sólo se cuenta con bombos y platillos. Aunque sus argumentos eran entretenidos, me hicieron pensar en la importancia de escuchar las voces que han sido silenciadas. La historia debería ser un espacio donde se dé voz a las víctimas, no sólo a los que aún intentan justificar lo injustificable.
Reflexiones finales: donde la historia y la memoria se encuentran
En este contexto tan complejo, podemos observar que la lucha de las víctimas del terrorismo es un microcosmos de la lucha por la justicia en todo el mundo. La historia está llena de personas que han sufrido y que, a pesar de todo, han decidido alzar la voz. El acto de Consuelo Ordóñez no fue solo un acto de memoria, fue un grito de orgullo y resistencia.
Así que, mientras nos dirigimos hacia el futuro y enfrentamos una sociedad cada vez más dividida, recordemos el poder de las palabras y la responsabilidad que carga cada una de ellas. En este camino hacia la reconciliación, quizás no haya respuestas sencillas. Puede que no haya un final feliz. Pero lo que es seguro es que los relatos de las víctimas deben ser el punto de partida para cualquier diálogo. Y recuerda, si alguna vez necesitas un recordatorio de la empatía, sólo tienes que mirar a aquellos que han perdido todo y aún tienen la fuerza para luchar.
Porque al final del día, la lucha por la justicia es también una lucha por nuestra humanidad. ¿Estamos listos para asumir ese reto?