La historia del cine español ha estado tejido con hilos de recuerdos, emociones y, a menudo, con lo que se ha dejado atrás. En este contexto, Carla Simón, una de las cineastas más prominentes de España, se convierte en la voz de una generación que ha vivido entre el silencio y el ruido de un pasado que choquea. Quienes hayan tenido la suerte de ver su última película, Romería, saben que no es simplemente un producto cinematográfico; es una búsqueda del yo, una exploración de la memoria, y, por qué no decirlo, una especie de catarsis. Así como Luis López Carrasco dijo en su reflexión sobre la historia de una década olvidada, Simón también pone en la mesa esta falta de recuerdos vivenciales de una época que, a pesar de todo, dejó una huella indeleble en la sociedad española.
Una década marcada por la euforia y el desengaño
La década de los 80 en España es un mito en sí misma. ¿Cuántas historias hemos escuchado sobre la alegría de la nueva democracia, los colores vibrantes de la movida madrileña y un desenfreno casi poético? Pero, como en toda historia, hay un trasfondo. Simón no está interesada en los clichés que adornan esa época; su exploración se mueve a través de lo personal. Como ella menciona, la historia de sus padres está estrechamente ligada a una generación que se dejó arrastrar por los estragos del sida y la heroína. «La de mis padres fue una generación sepultada por el tabú de las drogas», comenta Carla.
¿Verdaderamente se puede hablar de “memoria” cuando hay tanto en juego en términos de dolor y pérdida? Es esta la pregunta que nos lanza Carla mientras se adentra en las profundidades de su propia historia familiar en Romería.
Romería: un espejo hacia el pasado
La película, que sigue a Marina, una joven de 18 años en su búsqueda de la verdad sobre la identidad de su padre, se presenta como un viaje de redescubrimiento. Carla utiliza la narrativa de Marina como un medio para abordar cuestiones más amplias: la pertenencia, el legado y la necesidad humana de entender de dónde venimos.
Las cartografías de la memoria son complejas. Con cada giro de la trama, Carla se enfrenta a sus propios recuerdos y a la falta de ellos. «Es increíble como cada vez que intento desentrañar el pasado de mis padres, me doy cuenta de lo limitado que es mi acceso a la historia», dice en un momento reflexivo. Esa búsqueda de la verdad nos toca a todos, ¿o no? Todos tenemos cadenas en nuestra historia que nos gustaría romper, historias familiares que quedan en la penumbra.
Terapias de memoria: el arte de recordar
En su viaje, Carla no solo ha hecho cine; también ha explorado el terreno de la psicología y la terapia. «He probado varias terapias», suelta entre risas, «una de ellas implicaba mirar un palo y encontrar recuerdos en un estado casi de hipnosis». Si alguna vez has intentado recordar algo que estaba justo en la punta de tu lengua y no puedes, comprende ese momento de frustración que parece tan humano. Carla ha llevado esta experiencia a un nuevo nivel, incluso desafiando sus propios miedos y construyendo conexiones donde sólo había un vacío.
«Mis recuerdos son una mezcla de lo que viví y lo que imagino. Es un poco esotérico, pero me ha ayudado a entender mejor la historia que quiero contar», explica. Y aquí es donde el proceso creativo se vuelve universal: todos enfrentamos un pasado del que no siempre tenemos todas las respuestas.
La voz de una generación
Romería no es solo una película sobre el pasado de Carla; es un reflejo del presente. «¿Cómo hablamos de la historia de los muertos que no son parte de la memoria histórica tradicional?», pregunta. En un contexto donde a menudo se eligen olvidar las tragedias asociados a la droga y al sida, Carla aborda estos temas con respeto y sofisticación. «Las vidas perdidas por el sida son tan importantes como las de quienes murieron en la Guerra Civil», sostiene.
Ahora más que nunca, contar estas historias es vital. Carla Simón se posiciona como una narradora que se atreve a abrir las puertas de la memoria colectiva, recordándonos que todos somos productos de nuestras experiencias, ya sean dulces o amargas. Quien haya tratado de encontrar su lugar en el mundo, como muchos de nosotros, resonará con su búsqueda.
Las dificultades de la creación: del sueño a la realidad
No todo es un camino de rosas en la realización de una película. «La producción se convierte en un juego de azar», dice Carla, refiriéndose a los imprevistos que surgen durante el rodaje. Un día llovió. No solo eso, sino que también una de las cámaras cayó al mar debido al viento. «Abrazar lo imprevisto es nuestro lema», comenta también María Zamora, la productora de la película, con un tono entre resignado y divertido.
Y claro, ¿quién no ha tenido días en los que todo parece ir al revés? En esos momentos, recordar por qué comenzamos algo puede ser un desafío.
La magia de la creatividad: aprendizajes y riesgos
Para Carla, cada rodaje es una oportunidad para explorar algo diferente. La presión que podría haber sentido tras el éxito de su anterior película, Alcarràs, se convierte en una oportunidad para innovar. «No quiero repetir la fórmula», enfatiza. Esa gana de arriesgarse y adaptarse es un recordatorio de que en el mundo del cine, como en la vida, la evolución es esencial.
Al final, la historia de Romería es más que un simple relato personal; es un viaje de descubrimiento, una reflexión sobre la memoria colectiva y una llamada a la acción para que exploremos el pasado de nuestros propios antepasados. En un mundo repleto de distracciones y ruido, este tipo de historias nos recuerda la importancia de escuchar.
Cerrar el ciclo: hacia una nueva percepción de la historia
La importancia de la memoria es innegable. La obra de Carla Simón nos invita a reflexionar sobre nuestras propias historias. ¿Cómo los ecos del pasado influyen en nuestro presente? ¿Estamos listos para abrir conversaciones difíciles sobre el dolor y el amor? Romería, como obra cinematográfica, no solo destaca la traición del silencio, sino que también señala la necesidad de reescribir la narrativa. ¿No todos buscamos una voz que nos represente?
A través de su personal y emotiva película, Carla Simón se convierte en un puente entre generaciones, animándonos a enfrentar nuestros propios pasados. En cada fotograma, en cada recuerdo compartido, hay una posibilidad de redención, una historia que espera ser contada. Así, Carla no solo crea cine; crea memoria, crea amor, crea vida.
Así que, ¡espero que te animes a ver Romería! Necesitamos más historias que nos conecten, que nos hagan cuestionar, que nos empujen hacia una versión más completa de nuestro relato colectivo. Porque, al final del día, todos estamos en busca de algo: un poco de memoria, un poco de amor, y quizás, solo quizás, un poco de magia en medio de todo.