Si hay algo que me encanta del teatro es su capacidad para transportarnos a otros tiempos y lugares, especialmente cuando se trata de un periodo tan convulso como la Guerra Civil española. Y hablando de transportes, es imposible no mencionar la última gran obra del dramaturgo y director Andrés Lima, titulada simplemente 1936. Esta obra ha sido calificada como su «Moby Dick», lo que ya de por sí hace que me imagine a Lima decomponiéndose por la búsqueda de su famosa ballena. Y créanme, amigos, ha encontrado una pieza maestra que no deja a nadie indiferente.
La valentía de 1936
Al anunciar que el título era 1936, el mismo Lima admitió que estaba haciendo una declaración osada. Esta no es solo una representación de una guerra; es un grito a la memoria que resuena con ecos de dolor y esperanza. Con una duración de más de cuatro horas, sí, leyeron bien, cuatro horas de recorrido por la historia, Lima nos propone una experiencia teatral tan intensa que, al final de cada acto, uno se siente como si hubiera vivido un día entero en el año de la guerra.
Y no, no es solo un monólogo ensordecedor acerca de batallas y políticos que se pelean por el poder. No, mis estimados lectores, se trata de un montaje orgánico donde fluye no solo el texto, sino también las emociones. Las risas, las lágrimas, los estremecimientos, y sí, ¡hasta esos momentos de shock! Todo esto envuelto en una escenografía que, honestamente, es un festín para los sentidos, gracias a pantallas y un escenario circular que te atrapa.
Un viaje en tres actos
Dividida en tres actos, la obra comienza con un estallido. Imagínate, estás sentado, disfrutando de tu café, y de repente ¡boom! Estás en medio de la guerra. Es un comienzo tan abrupto que te hace preguntarte: «¿Estoy realmente preparado para este viaje?» En el primer acto, Lima nos balancea cuidadosamente entre el horror y la realidad de la guerra, permitiéndonos vislumbrar lo que significó para los que realmente vivieron esos momentos.
El segundo acto retrocede en el tiempo y nos lleva a dar un vistazo a la República, mostrando cómo las intrigas políticas estaban tan apiladas como los platos en mi lavavajillas después de una cena con amigos: desordenado y lleno de potencial para un conflicto mayor. Sí, la política siempre ha tenido su lado oscuro, y Lima se asegura de que lo veamos con ojos, no solo de espectador, sino de alguien que quiere entender de verdad lo que está sucediendo.
Finalmente, el tercer acto—más emocionalmente corto, pero no menos potente—nos confronta de manera directa con la Batalla del Ebro y sus consecuencias. Ahí es donde uno empieza a preguntarse: «¿Qué hemos aprendido de esto?» Porque en el clímax, Lima nos enfrenta con nuestro presente, en un recordatorio de que la historia es cíclica.
La historia a través de personajes
Una de las cosas que me emocionó profundamente es que Lima decidió que esta obra no debería ser solo una interpretación de eventos, sino que debería ser contada a través de personajes que, de una forma u otra, nos son familiares. En ese aspecto, 1936 se parece más a un diario íntimo compartido que a un meramente narrativo. Hay un diario de una joven barcelonesa que vive las atrocidades de la guerra y que le da un toque de humanidad a la representación.
Incluso las actuaciones son una clase de maestría. Primero, veamos a Alba Flores, quien brilla como La Pasionaria. En un momento, se convierte en una cupletera de Madrid en medio del crujido de la guerra, y es imposible no engancharse con su actuación. Luego está Willy Toledo, quien captura con su interpretación de un general Yagüe seguramente inigualable, un chulo macarra al que uno no quisiera encontrar en un callejón oscuro.
Y si pensaban que me olvidaría de Blanca Portillo, piensen de nuevo. Portillo permite que su personaje, una viejecita golpeada por el tiempo, resplandezca con una sabiduría y garra que, créanme, muchos en la audiencia deseamos tener. ¿Y saben qué es lo más emocionante? Que ninguno de estos personajes sobra. Cada uno agrega un matiz necesario a esta rica fabricada de la historia.
La música como hilo conductor
Ah, la música. ¡Qué bello concepto! En medio del caos de la guerra, la presencia del Coro de Madrid actúa como el hilo que conecta todas las piezas. Ellos no solo son un grupo de cantantes, sino la representación de una generación que se siente perdida, atrapada, y en estado de pánico ante una realidad abrumadora. Ellos son los jóvenes que corren por las calles de Madrid buscando refugio. ¿Quién puede olvidarse del poder que la música tiene para elevar o romper el ánimo?
Entre los machacantes ecos de la guerra y el canto eufórico de un coro lleno de vida, la obra te recuerda que incluso en los momentos más oscuros, la humanidad y el arte pueden salir a flote. ¿Acaso no es eso lo que nos hace humanos?
Reflexiones sobre el conflicto y la memoria
La obra se siente relevante no solo en su contexto histórico, sino también en la forma en que presenta la memoria. Es un ejercicio necesario y, a veces, doloroso recordar lo que hemos pasado como nación. En palabras de Lima, “el conflicto sigue vivo”. Me atrevería a decir que en una sociedad donde la polarización y la desinformación están en aumento, esto es más cierto que nunca.
Lima lanza interrogantes que nos afectan a todos: “¿No es un acto democrático devolver los cuerpos de estos muertos a sus familias?” Con cada pregunta lanzada por los personajes, uno se siente obligado a reflexionar sobre su propia posición respecto a la memoria histórica. ¿Qué hemos hecho con las lecciones del pasado?
La política en 1936
Algunas personas podrían alegar que hay demasiada política en la obra. Pero, amigos, la política está en todas partes. ¡Hasta en la lista del supermercado! ¿Quién puede evitarla? La obra se convierte en un espacio donde se invita al público a involucrarse. Las cuestiones sobre los derechos y las libertades perdidas a lo largo de la historia son suficientemente relevantes hoy en día como para que no podamos, ni debamos, ignorarlas.
¿Qué somos sin la memoria de nuestro pasado? ¿Sabríamos realmente quiénes somos sin esos hilos que tejen nuestras historias familiares?
Un legado vibrante
Por último, pero no menos importante, 1936 puede ser catalogada como la obra del año. Siempre me ha fascinado cómo algo tan trágico como la guerra puede dar lugar a obras de arte tan bellas e importantes. La capacidad de Andrés Lima para entrelazar hechos históricos con un enfoque personal y aplicable al presente nos recuerda que la historia puede ser nuestra maestra más severa, pero también la más sabia.
Al salir de la obra, reflexioné sobre cómo la memoria y el arte tienen el poder de construir puentes entre generaciones y, quizás, de darnos la esperanza necesaria para que no olvidemos lo que realmente importa. Entonces, la próxima vez que necesiten un respiro de la dura realidad, piensen en la guerra, piensen en 1936, y pregúntense: “¿Qué están dispuestos a recordar?”
Y así, queridos lectores, los dejo, con ese eco en el fondo de su mente que, como el sonido de una bomba, quizás les haga saltar, pero también les invitará a pensar y a reflexionar sobre el camino que hemos recorrido y hacia dónde nos dirigimos. ¿Listos para sumergirse en el complejo entramado de nuestra historia? ¡Nos vemos en el teatro!