La vida en una gran ciudad siempre tiene sus desafíos, y más cuando eres un vendedor ambulante; esa figura entrañable que todos hemos visto, pero pocos han intentado entender. En Madrid, un grupo multidisciplinario de hombres y mujeres, conocidos como ‘chupacheros’, ha encontrado su espacio en las estaciones del metro. ¿Te has preguntado alguna vez cómo es trabajar horas y horas vendiendo dulces en el transporte público? ¡Vamos a descubrirlo!
Un dulce negocio en tiempos difíciles
Estando en Madrid, no hay forma de escapar de un fenómeno tan curioso como encantador: las ventas ambulantes. En el corazón de esta vorágine de vida y movimiento, encontramos a Raúl y Carlos, hombres de origen peruano. Con un humor contagioso y una sonrisa siempre lista, cuentan cómo el trabajo de ‘chupachero’ es más complejo de lo que muchos piensan. «Todos los chupacheros somos peruanos», dice Raúl, riendo como si compartiera un chiste interno.
Estos vendedores no solo se agrupan por afinidad cultural, sino que han organizado su trabajo a través de WhatsApp, una herramienta indispensable en la era moderna. Imagínate la escena: 50 personas, cada una vendiendo lo que puede, repartiendo las líneas de metro y eligiendo sus mejores estrategias para no chocar en el mismo andén. ¿No suena a una película cómica?
Un día en la vida de un chupachero
La rutina laboral de un chupachero en Madrid es todo menos aburrida. Trabajan hasta 15 horas al día sin salir de las estaciones para minimizar gastos, enfrentándose a la adversidad de pedir que la gente les compre sus productos. «A veces te ignoran o te botan del tren», comparte Carlos, al tiempo que se encoge de hombros, como si ya hubiera hecho las paces con el rechazo. Pero, claro, también hay momentos de solidaridad, incluso con aquellos que no compran. «Es gratificante cuando un español o un latino te anima», dice Raúl, con los ojos brillantes.
Ser un ‘chupachero’ no es un camino pavimentado de rosas. A menudo se enfrentan a la mirada crítica de los pasajeros y a la vigilancia de los agentes de seguridad. “¿Tú no serás ‘secreta’, no?”, bromea uno de los vendedores al ser interrogado sobre su situación. Las risas y la camaradería entre ellos son parte del alivio en su dura jornada.
La historia detrás de los Bon Bon Bum
Para aquellos que no están familiarizados, el Bon Bon Bum es un chupachup que se ha convertido en la estrella de la venta ambulante en Madrid. Pero más que un simple caramelo, este dulce encierra una historia afectiva que trasciende generaciones. Raúl menciona que muchas personas no compran por caridad, sino porque recuerdan su infancia, ese sabor que traía alegría y despreocupación.
Colombina, la empresa detrás de estos populares caramelos, produce alrededor de 160 millones de Bon Bon Bum al mes y está presente en más de 70 países. Sin embargo, saber que ese dulce se vende en las estaciones de metro puede no parecer tan deslumbrante a primera vista. Pero ¿qué tan fácil es vender estos productos cuando la competencia es feroz?
La competitividad en la calle
En algunas ocasiones, los ‘chupacheros’ también ofrecen descuentos que van desde un euro por tres chupachups hasta paquetes especiales. Pero ojo, que no todo lo que brilla es oro. “El primer intento de vender, siempre es el más complicado», asegura Carlos. Las tácticas de ventas van desde ofrecer productos en mano hasta disminuir el precio con la esperanza de atraer a un cliente ansioso por satisfacer su antojo de dulces.
“Tenemos la meta de vender 10 bolsas al día”, enfatiza Raúl, casi como si fuera un mantra. Pero, al final, la humildad de estos hombres no se mide por las ventas, sino por la dignidad de su esfuerzo diario. ¿Cuántos de nosotros podemos decir que hacemos lo que sea necesario por sobrevivir?
El papel del sistema
Uno de los aspectos más fascinantes es la legalidad de su trabajo. Aunque la venta ambulante no es estrictamente un delito en Madrid, es un terreno pantanoso que puede implicar procesos administrativos complicados. Según las autoridades del transporte público, si se detecta venta ambulante, los vendedores simplemente son desalojados de las instalaciones. Sin embargo, los vendedores están en una constante batalla contra la incertidumbre. “No entiendo por qué nos quitan los chupachups si vienen de una tienda completamente legal,» pregunta Raúl, evidenciando la contradicción del sistema.
La confianza es clave aquí; muchos de los vendedores no tienen miedo a que les quiten su mercancía, sabiendo que es parte de un juego más grande. Pero, ¿qué pasaría si un día la suerte se les acaba? Esa pregunta se hace eco en el corazón de Raúl y Carlos mientras esperan que el día termine.
El futuro de los ‘chupacheros’
Ah, el futuro… un concepto que genera tanto miedo como expectativa. Muchos de los vendedores, incluyendo a Raúl, están en espera de llegar a dos años en Madrid para poder solicitar la regularización por arraigo. “Entré en este negocio por un amigo”, comenta, con determinación en su voz. La esperanza y el deseo de una vida mejor son la gasolina que los impulsa a seguir adelante.
Hoy, cuando pasamos por el metro y vemos a un ‘chupachero’, quizás recordemos que tras cada caramelo hay una historia, esfuerzos y un esfuerzo constante por salir adelante. La comunidad latina en Madrid es muy fuerte, y su apoyo que reciben entre sí es parte fundamental de su motivación. “Hay quienes simplemente dan un euro sin querer nada a cambio; nuestros compradores son una comunidad», dice Carlos.
Reflexiones finales
Interaccionar con estas personas no es solo comprar un dulce; es reconocer su lucha, su historia y la vida de miles que, como ellos, buscan una oportunidad en otro país. Al hacer una pausa y mirar más allá de la superficie, podemos ver el verdadero valor de lo que están vendiendo: una conexión con la nostalgia, historias de resiliencia y un sabor que, para muchos, simboliza la niñez y el hogar.
Entonces, la próxima vez que veas un adorable ‘chupachero’ ofreciendo su mercancía, ¿te detendrás a comprar un Bon Bon Bum o pasarás de largo? La decisión es tuya, pero recuerda: en cada caramelo hay un grano de historia, un deseo de dignidad y un recordatorio de que, en el dulce arte de sobrevivir, todos jugamos un papel.