La política española, siempre en el ojo del huracán, ha vuelto a encontrar su camino hacia el escándalo y la controversia. En esta ocasión, todo gira en torno a Víctor de Aldama, un empresario que ha puesto en jaque a las cúpulas del PSOE y de Sumar con sus acusaciones de corrupción que salpican a altos cargos del Gobierno. Pero, ¿qué hay detrás de estas acusaciones? ¿Hasta qué punto puede afectar la credibilidad del Gobierno en un momento en que España necesita estabilidad? Acompáñame en esta reflexión entre el drama político y el deseo de ciertos líderes de mantener el rumbo.

Una tormenta en un vaso de agua: por qué las acusaciones no deberían asustarnos

Vayamos al grano: cuando Víctor de Aldama lanzó sus acusaciones, muchos se fruncieron el ceño y otros se rasgaron las vestiduras en la sede del Gobierno. Sumar, la coalición liderada por Yolanda Díaz, ha mostrado una notable calma ante la situación. ¿Es esto una muestra de pragmatismo político o de indiferencia? Para ser honesto, creo que es un poco de ambos. Si hay algo que hemos aprendido a lo largo del tiempo es que la política es más como un juego de ajedrez que una partida de dominó.

Recuerdo una vez, durante una cena con amigos, donde un amigo se puso a hablar sobre las últimas elecciones. Hablaba con tanta pasión sobre los candidatos y las promesas incumplidas, que al final terminó por convencernos a todos de que deberíamos salir a votar. Sin embargo, la discusión se tornó en risas cuando otro amigo, con un tono burlón, dijo: «¿Y si solo votamos para que nuestros amigos tengan un motivo para quejarse los siguientes cuatro años?». En este caso, un poco de humor puede revelar verdades incómodas.

Sumar: ¿preocupación real o solo ruido mediático?

Las fuentes dentro de Sumar han manifestado su inquietud sobre el desgaste que estas acusaciones pueden causar en la imagen pública del Gobierno. Lo que me parece sorprendente es cómo, en pleno siglo XXI, seguimos lidiando con la percepción de los medios y cómo pueden torcer la realidad. La genuflexión de algunos políticos ante la prensa siempre me ha parecido algo que raya en lo cómico. Y es que, ¿de verdad creemos que una acusación sin pruebas puede decretar el fin de un Gobierno?

Así como Sumar, el PSOE también se ha mantenido a la defensiva, considerando que Aldama no ha presentado ni una pizca de evidencia sólida para respaldar sus afirmaciones. Sin embargo, la preocupación está en que las acusaciones, aun sin fundamento, pueden generar un efecto de desapego entre los ciudadanos y la política en general. ¿Por qué? Porque lo que los medios proyectan impacta en la percepción pública.

La encadenada de irregularidades que deslizan hacia un lado oscuro

Hay un hecho curioso que no quiero dejar pasar: las acusaciones de Aldama involucran a José Luis Ábalos, quien fue el número dos del PSOE y se menciona en una trama de corrupción. Y aquí llega la pregunta del millón: ¿cuánto sabe, realmente, un número uno sobre lo que hace su número dos? Personalmente, me resulta difícil de tragar. Recuerdo cómo en una vez en la oficina, cuando un compañero hizo algo descabellado, nuestro jefe se la pasó desmintiendo que él tuviera algo que ver. “Yo solo corto el papel”, decía, “lo que hagan ustedes con él es otro tema”.

Lo cierto es que las acusaciones han eclipsado logros del Gobierno, como la aprobación de un paquete fiscal que constituye un hito importante en medio de una negociación difícil. ¿No es irónico cómo el escándalo puede desviar nuestra atención hacia lo positivo?

Los números no mienten: el descontento hacia la clase política

Las preocupaciones manifestadas por Sumar son especialmente relevantes en el contexto de un reciente sondeo de La Vanguardia, que coloca a los políticos entre los principales problemas del país, por encima de la vivienda. Esta es una alarma que suena en todos los rincones de la política española. ¿No les suena familiar? Imaginen a alguien que se queja de no tener luz en su casa, pero a su vez se siente frustrado por el hecho de que en la esquina se están hartando de promesas sin cumplir.

Es natural que la ciudadanía siente este desgaste. Yo mismo he sido parte de conversaciones en las que esta falta de confianza se hacía palpable. Las quejas sobre la corrupción fluyen como un torrente. “Si al menos hicieran algo útil”, decía un amigo, “sería más fácil confiar”. Cuánta verdad hay en eso.

Pedro Sánchez en la mira: el dilema de la “responsabilidad in vigilando”

Mientras el escándalo creció, Podemos se subió al tren de las acusaciones. Sus miembros han exigido a Pedro Sánchez que explique su “responsabilidad in vigilando” respecto a Ábalos en la trama. Este tipo de acusaciones son como una partida de dominó: al tocar una ficha, todas caen. ¿Santiago Carrillo, el viejo lobo de la política española, estará mirando esto con una sonrisa de asentimiento?

Las exigencias de explicaciones en el Congreso son solo otra forma de dar la vuelta al dilema intrínseco: ¿qué tan responsables somos nosotros, los ciudadanos, de la corrupción de los que elegimos? Ah, sí, esos días en los que todos prometían que “nuestro voto cuenta”. Parece que cada elección es simplemente un ratón de biblioteca en un mar de cats.

¿Desafíos por delante? La estabilidad parece lejana

Es extremadamente complicado que el Gobierno logre mantener la estabilidad en medio de tempestades políticas. Sin embargo, tanto desde Sumar como desde el PSOE, se siente un optimismo palpable sobre la aprobación de los Presupuestos 2025. Aún más: se aplaude la confianza en que, a pesar de los escándalos, hay una legislatura “larga” por delante.

Y aquí hay algo que me hace reflexionar. ¿Dónde se sitúa esa esperanza en un contexto de desconfianza? No se trata solo de desear una estabilidad; se necesita un esfuerzo genuino para ganarse la confianza del electorado.

Conclusión: política, corrupción y la búsqueda incesante de confianza

En tiempos convulsos, uno se pregunta: ¿son las afirmaciones de Aldama un llamado a despertar o un eco de un pasado que muchos quieren olvidar? A medida que se intensifican las críticas y se exige más transparencia, es cada vez más evidente que, para el Gobierno, la tarea a futuro consiste no solo en demostrar estabilidad, sino en devolver la fe a una ciudadanía que, en ocasiones, se siente rehén de un sistema que no comprende ni confía.

Como ciudadanos, nuestra voz, nuestro voto y nuestro interés no solo cuentan; también representan la espera a un cambio que, por ahora, parece lejano. En el fondo, todos deseamos que la política sea un campo fértil para el bienestar colectivo. Es mi esperanza que cada uno de nosotros pueda encontrar su voz y que juntos, podamos navegar por estas tumultuosas aguas. Así como en la cena con mis amigos, al final, quizás solo queremos que alguien sea responsable y haga de este un lugar mejor.

Esto es lo que realmente cuenta, ¿no? ¿Un poco de confianza en el futuro no vendría bien?