La política y la construcción de vivienda en València están dando mucho de qué hablar. Y no porque la ciudad tenga que lidiar con problemas de vivienda tan complejos; no, esta vez la historia se enreda en una telaraña de intereses familiares y cuestionamientos éticos que podrían hacer sonrojar a más de uno. ¿Desde cuándo los contratos de vivienda protegida generan tanto polémica? Vamos a desmenuzar este asunto que parece sacado de una novela de intriga.
Un barrio devastado: la DANA y sus consecuencias
El 29 de octubre marcó un antes y un después en parte de València. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) no solo dejó calles inundadas, sino que también arrasó vidas y esperanzas. Mientras algunos vecinos trataban de recuperar lo perdido, otros veían cómo surgía una oportunidad dorada para hacer negocios. Porque, seamos sinceros, a veces el destino parece tener un sentido del humor bastante particular.
Mires donde mires, el impacto de ese fenómeno meteorológico no ha sido solo físico. Muchos sienten que la recuperación ha sido un juego de cartas en el que algunos tienen la mano ganadora y otros solo tienen un par de tristes tréboles. En medio de este caos, el Ayuntamiento de València, bajo el liderazgo de la popular María José Catalá, ha puesto en marcha la adjudicación de un ‘supercontrato’. Suena bien, ¿verdad? Pero, ¿quiénes son los verdaderos beneficiarios?
El ‘supercontrato’: una jugosa oportunidad para pocos
El Ayuntamiento ha decidido avanzar en la construcción de 221 viviendas de protección pública, algo que, en teoría, debería ser una gran noticia para los ciudadanos. Pero la historia se complica. Todo empieza con la propuesta presentada por Javier Timoner Lloret, el esposo de la diputada del PP, Alma Alfonso Silvestre. ¿Acaso ese apellido no suena un poco conocido? ¡Claro que sí! Es una hermosa coincidencia, como una lotería en la que siempre le toca al mismo.
Pero no entremos en teorías conspirativas aún. La situación se torna sospechosa cuando el PSPV-PSOE exige la suspensión del proceso de adjudicación tras revelarse la conexión familiar de Timoner con la alta esfera política. Vaya, parece que la sombra de la nepotismo se cierne sobre València. Este contrato podría significar unos ingresos netos de 155 millones de euros para el promotor, quien, no nos olvidemos, es el único participante en la licitación. ¿Es esto una jugada limpia, o hay algo que huele a pescado podrido?
La mesa de contratación: ¿un guardián o un cómplice?
La mesa de contratación dio el visto bueno a Timoner como único licitador. Según el informe del servicio técnico, la empresa pasó las pruebas de forma y conveniencia. Sin embargo, este mismo informe lanza una advertencia: “No se ha procedido a verificar el cumplimiento pormenorizado de la legislación urbanística vigente”. Es como si dijéramos, «¡Bienvenido a la fiesta! Pero, eh, no esperes revisar quién está en la lista de invitados.»
Aquí es donde comienza el verdadero drama. ¿Puede una mesa de contratación admitir un proyecto cuando el proceso no cumple con los estándares técnicos necesarios? Eso sería como dejar que un perro cuide de un costoso filete en la mesa, esperando que no lo devore mientras estás en otra habitación. Honestamente, con la cantidad de débil transparencia que hay en este asunto, me siento tentado de colaborar para un nuevo reality show titulado: «¿Quién se llevará el contrato?»
Un futuro incierto para la vivienda protegida en València
Si Timoner logra hacerse con el control de estas 221 viviendas, no solo gestionará los inmuebles durante 65 años, sino que también podría optar a una extensión de 10 años adicionales. Hablamos de una cifra que podría ascender a la friolera de 315 millones de euros por arrendamientos, garajes y trasteros. Eso, amigos míos, es un goloso negocio.
Y mientras tanto, el vecindario que padeció los estragos de la DANA se pregunta por qué la adjudicación recae sobre el marido de una diputada del PP. En cualquier reunión de bar, con una cerveza en mano, esto desencadenaría un torrente de comentarios y risas nerviosas. “¿Acaso no hay otros interesados?”, se preguntarían los presentes, «¿Por qué no hay más competencia en una situación tan crítica?»
¿Es esto normal?
Preguntémonos: ¿Es normal que un único promotor tenga la ventaja en un proceso de adjudicación de este tamaño? La respuesta es inquietante. La gente a menudo siente que el sistema está lleno de compadrazgos y movimientos detrás de bambalinas. ¿Y qué pasa con los miles de ciudadanos que han verdaderamente necesitado esas viviendas? La duda persiste, y la falta de alternativas nos deja sin aliento.
Al final del día, el drama se centra no solo en la adjudicación, sino en cómo la política, el nepotismo y los intereses económicos parece que están rebasando el bienestar de la comunidad. Con todo esto, ¿acaso hay espacio para la ética en la construcción de viviendas protegidas?
Un toque de esperanza: el papel de la comunidad
Sin embargo, en medio de este oscuro panorama, hay una luz que se alza: la voz de la comunidad. Los ciudadanos de València están llamados a participar, a cuestionar y a pedir transparencia en los procesos que afectan su vida. Porque, si algo hemos aprendido en los últimos años, es que la política puede ser un juego de sombras, pero los ciudadanos con voz son una fuerza imparable.
La colaboración entre vecinos, organizaciones y movimientos sociales es crucial. La pregunta no es solo qué se va a construir en sus barrios, sino quiénes realmente se beneficiarán.
Conclusiones y un futuro incierto
Volviendo al principio de nuestra charla, la adjudicación del ‘supercontrato’ por parte del Ayuntamiento de València es solo la punta del iceberg. Hay más en juego aquí que simples números; hay vidas, esperanzas y la justicia que todos deseamos alcanzar.
Mientras las papas calientes siguen rodando, te invito a reflexionar: ¿qué pasaría si el próximo contrato que se adjudique no tuviera nada que ver con familias y políticos? ¿Qué ocurriría si en vez de un «quien se arrime», hubiera un proceso genuino y transparente en el que toda la comunidad pudiera participar? Eso sería un cambio radical, pero no imposible.
Así que, sigamos atentos. La historia aún no se ha escrito por completo, y lo que está en juego es mucho más que solo ladrillos. Es un llamado a la acción; una llamada a recordar que, al final del día, no solo construimos viviendas, sino también la comunidad en la que queremos vivir.