En los últimos meses, la riada de Valencia ha dejado una huella imborrable en la sociedad española. Ver cómo la naturaleza puede desatar su furia y devastar vidas es algo que no solo causa conmoción, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestra humanidad. Aquellos que se vieron afectados por este terrible evento no solo han recibido ayuda de los servicios públicos, sino que la solidaridad de los voluntarios ha sido un rayo de esperanza en medio de la tragedia. Pero, ¿qué nos dice esto sobre la sociedad en la que vivimos? ¿Estamos realmente unidos o solo reaccionamos cuando ocurre lo peor?

La respuesta solidaria que sorprendió a todos

Recuerdo una noche de verano hace unos años. Estaba en una pequeña playa de Valencia, disfrutando del atardecer con amigos. La brisa marina traía consigo risas y despreocupaciones; nadie podía imaginar que la misma ciudad sería escenario de una catástrofe tan devastadora. Las imágenes de solidaridad que comenzaron a fluir tras la riada, con personas uniendo fuerzas para ayudar a los damnificados, me recordaron a esa época. Se desvanecieron las diferencias y las personas se unieron por una causa común.

La Cruz Roja, Cáritas, Oxfam Intermón, y muchas otras organizaciones dieron un paso adelante. La abnegación mostrada por los voluntarios, incluidos bomberos, policías y militares, fue un recordatorio de que, en momentos de crisis, el individualismo del capitalismo puede ser desafiado por la fraternidad. Pero, ¿es esta solidaridad un fenómeno temporal o un cambio hacia una sociedad más involucrada y consciente?

La importancia de la preparación y la organización

Una de las lecciones más importantes que ha dejado la riada es que la fraternidad no surge de la nada; es un proceso que requiere preparación y organización. En Valencia, gracias a la existencia de entidades robustas, la respuesta fue rápida y efectiva. ¿Te imaginas qué hubiera sucedido sin la previa estructura de organizaciones sociales? El caos podría haber sido aún peor.

Sin embargo, no todo es color de rosa. A pesar de la respuesta efectiva, fue lamentable ver la negativa inicial de la Generalitat Valenciana a aceptar ayuda de bomberos de otras comunidades. Fue un recordatorio de que, a veces, la política puede interponerse en el camino de la solidaridad. Pero, ¿realmente deberíamos esperar algo diferente de nuestros gobernantes?

Protestas: una señal de que algo no está funcionando

Mientras la ayuda fluía, las protestas ciudadanas comenzaron a surgir. La gente reclamaba respuestas sobre qué había salido mal antes y después de la tragedia. Según el profesor Joan Vergés Gifra, estas acciones son esenciales en sociedades democráticas. Y yo me pregunto, ¿es ahora más relevante que nunca cuestionar a quienes están en el poder?

Las cifras hablan por sí solas. Desde 1994 hasta 2018, las manifestaciones en España crecieron de 10,902 a 53,726. Globalmente, el número de protestas ha aumentado significativamente, reflejando la insatisfacción de las personas con el status quo. ¿Acaso la riada de Valencia es solo un evento más en una serie de descontentos que atraviesan el mundo?

La respuesta parece ser sí, y no sería acertado ignorar lo que esto implica. Las protestas, impulsadas por desigualdades socioeconómicas, son una llamada de atención. El último libro de Vergés, «La protesta i la queixa», subraya cómo la protesta no solo es un grito de auxilio, sino también un acto de democracia en sí mismo. Esto me lleva a pensar: ¿ser protestar la forma más pura de expresar nuestra verdad colectiva?

El impacto de las desigualdades económicas

Los afectados por la tragedia de Valencia pertenecen en su mayoría a barrios desfavorecidos. La conexión entre la desigualdad económica y la falta de una respuesta adecuada es innegable. Los intereses empresariales, que priorizan sus necesidades sobre la seguridad de los ciudadanos, desempeñan un papel crucial en estos escenarios. Es triste pensar que la safety first a menudo es relegada al último lugar en una lista de prioridades.

A medida que la sociedad progresa, es vital identificar y abordar las brechas de equidad que continúan afectando a las comunidades más vulnerables. ¿Podría ser que este evento desatara un movimiento más amplio para exigir justicia y recursos para aquellos que hemos olvidado?

Lecciones del pasado y el futuro de las protestas

Inspirándome en el análisis de Vergés sobre el papel de los activistas y la desobediencia civil, no puedo evitar evocar pensadores como Howard Zinn y John Rawls. Ellos enfatizan la importancia de la resistencia como una respuesta legítima a la injusticia. En un contexto donde la falta de información y respuesta oportuna puede costar vidas, la acción colectiva se convierte en un componente crítico del cambio social.

La riada de Valencia es un recordatorio palpable de que las instituciones no siempre están a la altura. La negación del cambio climático y el desmantelamiento de las unidades de seguridad en situaciones de emergencia son factores que deben ser abordados urgentemente. ¿Cuántas más tragedias necesitará el mundo para despertar de esta negligencia?

El poder del cambio social a través de la protesta

La historia nos ha mostrado que la acción colectiva puede ser un catalizador para el cambio. (Yo misma fui parte de una protesta hace unos años sobre el cambio climático. Fue un día cálido, con carteles hechos a mano y canciones que sonaban por doquier). La huelga general en la India en 2020, que involucró a 250 millones de personas, es posiblemente la más grande de la historia. Esto me hace preguntarme: ¿será posible una acción similar de masas aquí, en España, en nuestro contexto?

Es fundamental que las protestas se perciban como una forma de resiliencia. Cada voz cuenta, cada acto de resistencia tiene el poder de transformar realidades. La tragedia de Valencia ha iluminado un camino hacia la acción colectiva que podría llevar a un futuro más justo. ¿Estamos listos para asumir ese reto?

Conclusión: aprendiendo a partir de la tragedia

La riada de Valencia ha dejado lecciones valiosas; la solidaridad, la acción colectiva, y la importancia de cuestionar lo establecido. La tragedia no solo se ha llevado vidas y hogares, sino que también ha suscitado un reavivamiento en la conciencia social. ¿Podríamos, de hecho, ver la tragedia como una oportunidad para mejorar las estructuras que nos sostienen como sociedad?

Mientras seguimos viendo cómo se desarrolla la situación en Valencia y en el resto del mundo, es esencial que mantengamos el espíritu de solidaridad y acción en nuestros corazones y mentes. No esperemos a que llegue otra catástrofe para unir fuerzas. Si hay algo que hemos aprendido de esta experiencia, es que la unión hace la fuerza, y la protesta es una poderosa herramienta para el cambio.

Así que, la próxima vez que veas a alguien en la necesidad, o vivas una injusticia, recuerda: tu voz importa. En el juego de la vida, todos somos jugadores. ¡Hagamos que nuestras voces cuenten y que la acción colectiva se aferre firmemente a nuestra causa!