Cuando se habla de geopolítica y alineaciones globales, la situación actual puede parecerse más a una novela de espionaje que a la realidad. A veces me pregunto si algún día escribiré un libro sobre esto: «Cien años de maniobras: la OTAN en la era moderna». Pero lo que es seguro es que, desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2022, el compromiso de España con la OTAN ha pasado de ser un tema de conversación de café a un asunto de serio interés estratégico.
Una participación on fire
La participación de España en las operaciones de la OTAN ha cambiado radicalmente en los últimos años. Recuerdo cuando era niño y veía a mi padre comentar sobre el tema mientras se afeitaba; siempre decía que la política era más complicada que una receta de arroz con leche —y eso que él nunca había hecho una. Hoy en día, la situación no es tan diferente: España ha incrementado su número de efectivos en misiones internacionales, una respuesta a la agresión de Putin que ha obligado a los países a repensar su papel en el escenario global.
Desde 2017, España ha tenido tropas desplegadas en Letonia. Al principio, eran unos 350 efectivos en un esfuerzo por disuadir a Rusia, especialmente tras la anexión de Crimea. En cuestión de meses, después de la invasión de Ucrania, ¡boom! Esa cifra se disparó a más de 600 militares. Esto no es solo una estadística; es una respuesta interna a un cambio global que refleja un compromiso sólido y defensivo.
¿De dónde proviene este impulso?
Una de las razones principales detrás de este aumento es la decisión del presidente Pedro Sánchez de presentar un nuevo despliegue militar en la cumbre de la OTAN en Vilna en julio de 2023. España se comprometió a enviar casi 1.000 militares a Eslovaquia y Rumanía, un movimiento que subraya su decisiva postura ante la inestabilidad emergente en Europa del Este. Es casi como si España decidiera que no solo iba a ser un espectador en la película de guerra, ¡sino también un actor protagonista!
Aumenta el coste: ¿paga la seguridad?
Sin embargo, todo este despliegue no es solo un tema de aumentar la presencia militar, sino también de dólares —o euros, en nuestro caso. En 2024, España destinará cerca de 400 millones de euros en operaciones internacionales, un asombroso 86% más que en 2021. Imagínate lo que podríamos hacer con todo ese dinero. ¿Unas vacaciones en Bali quizás? Pero, sinceramente, estas cifras son universales en el contexto de la seguridad nacional.
Además, a esta suma habría que agregar los aproximadamente 32 millones de euros destinados al entrenamiento de soldados ucranianos en territorio español. Desde 2022, cerca de 6.000 miembros del Ejército de Kiev han sido instruidos en varias técnicas de combate. Y la ministra de Defensa, Margarita Robles, ya ha asegurado que esto continuará durante el próximo año. ¡Eso sí que es compromiso!
¿Qué hay de los navales?
No solo hay soldados en tierra. España también ha elevado su participación en grupos navales permanentes de la OTAN, con un enfoque en traducir esa estabilidad que tanto necesitamos en el Mediterráneo y el Báltico. Este esfuerzo ha requerido otros 368 millones de euros. En tiempos de incertidumbre, siempre hay una tendencia a reforzar la seguridad en todos los ámbitos, y este es un área en la que España ha estado trabajando arduamente.
Presencia en Líbano: entre el fuego cruzado
Ampliando un poco más el foco, encontramos la situación en Líbano, donde España cuenta con unos 660 efectivos en una misión de Naciones Unidas. El seguridad de estos militares se ha visto comprometida por las tensiones recientes entre Israel y Hezbolá. Es un recordatorio escalofriante de cómo los conflictos en un rincón del mundo pueden afectar a países enteros. Aquí, el riesgo es más palpable; los «cascos azules» no están en un programa de intercambio cultural, sino bajo los efectos colaterales de un conflicto armado.
A pesar de eso, el Gobierno español ha reafirmado su compromiso de mantener estas tropas en Líbano, incluso ante los llamados a retirarlas. Aquí hay que mirar la situación con una perspectiva crítica: ¿realmente queremos ser conocidos como un país que se retira ante la adversidad?
El Sahel: reconfiguraciones necesarias
El Sahel ha sido una región de gran interés para España, pero las cosas han cambiado. En mayo de 2023, España decidió retirar sus efectivos de Malí tras la decisión de la Unión Europea de cerrar la misión de entrenamiento, una decisión que ha suscitado críticas sobre la posibilidad de desplantes de Rusia y China en la región. Es triste ver cómo estos movimientos pueden tener implicaciones a largo plazo, no solo para la seguridad de los militares, sino para la estabilidad global.
El impacto —tanto en seguridad como en dinero— es significativo. Gasto en operaciones menores en lugares como Mozambique y en la lucha contra la piratería en el océano Índico ha alcanzado cifras considerables, por encima de 100 millones de euros solamente en el Sahel.
¿El reto de la globalización?
La pregunta que surge aquí es: ¿es posible mantener un equilibrio entre los compromisos internacionales y la seguridad nacional sin descuidar otras prioridades? Al final del día, es un acto de malabarismo y, sinceramente, no todos podemos hacer malabares con pelotas de fuego.
A esta inmensa carga financiera y operativa, hay que sumar la misión Atalanta, que busca luchar contra la piratería en el océano Índico, lo que demuestra que España está presente en múltiples frentes, cada uno con su propio desafío y su respectivo coste.
Conclusiones: ¿a dónde vamos desde aquí?
Al mirar hacia el futuro, la pregunta más significativa es: ¿qué significa para España toda esta inversión militar? ¿Estamos realmente construyendo una capa de seguridad para nuestro país? ¿O simplemente estamos respondiendo a una crisis sin contemplar las repercusiones a largo plazo?
En la actualidad, el compromiso militar de España con la OTAN es más que una simple alineación; refleja un interés más amplificado en el contexto de las relaciones internacionales en un mundo que cambia rápidamente. Pero como todo en la vida, se requiere un equilibrio y un seguimiento concentrado: para no hacer de la defensa una carga insostenible, sino más bien una seguridad tangible para todos.
Es fundamental permanecer informados y preguntarnos constantemente cómo estos cambios nos afectan y hacia dónde nos llevan. Como dice el viejo refrán, «sin seguridad afuera, no habrá seguridad adentro». Pero, sinceramente, con todos estos compromisos, me pregunto: ¿quién paga por los croissants en la cafetería de la base militar?