La reciente decisión del Gobierno español de invertir 400 millones de euros para aumentar las retribuciones de las Fuerzas Armadas ha generado un debate intenso en el panorama político. La ministra de Defensa, Margarita Robles, ha calificado esta medida como “justa”, a la vez que ha resaltado que nuestros soldados “lo merecen”. Pero, ¿realmente es así?

Acompáñame en un recorrido por las implicaciones de esta inversión, las reacciones de los distintos partidos políticos y una reflexión sobre el actual estado de la defensa en Europa. Y, prometo, habrá algún toque de humor, porque ¿quién no necesita reírse un poco en un momento como este?

Un aumento necesario o una carga para el futuro

Llevo años siguiendo el discurso político sobre la defensa, y debo confesar que esta es una de esas cuestiones que siempre me han dejado rascándome la cabeza. Por un lado, necesitamos un ejército que proteja nuestro país, y eso, al parecer, implica gastar dinero. Por otro lado, están las palabras que salen a menudo de mis compañeros en las cenas familiares: “¿Por qué no usamos ese dinero para mejorar la educación o la sanidad?”

La inversión en defensa mundial está alcanzando cifras récord, tocando casi los 2,3 billones de euros. En este contexto, el incremento de 200 euros en el complemento específico de los militares parece, a simple vista, una gota en el océano. Sin embargo, se trata de una política que va más allá del simple intento de mejorar los salarios: es una cuestión de dignidad.

Recuerdo la vez que un amigo mío, que se había alistado en el ejército, me contó sobre su primer mes en servicio. Tras tanto esfuerzo y dedicación, recibía un salario que apenas cubría sus necesidades básicas. Desde entonces, he sentido una mezcla de admiración y desasosiego por quienes se dedican a proteger nuestro país. Pero, ¿es suficiente un aumento salarial para asegurar que se sientan valorados? Tal vez no, pero es un buen comienzo.

La voz de la oposición: ¿eficiencia en lugar de belicismo?

Si hay algo que caracteriza al panorama político español es la diversidad de opiniones. La portavoz de Sumar, Verónica Martínez Barbero, ha atacado la propuesta señalando que la solución no está en gastar más, sino en gestionar mejor los recursos que ya tenemos. Este es un argumento que resuena con fuerza en muchos rincones, y me atrevería a decir que quizás deberíamos considerar qué significa realmente “gestionar mejor”.

A veces siento que hay más debate sobre cómo gastar el dinero que sobre qué hacer con él. ¿No es cierto que las discusiones se centran más en la cifra y no en la estrategia global de seguridad? Y ¿qué hay de la necesidad de que Europa opere con autonomía estratégica sin depender de decisiones discutibles de lo que pasa en la Casa Blanca? Quizás deberíamos dejar de pensar en términos de aumentar gastos y más bien centrarnos en la eficacia de cada céntimo que se invierte.

De la escalada bélica a la búsqueda de paz

En el contexto de un conflicto bélico tan vasto como el de Ucrania, las opiniones están divididas. Podemos, a través de su coportavoz Javier Sánchez Serna, ha dejado claro que se oponen a cualquier aumento del gasto militar, apostando en cambio por la paz y la ayuda humanitaria. Es un enfoque admirable, aunque levantar la bandera de la paz a menudo parece más fácil que lograrla.

La historia reciente nos ha mostrado que, en ocasiones, las intervenciones humanitarias tienen consecuencias imprevistas. En este sentido, cualquier discusión sobre enviar tropas a Ucrania debe ser abordada con suma cautela, recordando que “una buena intención” no siempre se traduce en buenos resultados.

La lógica detrás de enviar tropas como parte de una misión de paz tiene sus partidarios, pero también debería ser motivo de una profunda reflexión. Si se trata de mejorar la vida de quienes sufren en situaciones de guerra, ¿no deberíamos centrarnos más en la ayuda humanitaria que en el despliegue militar? Aquí, el “moralismo” puede chocar con la realidad.

La dualidad de una política de defensa

Así avanzamos en este escenario, donde la tensión entre gastar más en defensa y ser “eficientes” se hace palpable. Countries como España enfrentan una relación complicada con su pertenencia a la OTAN y el imperativo de garantizar su propia seguridad a través de decisiones autónomas. Esta dicotomía es representada por la oposición de Compromís, donde su portavoz, Àgueda Micó, sostiene que la verdadera contribución de España debería ser a través de la ayuda humanitaria.

Es cierto que hablar de un Gobierno progresista que invierte en defensa puede sonar un tanto contradictorio. Y es que, a menudo, el discurso sobre la paz y la seguridad se ha presentado como una trampa. Una lucha constante por equilibrar nuestras aspiraciones de un mundo más pacífico con la dura realidad del gasto militar. No puedo evitar pensar que esta es una batalla ideológica que también se libra en nuestras propias conciencias.

Esta mezcla de argumentos a favor y en contra es lo que hace que el debate sobre el aumento de gasto militar en España sea tan apasionante. Es un eterno tira y afloja entre la necesidad de protegernos y el deseo de mejorar nuestras condiciones sociales.

Conclusiones: ¿hacia dónde vamos?

La inversión de 400 millones de euros en la defensa española podría, en efecto, considerarse como un paso hacia adelante. Pero, ¿será suficiente? La cuestión que realmente importa es si esta medida se traducirá en un ejército mejor capacitado y moralmente incentivado, o si, por el contrario, generará divisiones más profundas entre la política de gasto en defensa y el bienestar social.

Los recientes debates, como los que empiezan a cobrar fuerza en las mesas de conversación de las familias –y, seamos sinceros, en nuestras redes sociales también– llevan a pensar que todavía queda un largo camino por recorrer en cómo gestionar nuestras prioridades. Así que la próxima vez que escuches sobre inversiones militares, pregúntate: ¿hacia dónde vamos? ¿Qué tipo de legado estamos dispuestos a dejar a las futuras generaciones?

Siguiendo nuestro proverbial hilo de conversación, me pregunto, ¿estamos dispuestos a enfrentar la dualidad entre seguridad y bienestar? Porque, al final del día, lo que realmente importa son las vidas que representan esos números. ¿No deberíamos pensar que, tal como la política nacional, también la paz y la defensa deberían ser una conversación continua, siempre en evolución?

La respuesta es tan complicada como apasionante. La única certeza que tengo es que, mientras sigamos hablando, siempre habrá esperanza –y eso, amigos míos, es un buen comienzo.


Este artículo emergió gracias a la vibrante trayectoria de un gobierno que, consciente o no, marca la pauta necesaria para una conversación que debería ser política y también profundamente personal. Así que, ya sabes, la próxima vez que alguien hable de gasto militar, recuerda que hay mucho más en juego: se trata del precio que estamos dispuestos a pagar por nuestra seguridad y nuestras conciencias.