En estos tiempos convulsos, cuando la incertidumbre parece ser nuestra única constante, es natural preguntarse: ¿quién está realmente al mando? ¿Realmente están preocupados por el bienestar de los ciudadanos sus líderes, o simplemente son figuras en un juego de ajedrez donde las vidas humanas son peones desechables? En el análisis de las recientes tragedias en España, como el “Protocolo de la vergüenza” en las residencias de mayores durante la pandemia y la desastrosa gestión de las inundaciones provocadas por la DANA en Valencia, nos encontramos con un hilo común que nos muestra una alarmante falta de empatía y responsabilidad.

Una mirada retrospectiva: la pandemia y el «protocolo de la vergüenza»

Recuerdo haber estado en casa, mirando la televisión y sintiendo cómo el miedo se apoderaba de todos nosotros. Noticias sobre la Covid-19 aparecían como una secuencia interminable de tragedias. En marzo de 2020, la Comunidad de Madrid decidió limitar la derivación de enfermos a los hospitales. La declaración de Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña, con su decepcionante «se iban a morir igual», resonó como una de las frases más crudas de esa época. ¿Cómo es posible que la vida y la muerte se reduzcan a tal frialdad en un momento tan crítico?

Lo más desgarrador de todo esto es que entre el 37% y el 72% de los ancianos trasladados a hospitales no solo sobrevivieron, sino que lo hicieron con dignidad y atención médica. La imagen de aquellos que partieron de esta vida entre terribles ahogos y soledad no puede ser simplemente barrida bajo la alfombra de los «quién lo hubiera pensado». La falta de empatía es un hilo que conecta nuestra historia reciente, y este episodio es solo un capítulo en un libro que sigue escribiéndose.

Comparaciones inquietantes: el pasado reciente nos enseña

Pero no nos quedemos allí. Si miramos hacia atrás en la historia reciente de este país, no es difícil recordar cómo, durante el gobierno de José María Aznar, las víctimas del Yak-42 fueron tratadas con una falta de respeto inquietante. Incluso el 11M dejó secuelas y preguntas cuyas respuestas parecen no interesar a quienes están en el poder. La tragedia del Prestige, con Mariano Rajoy al mando, fue un ejemplo más de cómo las gestiones de crisis se llevan a cabo sin el mínimo cuidado o consideración. Y ahora, observamos un patrón extraño que se repite, donde la incompetencia y la falta de sensibilidad se convierten en la norma.

¿Es esto simplemente un malentendido o hay algo más profundo en juego? ¿Quizás una cultura política que ha normalizado la falta de rendición de cuentas?

La DANA y la ausencia de liderazgo

Pasamos a octubre de 2024, una serie de tormentas devastadoras azotan la provincia de Valencia. Cuando las aguas subieron, la AEMET ya había emitido alertas de máxima gravedad, pero el Gobierno de Carlos Mazón no mostró la agilidad necesaria para actuar. Se invocó el sistema de alertas móviles ES-Alert solo cuando los estragos ya eran evidentes. ¿Qué hizo el presidente durante esas horas críticas? Pues lo que cualquier líder sensato haría: disfrutar de una comida en un restaurante con una periodista. La política de la distracción, donde las vidas de miles de valencianos estaban en juego, parece haber sido secuestrada por un interés personal.

223 personas perdieron la vida, y entre ellos, muchos pudieron haber sido salvados con una respuesta efectiva. Al igual que ocurrió en las residencias, la falta de acción se tradujo en tragedia. Una vez más, el hilo conductor vuelve a ser la total ausencia de empatía en la gestión de crisis. Ah, el arte de hacer grande lo insignificante.

Negligencia: una constante inquietante en la gestión del PP

Cuando observamos la dualidad en el manejo de estas catástrofes, una pregunta persiste: ¿es esto un extraño caso de coincidencia o un retrato fiel del liderazgo del PP? La misma incapacidad de reaccionar a situaciones extremadamente críticas parece tener su raíz en un mismo sistema político.

La conexión entre estas tragedias no solo es evidente, es perturbadora. Ambos casos revelan una preocupante inclinación hacia la irresponsabilidad, con obstáculos para la creación de comisiones de investigación. Esos esfuerzos por hacer justicia, como la reciente querella presentada por ‘Marea de Residencias’ y ‘7291: Verdad y Justicia’ contra altos cargos, han chocado con el muro judicial, dejando a muchos a la espera de respuestas y rendición de cuentas.

Un sistema judicial sesgado

Es en momentos como estos cuando nos preguntamos: ¿qué lugar ocupa la justicia en todo esto? El contraste entre la rapidez con la que se investiga a ciertos políticos y la inacción en casos más graves es asombroso. El TSJV inadmitió las querellas contra Mazón, mientras que el Tribunal Supremo no dudó en activar investigaciones en otros casos. ¿Estamos ante una aplicación selectiva de la justicia?

Es frustrante pensar que si estas querellas hubieran involucrado a integrantes del PSOE, las reacciones y los procesos judiciales habrían sido radicalmente diferentes. ¿Te lo imaginas? Las luces y cámaras en pleno interrogatorio, mientras la prensa sigue cada paso. Pero, seamos sinceros, en un país donde la impunidad parece ser la norma para algunos, estas preguntas se vuelven más que pertinentes.

Un futuro incierto: ¿hacia dónde vamos?

Ahora que hemos echado un vistazo a estos acontecimientos, nos llega una pregunta inquietante: ¿qué futuro les espera a los ciudadanos españoles si la gestión política sigue este camino de desdén y negligencia? En un escenario donde nuestras voces parecen ser meros ecos en la sala de estar de los poderes públicos, es fundamental comenzar a exigir un liderazgo que no solo proclame “estamos aquí para ayudar”, sino que realmente lo haga.

Las historias personales de aquellos que han perdido a seres queridos, aquellos que sobrevivieron sin atención médica, no pueden ser ignoradas. Es el momento de poner cara a las estadísticas y elevar voces que no solo cuestionen, sino que también exijan respuestas concretas.

Necesitamos un cambio en la narrativa

La cultura de la irresponsabilidad debe ser reemplazada por una cultura de responsabilidad. Vivimos en tiempos en los que la comunicación y la transparencia son más importantes que nunca. No hay excusas para la incompetencia, y no debemos permitir que nuestras quejas sean respondidas con más vacíos discursos.

Si seguimos permitiendo que los líderes actúen con desinterés y negligencia, es probable que sigamos viendo tragedias innecesarias en el futuro. Es un ciclo vicioso que necesita romperse. Las generaciones futuras merecen líderes que no solo gestionen bien las crisis, sino que también muestren un respeto genuino por la vida y el bienestar de sus ciudadanos.

La responsabilidad ciudadana

Como ciudadanos, nuestra tarea no termina en el sufrimiento o en la indignación. Debemos unir nuestras voces y exigir un cambio. La apatía solo perpetúa la inacción, y es nuestra responsabilidad recordarles a aquellos que están en el poder que un liderazgo efectivo proviene de la empatía y el compromiso genuino.

Quizás esta crisis pueda ser una oportunidad para aprender, para crecer y quizás, solo quizás, para encontrar presidentes que se tomen su trabajo tan en serio como los ciudadanos a los que representan. Nunca ha sido más crucial demandar un liderazgo donde prime el sentido humano y la responsabilidad social. Ahí radica la verdadera esencia del servicio público.


Como reflexión final, me atrevo a preguntarte: ¿qué estás dispuesto a hacer para asegurarte de que este ciclo de desidia y negación no se repita? Cada voz cuenta, y las palabras pueden ser más poderosas que los actos. Comencemos a generar el cambio que deseamos ver en nuestra sociedad.