En el bullicioso mundo de la política española, pocas cosas generan más revuelo que la conjunción de escándalos financieros, nombres reconocidos y un toque de drama mediático. Y si hay un nombre que ha acaparado la atención últimamente, es el de Miguel Ángel Rodríguez, y su audaz defensa de Alberto González Amador. Dicen que en la política no hay nada nuevo bajo el sol, pero esta historia, ¡oh, esta historia! es un verdadero espectáculo.

¿Honorables o Lombrosianos?

¡Vamos a entrar en materia! La cuestión es la siguiente: ¿es realmente honorable un hombre que ha admitido haber defraudado 350.951 euros a la Hacienda Pública? Sin lugar a dudas, la RAE se está llevando las manos a la cabeza. Después de todo, ser honorable implica tener un código de ética que, en este caso, parece haber quedado relegado a un rincón polvoriento del armario.

A menudo me pregunto, ¿por qué hay quienes consideran que defender implacablemente a alguien, a pesar de las claras evidencias de conductas indebidas, es un signo de lealtad? En mi experiencia, a veces es más fácil ser leal a la verdad que leal a una persona. Pero, seamos honestos, la lealtad ciega suele tener un precio.

Antonimos de honor y honestidad han salido a la luz. Todos hemos conocido en nuestra vida a personas que, en un juego de “piedra, papel o tijera”, siempre eligen el papel como el más flexible, el que se adapta a cualquier situación. González Amador pareciera ser uno de esos “papeles”. Pero, ¿cómo lidia con la presión del papel en el que ha decidido inscribirse?

En el tablero del juego político

¿Quién es Alberto González Amador? Si tu única fuente de información ha sido los medios de comunicación, podrías pensar que se trata de una figura brillante y honorable. Y, sin embargo, la realidad, como un buen documental de crimen verdadero, es mucho más compleja. Se dice que González Amador facturó 2.330.000 euros en 2020, casi dos millones por la intermediación en la venta de mascarillas. Un giro impresionante, o como dirían los anglosajones, un auténtico “glow up”. Pero, lamentablemente, no se trataba del crecimiento personal que uno esperaría.

Sin embargo, la definición de un “ejecutivo brillante” se ha convertido en objeto de debate. En mi vida en la blogosfera, he aprendido que, si bien las palabras hacen promesas, las acciones dicen mucho más. Y hay algo en el aire que suena más a un “¿de verdad?” que a un “brillante”.

El círculo vicioso de la hipocresía

Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, ha defendido a González Amador asegurando que es un «hombre honorable». La frase debería ser grabada en oro, porque es insólita. Rodríguez incluso se arriesga a describirlo como “un señor brillante”. Y yo, sentado en mi sofá, me pregunto: ¿brillante en qué industria? ¿En la de inventar operaciones simuladas y empresas pantalla? ¡Cualquiera puede tener un título de $10,95 desde Amazon!

«¿Realmente la brillantez se mide en cifras?», me gustaría saber. Si la falta de ética es la nueva medida de éxito, ¡bienvenidos a la era de la hipocresía!

La lucha de los verdaderamente honorables

Hablemos de los verdaderamente honorables: esos sanitarios que lucharon y perdieron sus vidas durante la pandemia. Ellos son los que realmente merecen ese epíteto en nuestras charlas cotidianas. Mientras algunos se han fattenado a expensas de los demás, nuestros héroes de la salud se entregaron en cuerpo y alma.

¿Es correcto decir que un fraude de esta magnitud se minimiza comparado con las vidas que se perdieron amparadas en protocolos sanitarios deficiente? En un mundo donde la justicia a menudo se siente como un espejismo, estos profesionales son un faro de esperanza en medio de la tormenta.

Los sanitarios, aquellos que se dejaron la piel, la sangre y, trágicamente, sus vidas en un escenario donde el miedo y la incertidumbre reinaban, son los que verdaderamente pueden llamarse honorables. Así que, mientras algunos negocian penas de prisión por fraudes fiscales, ¿dónde queda la justicia para los que realmente salvaron vidas?

La doble moral de la élite política

El caso de González Amador nos da en qué pensar sobre la doble moral de la clase política. En nuestras vidas diarias, todos enfrentamos el dilema moral. Ya sabes, ese momento incómodo en el que debes decidir si cuentas un pequeño “bluf” o si te mantienes fiel a la verdad. Pero en la política, la línea entre la verdad y la mentira parece constantemente difusa.

Como observador de la escena política, es desconcertante ver cómo Miguel Ángel Rodríguez hace malabares con las palabras. Justo después de que se conocieran las cifras desorbitadas de ingresos de González, se refirió a él como meramente un “ejecutivo que enfrentó un problemilla con Hacienda”. ¿En serio? Creo que un “problemilla” es cuando te olvidas de apagar la plancha, no cuando le debes a Hacienda una fortuna. ¡Pero ya ves cómo son las cosas!

La danza de desinformación

Rodríguez se presenta como un maestro del engaño; abrazar el caos de la información parece ser la norma en este circo político. Mientras él lanza acusaciones sobre los bulos que circulan en la prensa respecto al caso, ¿no has notado que muchas veces el silencio es más elocuente que mil palabras? Mientras tanto, los verdaderos problemas siguen sin respuesta, ahogados por un torrente de ruido que se torna cada vez más ensordecedor.

Quienes estamos fuera del sistema nos sentimos como un espectador en una obra de teatro trágica. Uno se atiene a la historia por su fuerza dramática, pero al final no puede evitar cuestionar su veracidad. La tentación de hablar sobre el “circo” de la situación es ineludible. Se siente como si estuviéramos viendo un episodio de una serie que nunca termina, donde los giros argumentales son cada vez menos creíbles.

La ceguera de la lealtad

Lo que me lleva a reflexionar: ¿hasta dónde llega la lealtad en la política? ¿Es la defensa a ultranza de un amigo más importante que la búsqueda de la verdad? Rodríguez parece haberse perdido en su propio laberinto de lealtades, como si estuviera atrapado en una versión moderna de la metáfora del Minotauro.

¿Puede la verdad prevalecer?

Algunos alegan que la política es un mundo de oportunismo, donde todo se acepta y se justifica mientras corresponda con la narrativa correcta. Pero las narrativas son frágiles y pueden romperse, como un hilo de seda, con un solo tirón. Mientras tanto, los que realmente deben rendir cuentas siguen jugando al escondite con la verdad.

Y aquí llega el dilema de preguntarnos: ¿quién es el verdadero culpable en esta historia? ¿González Amador por su fraude? ¿Rodríguez por su defensa de lo indefendible? O quizás, somos nosotros como sociedad, que a veces somos cómplices al no exigir rendición de cuentas a quienes gobiernan nuestro día a día.

Conclusión: Reflexiones final

A medida que la tempestad política continúa en torno a estos nombres y acusaciones, es esencial que mantengamos una mirada crítica sobre lo que consideramos honorabilidad y ética en la política. Mi abuela solía decirme que hay dos cosas que no se deben perder: el respeto y el sentido del humor. Y aquí estamos, tratando de mantener un buen sentido del humor en un escenario que a menudo se siente más trágico que cómico.

Así que, para aquellos de ustedes que están intentando navegar por esta confusión political: mantengan la mente abierta, y no se dejen llevar por el ruido. La verdad, aunque a menudo sea dolorosa, es un camino que vale la pena explorar. ¡Hasta la próxima, amigos!