El pasado mes de octubre tuvo lugar una de las catástrofes naturales más devastadoras en la provincia de Valencia, donde una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) dejó tras de sí un tremendo rastro de destrucción, dejando 223 víctimas mortales y tres desaparecidos. Dos meses después, el Gobierno de España nos cuenta una historia bastante distante de la recuperación: solo se ha repartido un 5,86% de los 16.600 millones prometidos. Esto se traduce en unas pocas migajas para quienes realmente lo han perdido todo. Pero, ¿qué ha pasado con ese dinero que se prometió con tantas fanfarrias? Acompáñame a desentrañar esta historia llena de burocracia, frustración y, por supuesto, una pizca de humor.

La cifra que duele: solo 973 millones de euros repartidos

Cuando lees que se prometieron 16.600 millones de euros para la recuperación, es fácil dejarse llevar por la magnitud de la cifra. Pero al ver que hasta ahora solo se han abonado 973 millones —aproximadamente el 6%— empieza a doler un poco más. Es un poco como llevar meses esperando ese pago esperado por un trabajo, solo para que al final te envíen un cheque que no cubrirá ni el alquiler.

De acuerdo con los datos del propio gobierno, la mayor parte de esos millones no son realmente dinero que se entrega a los afectados, sino más bien promesas de créditos que esperan movilizarse con avales del ICO y compensaciones del Consorcio de Seguros. Es decir, no es «ayuda» en su forma más pura. Es como decirle a un niño que le comprarás un helado, pero que solo le darás un vale para reclamarlo cuando pase por la heladería.

Las ayudas directas: una odisea burocrática

Hablemos de las ayudas directas. Hasta ahora, se han recibido 36.002 solicitudes, y de ellas, solo el 5% han visto algún dinero en sus manos. En un tono más ligero, es como si un restaurante prometiera un festín y te sirviera solo un plato de ensalada… y tampoco te lo entregara de inmediato.

Y para aquellos que sufrieron pérdidas personales y están esperando la ayuda por el fallecimiento de un familiar, la cifra es aún más desalentadora: únicamente 41 familias han podido recibir algo de ayuda.

Cuando las cosas parecen ir bien… y no lo son

A pesar de esta tremenda frustración, hay una pequeña luz al final del túnel: las ayudas para empresas y autónomos están avanzando con mayor agilidad. De las 29.288 solicitudes presentadas, 22.228 ya tienen orden de pago, y se han abonado 279 millones de euros. Es lamentable que, en un desastre natural, las ayudas a empresas sean más rápidas que las destinadas a las familias que lo han perdido todo, pero así parece ser este mundo donde el capitalismo y la burocracia chocan de frente.

La entrega de los montantes del Consorcio de Compensación de Seguros está también en marcha, aunque no corresponde a un plan excepcional del gobierno. Con 650 millones de euros desembolsados y 225.867 solicitudes en tramitación, parece que aquí la burocracia se apodera del proceso. Cada vez que escucho esa palabra, «tramitación,» me acuerdo de lo que me decía mi abuela: «hija, la paciencia es amarga, pero su fruto es dulce». Aunque en este caso, ¿cuándo llegará ese fruto?

La Generalitat Valenciana: un parte más esperanzador

Subiendo un poco el pulgar hacia arriba, la Generalitat Valenciana parece estar haciendo algo mejor en esta situación, habiendo abonado ya el 24,5% de las ayudas directas. Hasta el momento, ya se han repartido cerca de 210 millones de euros. Aquí el gobierno autonómico parece estar más alineado con las necesidades de los ciudadanos. Al parecer, en estas situaciones, las palabras «central» y «autonomía» pueden tener significados muy diferentes, pero que se reflejan en el ritmo de la ayuda.

La Generalitat ha concedido el 50% (102 millones) de sus 200 millones previstos para enseres y bienes de primera necesidad, lo cual es un buen avance si lo comparamos con la situación a nivel nacional.

¿Dónde están esos €16.600 millones prometidos?

Regresando al prometido total que parece cada vez más como una ilusión, es crucial aclarar que esos 16.600 millones incluyen tanto los 5.000 millones de euros en avales del ICO como las indemnizaciones del Consorcio de Compensación de Seguros, equiparadas a un total estimado de 3.500 millones de euros. El problema es que ambos montos no se consideran ayudas directas.

Si tomas el café de la mañana y lo comparas con la ayuda que realmente ha llegado a las manos de los damnificados, es como preparar un café sin agua: no importa cuánto diluyas el café en el agua caliente, no obtendrás lo que realmente has deseado. Está claro que muchas de las cifras que se manejan son más sobre marketing político que sobre una ayuda directa, y eso da que pensar.

El impacto humano detrás de los números

La realidad es que, detrás de cada número y cada estadística, hay historias de vida. Personas que perdieron sus hogares, su empleo, sus seres queridos. ¿Cuántas veces hemos escuchado en las noticias que alguien se ha visto afectado por una tragedia, y seguimos adelante sin pensar realmente en lo que eso significa? La empatía es un músculo que necesitamos ejercitar más a menudo.

Recuerdo cuando vivía en una zona propensa a inundaciones y la angustia que sentían mis vecinos cada vez que llegaban las lluvias. Ese miedo terrible de ver cómo el agua podía arrasar con todo en cuestión de horas. Esa sensación de vulnerabilidad es algo que, por más que pase el tiempo, no se olvida fácilmente.

La burocracia y el sistema: ¿una peor maldición?

Si hay algo que debemos empezar a cuestionar es cómo nuestro amado sistema burocrático puede jugar en contra de los más vulnerables. ¿Por qué se necesita tanto tiempo para la implementación de ayudas necesarias? ¿Por qué la rapidez no se traduce en efectividad cuando se trata de otros sectores? Desde luego, esto plantea preguntas importantes sobre el papel del gobierno en situaciones de crisis.

En un momento en que la ciudadanía necesita respuesta y acompañamiento, la respuesta parece enredarse en una telaraña de procedimientos y tramitaciones sin fin.

Una reflexión final

A medida que la reconstrucción avanza, debemos seguir exigiendo que se actúe y que se entreguen las ayudas necesarias. La experiencia humana detrás de cada solicitud debe ser el foco central, y es tiempo de llevar a cabo acciones más efectivas.

Participar en la vida política, exigir transparencia y reclamar derechos es lo que deberíamos hacer cada uno de nosotros. Si nos queda algo de esperanza en esta historia de cifras y burocracia, es el llamado a actuar: no solo a esperar que el gobierno lo haga, sino también a unirnos entre vecinos, voluntarios y organizaciones para ofrecer nuestro apoyo donde más falta hace.

Así que, ¿qué tal si comenzamos a hacer ruido? Después de todo, cuando se trata de ayudar a quienes más lo necesitan, el silencio no es una opción. ¿Estamos listos para hacer resonar nuestras voces en un eco de solidaridad?