Las últimas semanas hemos sido testigos de un desfile de declaraciones y situaciones que, honestamente, parecen sacadas de una comedia negra. Los titulares y las declaraciones desafortunadas de algunos políticos ciertos pueden hacernos reír a la vez que nos dejan un sabor amargo en la boca. Así es, estamos hablando del insólito fenómeno de la “cutrez” en la corrupción y cómo este moderno arte de la defensa parece hacerse un huequito en el imaginario colectivo. Pero, ¿qué hay detrás de este concepto aparentemente trivial y banal?

¿Es realmente cutre ser corrupto?

José Luis Ábalos, exministro de Transportes, decía recientemente: «Sería el corrupto más cutre si me corrompo por 77.000 euros». Y, aunque la afirmación pueda resultar absurda en el contexto de una verdadera trama de corrupción, la verdad es que tiene su gracia. Si 77.000 euros son considerados una “misera” en el mundo de la política, uno no puede evitar preguntarse: ¿en qué momento el límite de lo que robar está condicionado a la cantidad?

Y aquí estamos, la sociedad observando y cuestionando si es más o menos cutre robar grandes cantidades de dinero o, irónicamente, cantidades pequeñas que, utilizadas como excusa, pretenden humanizar al ladrón. ¿Y quién no puede empatizar con aquel político que está en apuros por no llegar a la siguiente hipoteca mientras se mantiene un estilo de vida que parece un capítulo de «La Casa de Papel»?

El juego de las comparaciones

A lo largo de la historia, los personajes involucrados en escándalos de corrupción han intentado minimizar sus actos centrando el debate en la “cutrez” de sus acciones. ¿Se acuerdan de Francisco Camps y sus cuatro trajes? “Eran solo cuatro trajes cutres”, decía. Imaginen que le hubieran preguntado a quién en su vida le ha importado realmente la cantidad cuando de vestirse se trata. La mayoría de nosotros, si nos dijeran que su atuendo es “cutre”, responderíamos con una sonrisa y una broma sobre nuestro propio armario repleto de prendas que “solo usamos para estar en casa”.

El concepto de cutrez, en esta lógica retorcida, asume una dimensión casi cómica. Pero, ¿hasta qué punto podemos permitir que esta risa se convierta en una defensa aceptable? Si un bolso de Louis Vuitton se convierte en una pieza del rompecabezas de la corrupción, las cábalas se multiplican. Al fin y al cabo, la risa es un arma poderosa. ¿Quién quiere ser atacado cuando puede apelar a la compasión por ser simplemente ‘cutre’?

La cutrez como nuevo lenguaje del corrupto

La cutrez se convierte en un lenguaje, un atajo que permite a los corruptos salir del aprieto. El ex director general de Empleo andaluz, como ejemplo, refirió al uso de puticlubs y cocaína como una anécdota ligera, despojando a estas acciones de su gravedad. En este surrealismo, el crítico aplaude la habilidad de transformarse en el payaso que todos creen ser en alguna medida.

Incluso el Tito Berni se sumó al elenco de personajes que aún a pesar de ser descubiertos, encuentran consuelo en esta extraña cortesía social. El detalle crucial a considerar es que, al humanizarlos, la percepción de culpa se diluye en la noción de que “al menos no somos los únicos”.

Pero piensen un segundo: ¿alguna vez se han sentido mal por robar un bolígrafo de la oficina? ¿Acaso entra en la misma categoría de «cutre»? La forma en que la sociedad se ríe del acto de corrupción es, al fin y al cabo, un reflejo de lo que vivimos en nuestro día a día. ¡Ah, la hipocresía!

La amnesia social: cuando se olvida lo «cutre»

El triste recordatorio es que, al final del día, muchos de estos casos terminan en el olvido. En un país donde la televisión e internet tienen más impacto que las leyes, es difícil recordar que el bolso de la alcaldesa o las escobillas de 375 euros realmente representan el corazón de un sistema enfermo. Al final, el “—Era solo…” se convierte en un mantra que sepulta la historia.

Aunque nos riamos de que “solo eran unos sobres”, ¿no deberíamos tener cuidado con normalizar el comportamiento corrupto? Cada “solo” en la conversación parece hacernos más insensibles. La memoria colectiva es frágil, y la cutrez puede convertirse rápidamente en la blanda justificación para perdonar y olvidar.

¿No les pasa a veces que, mientras ven un programa de televisión, miran el reloj y piensan que de alguna manera, ese escándalo de corrupción podría ser un guion de la serie que están disfrutando? ¿Están tan inmersos en esta cultura del cutre que ya no les impresiona el desfachatez con la que algunos políticos viven?

Enfrentando las consecuencias: ¿más allá de la cutrez?

Pongamos el ojo en algo más serio. José Luis Ábalos dio una respuesta que sugiere que, aunque hay toneladas de dinero en juego, el tema a debatir no es tanto cuánto es, sino cómo se presentan las cosas. Lo triste es que, a menudo, el escándalo que involucró a personas públicas como él no termina aquí.

Las investigaciones en torno a su comportamiento y el de otros se desglosan como un cómic de superhéroes a punto de ser desenmascarados. ¿Pero cuántas veces hemos visto a los involucrados salir airosos con una simple “era solo…”? ¿Cuándo nos hemos dado cuenta de que realmente están jugando con nuestra percepción?

La realidad es que la justicia debería parar de ver la corrupción como algo trivial, y tal vez uno de los primeros pasos es cortar de raíz el uso de “cutre” como justificación. La ciudadanía debe exigir transparencia, y no solo quedar satisfechos con la ocurrencia del nuevo viral o memeo que nunca se apoyará en acciones concretas.

Reflexiones finales: la risa ante la corrupción

La próxima vez que escuchen a un político hablando con ligereza sobre los efectos de su corrupción o, peor aún, llamándolos “cutres”, piensen en cómo eso nos afecta a todos. Porque al final del día, la corrupción no es solo un chiste, sino que tiene repercusiones significativas en nuestras vidas. La indiferencia y la risa cómplice, aunque pueden ser divertidas, alimentan un ciclo de impunidad.

Recuerden que, como ciudadanos responsables, tenemos el deber de mantener en cuestión el papel de la cutrez en nuestra vida pública. Reflexionemos sobre nuestras propias acciones, quizás en el camino para prevenir que nuestras pequeñas “cutreces” se conviertan en grandes escándalos. Al final, la única cutrez aceptable solo puede ser el rico ingenio de quienes saben que la risa puede ser el mejor remedio, pero nunca la solución a la corrupción. ¿O no?