La gallina de los huevos de oro se ha convertido en una entidad en peligro de extinción, y no me refiero a su representación en cuentos infantiles, sino a algo mucho más aterrador: la confianza en nuestros líderes políticos. A medida que nuestro mundo se enfrenta a crisis múltiples—desde la inflación rampante hasta la incertidumbre geopolítica—los ciudadanos parecen haber decidido que ya han tenido suficiente de las promesas vacías y la mediocridad política. Esto nos lleva a la situación actual que nos hace preguntar: ¿por qué estamos expulsionando a nuestros líderes como una especie de deporte global? Vamos a adentrarnos en este fenómeno.

El fenómeno del anti-continuismo: una tendencia global

¿Recuerdas ese momento en una serie de televisión cuando los personajes se enfrentan a un ciclo interminable de desilusiones? ¡Eso parece estar sucediendo en la política mundial! Este 2024, la ola de anti-continuismo ha cobrado más víctimas que nunca. Este fenómeno ha sido traducido en la caída de varios líderes influyentes, como fue el caso de Donald Trump, quien ha vuelto de su exilio político (uy, quiero decir, de Mar-a-Lago) tras haber perdido la Casa Blanca en 2020. Una mezcla de desamor político y un electorado ansioso de cambios han hecho que incluso los líderes con una base de apoyo sólida estén en peligro.

Pero Trump no está solo en esta lista de «tristemente célebres». Rishi Sunak y Emmanuel Macron también han sido agraciados con la «invitación a salir» por parte de los votantes. En el Reino Unido, los británicos dijeron adiós a los conservadores, mientras que los franceses optaron por castigar a Macron en favor de su archienemiga, Marine Le Pen. ¡Es un juego de eliminación masivo!

Sin embargo, podemos preguntarnos, ¿qué está llevando a esta ola de insatisfacción mundial? La clave parece residir en más que sólo políticas fallidas; es un reflejo de la frustración colectiva que se está cocinando a fuego lento en las sociedades alrededor del globo.

La frustración del votante: un cóctel molotov

La vida cotidiana se ha vuelto más complicada. Todos hemos sentido cómo el costo de la vida ha ido en aumento. La inflación no solo es un término que escuchamos en la televisión; se siente en nuestro bolsillo cada vez que hacemos la compra. Desde los precios del pan hasta el costo del combustible, cada centavo cuenta. ¿Te sientes identificado? Entonces, no estás solo. Los ciudadanos están ventanajeando a sus líderes no solo por las decisiones políticas, sino por una incapacidad evidente de manejar estos problemas apremiantes. Se ha creado un ambiente que recuerda a un cóctel molotov donde la ira y la frustración se están mezclando, creando un entorno políticamente explosivo.

Según el Anuario Internacional CIDOB 2025, existe una especie de «politización de la frustración» que está llevando a los votantes a exigir de manera más crítica y rápida resultados. Pero, ¿realmente creen que sólo cambiar de líder resolverá las cosas? Es como pensar que cambiar el sofá en tu sala de estar va a hacer que tu casa se sienta más acogedora.

La percepción engañosa de la democracia

Aquí es donde las cosas se complican. A medida que los ciudadanos comienzan a ver a sus líderes como los malos de la película, también se cuestionan el sistema democrático que los eligió. La idea de que «nos representen» podría estar en el aire, pero el desencanto brota. «¿Qué incentivo tienen nuestros gobernantes para intentarlo si cada error es enjuiciado en tiempo récord?», se pregunta Rob Ford, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Mánchester.

Imagina ser un chef en un restaurante donde la clientela no tolera un plato mal preparado y está lista para gritarte en un abrir y cerrar de ojos. No, no voy a entregar el plató de madera. Es sorprendente cómo hemos llegado a un punto en el que la paciencia se ha esfumado. Si un político no brinda resultados inmediatos, está despachado.

La repercusión socioeconómica: el peso del miedo

Este «superaño electoral» ha dejado claro que la preocupación por la economía no es solo una sensación pasajera; es una realidad que afecta las vidas de millones. A partir de 2024, cerca de 70 países han llevado a cabo elecciones, involucrando a casi la mitad de la población mundial. Es un claro indicativo de que las personas están listas para hacer cambios importantes, y lo que es más inquietante: lo están haciendo con una rabia palpable.

La policrisis que estamos atravesando —las múltiples crisis interconectadas generadas por eventos globales, incluido el COVID-19— ha cambiado la percepción que tenemos de nuestras élites políticas. En lugar de los tradicionales debates y análisis serios de propuestas y programas, los votantes ahora quieren respuestas rápidas. El tiempo de deliberación ha ido despidiéndose con un “adiós, que te vaya bien”.

Una experiencia personal

Déjame hacer una pausa aquí y compartir una pequeña anécdota personal. Hace unas semanas, fui a un café local y me encontré con un grupo de amigos discutiendo acaloradamente sobre política. Uno de ellos, visiblemente molesto, dijo: «Si yo fuera presidente haría esto y lo otro”, señalando muy activamente con su café como si tuviera en sus manos una varita mágica que podría resolver todos los problemas del mundo en un instante. En su mente, el cambio era fácil. Sin embargo, me di cuenta de que muchos de nosotros caemos en esa tentación: por un lado, queremos que nuestros líderes realmente hagan algo; por otro, a veces olvidamos la complejidad del liderazgo. ¡Pero es que necesitamos algo de acción ya!

El abismo entre líderes y ciudadanos

Mientras tanto, el abismo entre los políticos y la población se va haciendo más grande. La desconfianza y la percepción de que «ninguna facción política nos representa» han hecho mella en la democracia. “Si no están de nuestro lado, ¿quién está?”, se podría preguntar. La respuesta suena sombría y desalentadora, pero es la dura realidad.

Las decisiones de los ciudadanos al batirse en las urnas están siendo impulsadas por el hastío acumulado, en lugar de por un compromiso con ideologías o programas. Hay una verdadera crisis de representación en juego, donde lo que realmente se necesita es un cambio de enfoque. ¿Es posible que nos dirijamos a un futuro donde celebraremos más la política de manera positiva ya no más viéndola solo como una lucha constante?

Conclusión: Una esperanza en medio del caos

En medio de esta vorágine de cambios, paréntesis de frustración y un sentido de urgencia, hay espacio para la esperanza. Después de todo, la democracia ha sobrevivido a crisis y desafíos en el pasado. ¿Puede renovarse a sí misma de nuevo? Tal vez. Pero eso depende de que tanto los votantes como los líderes se comprometan a trabajar juntos en lugar de actuar como adversarios eternos.

Como ciudadanos, necesitamos exigir más sin perder de vista que esto es un juego en equipo. Nos beneficiaría a todos, líderes y votantes por igual, si comenzáramos a ver la política no como una serie de batallas perdidas, sino como un esfuerzo colaborativo. Después de todo, si hay algo que he aprendido en mis años de vida es que mucha de la frustración que sentimos se puede resolver trabajando juntos en lugar de empujarnos unos a otros a salir de la mesa.

Así que la próxima vez que te encuentres discutiendo sobre las carencias de nuestros líderes, ¡recuerda que la cuna del cambio comienza contigo! Y no olvides que a veces, incluso unos pequeños cambios pueden llevar a grandes transformaciones.

¿Quién sabe? Tal vez el próximo líder que vote sea realmente el tipo que nos lleve en la dirección correcta. Solo debemos tener un poco de fe y mucho, muchísimo diálogo.