La vivienda, ese tema que parece ser el pez gordo de la conversación en cualquier rincón. ¿No te ha pasado que, incluso en la alineación de los planetas en el ascensor, terminas charlando de lo complicado que es encontrar un piso? Hasta en las fiestas familiares; no hay nada más entretenido que ver a tu abuela interrumpir el tema del fútbol para preguntar: «¿Pero tú ya tienes una casa propia, cariño?». Vamos, que el asunto de la vivienda nos toca a todos, y parece que lo hemos dejado escapar de nuestras manos.

Ya sea con amigos, en el trabajo o incluso con tu perro, que a estas alturas ya sabe las preguntas más frecuentes: «¿Vas a seguir viviendo en un alquiler eterno o qué?». Este artículo se dirige a todos aquellos que, como yo, se encuentran en este melón jugoso que es la vivienda y que, a menudo, se preguntan: ¿es posible encontrar una solución?

La triste realidad del alquiler y la propiedad

¡Ah, el sueño de tener un hogar! Aquella utopía que, desgraciadamente, se escapa más rápido que un gato cuando ve a un perro. La realidad es que más del 20% de nuestros amados legisladores parece que vive en una burbuja diferente, donde el problema de la vivienda es un mero punto de conversación. En un país donde solo un 6% de la población es propietaria de viviendas, mientras que un alto porcentaje de los diputados parece pertenecer a un club de propietarios, es comprensible que las decisiones que toman a menudo nos dejen rascándonos la cabeza. ¿Estamos hablando del mismo problema?

¡Y ahí está el dilema! La incapacidad para abordar este tema a fondo es abrumadora. ¿Por qué? Porque la política de vivienda se ha convertido en un juego de egos y estima en vez de un compromiso genuino con el bienestar de la población. Cuando el PSOE muestra reticencias ante abordar este problema, se convierte en un cómplice de un oligopolio que parece sacarle jugo a cada rincón habitado. La pregunta que viene a la mente es: ¿Estamos dispuestos a ver cómo la apatía política nos lleva a un desbordamiento social?

La voracidad empresarial y el impacto generacional

Tampoco podemos ignorar el papel de las empresas multi propietarias. Desde 2008, estos poderosos entes han adquirido más de la mitad de las viviendas vendidas. No es de extrañar que, en un futuro cercano, seamos los inquilinos de nuestros propios barrios. La idea de que los jóvenes de la era actual puedan aspirar a tener un hogar propio se siente como un sueño distante, casi de ciencia ficción. Como alguien que creció escuchando la palabra «hipoteca» en la mesa familiar, puedo decirte que la incertidumbre se siente física. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que aceptar la idea de que un alquiler desahogado es el nuevo lujo?

Algo que realmente me hace reír, aunque sin mucha alegría, es escuchar a algunos «expertos» decir que vivir de alquiler es la nueva «normalidad». ¡Normalidad! ¿Es esta la misma normalidad donde cada vez somos más numerosos sobreviviendo con salarios que apenas alcanzan para un café y un croissant? Parece que la brecha entre las generaciones se siente más como un abismo que como un puentecito.

La lucha por legislar en favor del interés general

Ahora bien, si estamos dispuestos a confrontar esta situación, se hace urgente una reestructuración política que aborde el tema de la vivienda como lo que es: un derecho fundamental. La idea de tratar la propiedad como un derecho absoluto ha dejado de ser viable. Debemos dejar de lado las especulaciones y centrarnos en crear un sistema donde la vivienda sea accesible, asequible y, sobre todo, habitable.

La solución no es sencilla, pero la historia nos muestra que no tenemos otra opción que aunar fuerzas. En el pasado se logró regular el precio de las mascarillas durante la pandemia, así que, ¿por qué no se puede regular el precio de la vivienda? Se deberían generar políticas que desmercantilicen este bien esencial. Después de todo, nuestras casas no son un producto más en el mercado; son, o al menos deberían ser, un lugar donde descasar y construir memorias.

La convocatoria ciudadana: un grito de cambio

El hecho es que el descontento social se manifiesta de maneras diversas. Todos sabemos que hay previsiones de movilizaciones en distintas ciudades a partir del 13 de octubre. ¿Habrá que esperar a que el malestar llegue a las calles y genere una tormenta política? Es un poco absurdo que, en lugar de actuar con anticipación, debamos esperar a que algo explote. Pero a veces parece que los gobiernos sólo reaccionan al caos.

Lo que realmente necesitamos es una política de vivienda que apueste al futuro. Imagínate que tu alquiler no tuviera fecha de caducidad y que, en lugar de pensar en ir a buscar un cartón, podrías habitar el lugar que deseas de forma estable. ¿Suena un poco utópico, verdad? Pero es posible si transformamos la narrativa actual en una que calce las necesidades de las mayorías.

Propuestas para una vivienda digna y justa

Se han propuesto algunas medidas que son dignas de considerar. Vamos a darle un vistazo:

1. Ampliación del parque público de vivienda

Sin duda, es necesario fomentar un parque de vivienda pública. ¿Quién puede discutir que las ciudades no deberían ser solo para quienes pueden pagar por ellas? Aumentar el acceso a vivienda pública sería un paso hacia una mayor equidad.

2. Crear contratos de alquiler indefinidos

Este concepto recuerda el modelo de Viena, donde el alquiler indefinido permite a los inquilinos disfrutar de mayor estabilidad. ¿Acaso no suena como una idea radicalmente sensata? ¿Por qué no tratar a nuestra vivienda con el mismo cuidado que a nuestras relaciones personales?

3. Regulación de apartamentos turísticos

Mientras tanto, los fondos buitre siguen caminando por la calle como si fueran dueños de cada edificio en el barrio. Es vital implementar una política restrictiva sobre alquiles turísticos para que nuestras ciudades no se conviertan en parques temáticos y las personas puedan vivir normalmente.

4. Fiscalidad justa

Finalmente, una política fiscal que no premie la propiedad como forma de acumulación sin esfuerzo contribuiría a un sistema más justo. Después de todo, ¿por qué deberías tener que pagar más impuestos por ir a trabajar que por ser propietario de un gran número de viviendas?

La pregunta que queda en el aire es: ¿tendremos el valor de poner estas propuestas en marcha antes de que sea demasiado tarde?

Conclusión: la llamada a la acción

Puedo sentir en el aire que el cansancio ha comenzado a ceder ante la energía de la acción, porque, queridos lectores, si hay algo que hemos aprendido de la historia es que el cambio no viene solo; ¡tenemos que ir a buscarlo!

La vivienda es un derecho, y su tratamiento como producto de lujo nos está llevando a un callejón sin salida. No deberíamos tener que protestar por un derecho que ya deberíamos poseer, pero ya que estamos aquí, aprovechemos la oportunidad.

Así que la próxima vez que te encuentres hablando con alguien sobre vivienda, recuerda que no es solo un tema de conversación; es una cuestión de dignidad humana. Y si de paso puedes sacar a relucir un chiste o dos sobre el tema, ¡adelante! Después de todo, el humor es una poderosa herramienta para la resistencia, e incluso un poco de sana ironía puede ser el primer paso hacia un futuro más brillante.

En resumen, la vida es corta y la vivienda es esencial. No dejemos que el caos nos gobierne; ¡nuestra historia sigue escribiéndose y hay tiempo para cambiar el rumbo!