La reciente Cumbre del Clima en Bakú, conocida como COP29, ha dejado a más de un comentarista rascándose la cabeza y a otros con una buena dosis de escepticismo. Y no es para menos. A lo largo de los años, hemos sido testigos de una serie de acuerdos y promesas que, aunque bien intencionadas, no han podido frenar la amenaza real del cambio climático. Así que, ¿qué ha cambiado esta vez?

En este artículo, exploraremos no solo lo que se decidió en Bakú, sino también el contexto detrás de estas decisiones, las expectativas que se crean y por supuesto, el inevitable tono de humor que nos acompaña en cada cumbre de este tipo. Así que si te has preguntado qué hay detrás de esas cifras vertiginosas y acuerdos soñados, ¡sigue leyendo!

Contexto: un mundo convulso

Antes de hablar del acuerdo en sí, debemos poner en perspectiva el clima (sí, juego de palabras intencionado) en el que se llevó a cabo esta cumbre. En el último lustro, hemos visto guerras, pandemias y hasta tensiones geopolíticas entre gigantes como Estados Unidos y China. La manida frase «estamos en tiempos difíciles» ha cobrado un sentido nuevo y turbulento. Pero, a pesar de todo este espectáculo, parece que los casi 200 países en Bakú han logrado salir adelante con un acuerdo, aunque llega con más preguntas que respuestas.

¡Hablemos de cifras! El acuerdo final propone movilizar 1.3 billones de dólares para 2035, que suena glorioso en teoría, pero la realidad es que nadie ha aclarado de dónde saldrán esos fondos. Una vez escuché a un economista decir que «el dinero es como un adolescente: una vez que lo sueltas, es difícil volver a atraparlo». ¿Quién necesita más estrés en su vida?

El meollo del acuerdo: financiación climática

En el corazón de la cumbre se encontraba la financiación climática: ese crucial fondo que los países desarrollados deben proporcionar para que las naciones en vías de desarrollo puedan frenar sus emisiones y adaptarse a un mundo más caliente. Si has estado siguiendo estas cumbres, sabes que esto no es nuevo. Ya en 2009, durante la polémica cumbre de Copenhague, se acordó que los países desarrollados aportarían 100,000 millones de dólares al año. Ahora, en Bakú, la meta se ha triplicado a 300,000 millones por año para 2035.

Sin embargo, el diablo está en los detalles, y la discusión sobre cuánto y cómo contribuirán estos países fue tan enredada como un juego de Jenga en una tarde de lluvias. Mientras que países desarrollados como los EE.UU. y la Unión Europea se han mostrado reacios, las naciones en desarrollo no han dudado en hacer sentir su presión. “¡Dadnos el dinero que prometisteis!”, fueron las palabras, implícitas o explícitas, de muchas de las negociaciones.

Quién y cómo contribuye

La gran pregunta es: ¿quién aportará el dinero? El documento convenido en Bakú señala que las naciones más ricas son las que deben dar el primer paso. Pero, ¿qué pasa con otros jugadores de alto ingreso como China, Arabia Saudí y Corea del Sur? Hasta ahora, no se les ha exigido que contribuyan de la misma forma, lo que resulta en algo así como un club elitista donde sólo unos pocos ponen la mano en el bolsillo.

“Aprendí a dar lo que se me pide, no sólo lo que quiero dar”, dijo una vez un amigo en una conversación cercana. ¿Aplicarán esa sabia enseñanza los países ricos o seguirán buscando maneras de eludir su responsabilidad?

La importancia de los bancos de desarrollo multilaterales

Un punto positivo del acuerdo es la mención de bancos de desarrollo multilaterales, que pueden desempeñar un papel crucial en la financiación del cambio climático. En lugar de depender exclusivamente de los países considerados desarrollados, se abre la puerta a que otros países también contribuyan. Es como intentar obligar a todos los compañeros de clase a hacer su parte en un proyecto grupal. ¡Un verdadero desafío!

Sin embargo, este enfoque viene cargado de obstáculos. Muchos países en desarrollo enfrenten problemas de deuda insostenible, lo que complica aún más su capacidad para recibir inversiones. Aquí es donde el término «arquitectura financiera» entra en juego. Esencialmente, se trata de asegurarse de que los mecanismos para que estos fondos lleguen a los países que más lo necesitan sean claros y accesibles.

La lucha por un acuerdo

Hablemos de otra de las preocupaciones que surgieron durante las negociaciones: la presión por cerrar el acuerdo. Los negociadores sabían que 2024 podría traer consigo aún más complicaciones. Claramente, nadie quería que Bakú se convirtiera en otro «Copenhague», donde las promesas se quedaron sólo en palabras.

La sensación era casi palpable entre los representantes. “No podemos irnos de Bakú sin un acuerdo”, fue un mantra repetido por varios negociadores. Parece que el temor al fracaso puede ser el mejor motor para forzar la acción, aunque quizás un poco de miedo nunca debería ser la principal motivación.

Mercados de carbono: ¿la solución mágica?

Una parte del acuerdo que generó entusiasmo fue la decisión sobre mercados de carbono. Este sistema teóricamente permite a los países comprar y vender derechos de emisión, incentivando a aquellos que logran reducir su contaminación a beneficiarse económicamente. Es un modelo atractivo, pero que ha sido criticado por su efectividad real. Cuando se trata de cumplir con las promesas climáticas, ¿puede realmente un conjunto de billetes generar un cambio significativo?

Imagina que en lugar de llegar a un acuerdo familiar sobre dónde cenar, simplemente decides comprar a tu hermano su «derecho a elegir» el menú. Podría resultar divertido, pero, ¿acaso se soluciona el problema de fondo? El tiempo dirá si este modelo realmente ayuda a frenar las emisiones o si es solo otra forma de «vender humo».

Reflexiones finales: ¿luz al final del túnel o un espejismo?

Así que, después de analizar lo decidido en Bakú, nos quedamos con preguntas vitales. ¿Estamos realmente avanzando hacia la solución del cambio climático? ¿Cuánto de lo acordado en Bakú se materializará en acciones concretas? A menudo, la historia nos ha demostrado que los acuerdos son solo eso, acuerdos, hasta que se traduce en resultados tangibles.

Francamente, este es un momento crucial. Si bien el incremento en la financiación climática es un paso positivo, el camino hacia un cambio real requiere mucho más que promesas. Necesitamos respuestas sinceras y, sí, quizás hasta un poco de humor en medio de la incertidumbre. Después de todo, reírnos de nuestra situación a veces abre más puertas que el llanto.

La COP29 en Bakú nos ha dejado un acuerdo que promete mucho, pero que, tal como están las cosas, podría terminar siendo otra pieza en el inmenso rompecabezas del cambio climático. En este juego multilateral, todos tenemos un papel que desempeñar. Ojalá esa luz al final del túnel no sea solo un tren en el sentido contrario.

Así que, ¿qué piensas tú? ¿Estamos en la vía correcta, o solo llevando a cabo un círculo inútil de negociaciones? Como siempre, compartamos nuestras reflexiones y mantengamos el diálogo en marcha. ¡El futuro del planeta depende de ello!