La historia tiene una manera peculiar de entrelazar lo macabro con lo cotidiano, y la ciudad de Vitoria no es la excepción. Recientemente, la producción de la película ‘Sacamantecas’ ha encendido un debate que muestra una grieta significativa entre el patrimonio cultural y las prácticas religiosas. Uno podría preguntarse: ¿realmente hay un espacio para el arte y la historia en los lugares sagrados? Vamos a desentrañar este enredo, mientras te invito a tomar un café (o quizás un té, si prefieres) porque este tema se va a poner interesante.

Un poco de historia: Juan Díaz de Garayo y el trasfondo macabro de la película

Primero, pongamos un poco de perspectiva. ¿Quién era Juan Díaz de Garayo? Un hombre del siglo XIX que se ganó el infame apodo de ‘Sacamantecas’ tras perpetrar atrocidades inimaginables en las afueras de Vitoria. Violó, asesinó y desmembró al menos a seis mujeres, un legado que se ha perpetuado en el imaginario popular, aterrorizando a generaciones de niños con historias sobre este monstruo. Es curioso pensar que, en una época en la que Netflix no existía, los relatos de horrores reales parecían ser la verdadera atracción. ¿No es sorprendente cómo lo macabro siempre atrae la atención humana?

Hablar de Garayo es hablar de una parte oscura de la historia alavesa, y ‘Sacamantecas’ aspira a representar esta narrativa a través de una película dirigida por David Pérez Sañudo, con Antonio de la Torre en el papel principal. Pero aquí es donde las cosas se complican. La intención de grabar en la imponente catedral de Santa María, una de las dos catedrales de la ciudad, se topó con las estrictas políticas del Obispado. Y vaya que esto ha generado polemica.

La envoltura de la controversia: ¿arte o falta de respeto?

Cuando el cine busca espacios para contar historias, es normal que tenga que lidiar con instituciones, especialmente con aquellas que poseen propiedades de relevancia cultural y religiosa. En este caso, el Obispado se ha negado a ceder la catedral, fijando su postura en que los usos litúrgicos deben prevalecer sobre cualquier uso extralitúrgico. Y aunque se entiende la necesidad de preservar el lugar de culto, surge la pregunta: ¿no es el cine, en cierta medida, una forma de arte que también puede honrar la historia y su contexto, aunque éste sea oscuro?

Para ilustrar este punto, permíteme contarte una pequeña anécdota personal. Cuando era un niño, estaba obsesionado con las películas de terror. Cada vez que pasaba por una iglesia antigua, mi imaginación volaba. «¿Qué historias se contarían aquí si las paredes pudieran hablar?», pensaba. Bueno, volviendo a nuestro tema, si la catedral de Santa María tiene el potencial de ser un telón de fondo para una historia tan intrigante como la de Garayo, ¿no deberíamos al menos considerar la posibilidad de unir la cultura con la historia, aunque sea un poco oscura?

Reacciones de las autoridades: un tira y afloja inevitables

La alcaldesa Maider Etxebarria no se ha quedado callada. Calificó la negativa del Obispado como “absolutamente lamentable”. Etxebarria ha estado trabajando arduamente para posicionar a Vitoria como un plató atractivo para cineastas, aprovechando su patrimonio cultural. En su declaración, explicó que la catedral ofrecería una oportunidad fantástica para promocionar la ciudad, un punto de vista que muchos pueden entender. ¿Acaso el cine no puede aportar a la economía local y al turismo?

Por otro lado, el Obispado ha repetido una y otra vez que su principal preocupación son los usos litúrgicos, y parece que no se va a mover fácilmente de su posición. Pero aquí es donde me pregunto: ¿qué tan rígidos deben ser los muros que dividimos entre arte y religión? La necesidad de preservar el culto no debería excluir la promesa de contar historias que son una parte intrínseca de nuestra historia colectiva.

Otras opciones: San Juan Bautista y el dilema temporal

Como resultado de la negativa a utilizar la catedral de Santa María, el Obispado ha propuesto la iglesia de San Juan Bautista en Salvatierra-Agurain como una alternativa. Con su arquitectura impresionante, seguramente podría ofrecer un entorno igualmente espectacular para el rodaje. Sin embargo, este tira y afloja plantea otra pregunta: ¿debería una producción cinematográfica tergiversar su intención artística en función de las limitaciones temporales de los espacios disponibles?

A medida que leía acerca de esta disputada elección, me recordó a cuando intenté convencer a mis amigos para ver una película que habían calificado de «rara». Les decía: “¡Te prometo que te vas a reír a carcajadas!”, cuando en realidad, solo quería ver una comedia de culto que ni siquiera era bien vista. La vida, al final del día, es sobre compromisos y, a veces, sobre la aceptación de que no todos los lugares o momentos serán los ideales.

¿Quién manda en el uso de espacios culturales?

La conversación se intensifica al enfocarse en el hecho de que el diputado general de Álava, Ramiro González, ha llevado la discusión más allá, argumentando que la inversión en el patrimonio religioso, que en este caso asciende a la friolera de 50 millones de euros, debería tener un retorno para toda la sociedad. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿quién realmente manda en el uso de espacios culturales que hemos pagado como sociedad?

La idea de que un hermoso espacio, mantenido con el sudor y los impuestos de muchos, pueda ser negado a ser utilizado en un contexto cultural es algo que da que pensar. González argumenta que la catedral no debe ser solo un lugar de culto, sino también un espacio para la cultura. ¡Toma eso, rígidos esquemas de pensamiento!

Memoria histórica y el turismo: ¡un combo letal y necesario!

Como si no fuera suficiente drama, el Obispado también ha comenzado a iniciar los cimientos para un homenaje a las víctimas del tiroteo del 3 de marzo de 1976, en la iglesia de San Francisco de Asís en el barrio de Zaramaga. Este proyecto está previsto para ser inaugurado en 2026, justo cuando se cumplirán 50 años de un evento trágico que marcó la historia reciente del País Vasco. Aquí la pregunta es: ¿podemos considerar estos espacios como puntos de memoria y reflexión, o solo como lugares de culto relegados a lo religioso? La respuesta a esto se encuentra en el pulso entre la necesidad de recordar y la cruda realidad de lo que somos como sociedad.

Reflexiones finales: ¿dónde trazamos la línea?

Volviendo al meollo del asunto, la controversia en torno a la grabación de ‘Sacamantecas’ nos refleja una lucha interna que muchas instituciones y sociedades enfrentan. La tensión entre religión y cultura es, en última instancia, un microcosmos de nuestros propios dilemas. La cultura puede herirnos, pero también puede sanarnos. Y aunque es absolutamente necesario rendir homenaje a las tradiciones y creencias, también es crítico permitir que el arte inyecte vida y conexión a nuestra historia.

Así que, la próxima vez que pases por una iglesia o una catedral, piensa en todas las historias que podrían haberse desarrollado entre sus paredes. Quizás la falta de acuerdo entre el Obispado y la productora de ‘Sacamantecas’ sea solo el principio de una conversación más amplia sobre cómo tenemos que aprender a vivir con nuestras contradicciones. ¿Quién sabe? Tal vez en un futuro, cuando todo esto sea historia, podamos reírnos juntos de lo absurdo de la vida y su capacidad para contar la verdad, incluso si a veces asusta.

Así que, querido lector, la pregunta sigue en el aire: ¿cuál es el verdadero papel de los espacios sagrados en 2023? La controversia en Vitoria puede ser solo un pedazo del rompecabezas más grande que da forma a cómo cultivamos la historia y la memoria colectiva. Solo el tiempo lo dirá. Pero mientras tanto, ¡abramos un debate!