Cuando pensamos en cumbres internacionales, es fácil imaginar reuniones serias, con líderes ataviados con trajes oscuros y gestos de preocupación. Pero, ¿y si les dijera que la primera gran cumbre del mundo fue todo menos eso? La historia del Congreso de Viena, celebrado entre 1814 y 1815, es la de un festín digno de «Juego de Tronos», con su mezcla de intriga, baile y… bueno, un montón de vino. En este artículo, exploraremos cómo se balancearon las decisiones políticas entre los ritmos de valses, y reflexionaremos sobre nuestros días con una sonrisa.

¿Qué ocurrió realmente en Viena?

Ah, Viena, la ciudad de la música. En tiempos en que las potencias podían ser descritas como el “dream team” del ballet político: Rusia, Gran Bretaña, el Imperio Austrohúngaro y Prusia. El propósito aparentemente noble del Congreso era restaurar el orden tras el caos de las Guerras Napoleónicas. Pero, como suele ocurrir, cuando las élites se juntan, la realidad tiende a irse de fiesta. En lugar de un arduo debate sobre el futuro de Europa, lo que realmente sucedió fue un carnaval de dimes y diretes donde el vino fluyó como un río y las canciones se mezclaron con los secretos de estado.

Recuerdo la primera vez que escuché sobre el Congreso de Viena. Pensé que era otro evento aburrido lleno de diplomáticos estilosos y discursos pesados. ¿Y qué me encontré? Una historia donde los negociadores estaban más preocupados por su próximo baile que por el futuro de sus naciones. ¿Había algo de verdad en esa cita de que «el baile era la solución a los problemas de la humanidad»? Pues en Viena casi lo parecía. Pero, ¿y el pueblo? Esos 100,000 asistentes no venían solos; cada festín y baile repercutía en la vida del ciudadano común. ¿No les recuerda a las noches de resaca que nos hacen preguntarnos por qué demonios aceptamos esa última copa?

La obra de La Calòrica

Ahora que tenemos el contexto, hablemos de “Le congrès ne marche pas”, la obra que intenta traducir esto a la escena contemporánea. La producción de La Calòrica, con un ingenioso texto de Joan Yago y bajo la dirección de Israel Solà, se adentra en el epicentro de esta mezcla de política y desmadre. Desde un principio, se presenta una crítica mordaz hacia las clases privilegiadas, retratando a líderes patrocinados por el excesivo consumo y el desprecio hacia los menos afortunados.

Sin embargo, hay algo intrigante en cómo la obra aborda los giros del tiempo. En un momento dado, los diálogos son en francés y ruso, acompañados de subtítulos que, si no estás atento, ¡puedes perderte! “¿Por qué no simplemente en español?” me pregunté, tratando de contener mis risas. Pero, por supuesto, el francés era el idioma de la élite. Vaya, tal vez deberíamos llevar un curso intensivo de francés para entender a nuestros “glamurosos” políticos de hoy.

Un personaje risible: Pedro Gómez Labrador

En el escenario aparece Pedro Gómez Labrador, el caricaturesco representante español. Carismático, sí, pero, sobre todo, un recordatorio de cuántas veces la historia nos presenta a los nuestros como «los que no están a la altura». La representación de Gómez Labrador como un “chascarrillero” que lucha por entender las complejidades del francés parece un poco redundante. ¿Cuántos de nosotros hemos sentido esa frustración? Admitámoslo, hay momentos en los que no tenemos ni idea de lo que pasa en las reuniones familiares. Y aquí, me salió un pequeño suspiro de empatía.

Pero volviendo a la obra, lo que es difícil de ignorar es que su enfoque rápido y cómico, en ocasiones lleva a la repetición. El rebote entre humor absurdo y reflexión sobre el poder se siente un poco flojó, como el último tira de una serpentina en una fiesta. Un par de chistes están bien; pero, ¿se puede hacer una comedia sobre la élite sin apelar al estereotipo del español tonto? Ah, las trampas de la obra.

¿Realmente es una crítica a las élites?

Se plantea la interrogante: ¿Es “Le congrès ne marche pas” una crítica efectiva hacia las élites? Sin duda, los autores han capturado esa fatiga y frustración que muchos sentimos. Y de manera más directa, ahora tenemos un espacio donde podemos reírnos de “los de arriba”. Sin embargo, es el mensaje el que me parece un tanto perdido en el juego de antes. El título sugiere acción, pero ¿dónde está la marcha que debería seguir?

La obra se mueve de un espectáculo deslumbrante a una fiesta contemporánea donde aparecen esa élite «culturata» que sigue menospreciando a los que quedan fuera del círculo. Es un movimiento muy acertado, es decir, un monólogo subido a la nube de lo contemporáneo, que al final termina pareciendo más un desfile de conciencia fome que un grito resonante de cambio.

La conexión entre el pasado y el presente

Como cualquier pieza de teatro que respecta su contexto, es importante hacer la conexión de historias pasadas con nuestra realidad. ¿No es eso lo que se ha hecho comunal aquí? Abstracciones filosóficas sobre la elite moderna, la revelación de intereses ocultos y ese “no hay alternativa” que nos bombardea hasta el hartazgo, resuena con nuestra actual política y discusiones sobre la desigualdad.

El mensaje de que hay algo intrínsecamente malo en la división de clases parece estar presente en cada esquina, aunque la voz en off que guía la narración puede volverse más cansina que un mal disco en bucle. Hace que el espectador se pregunte, al igual que muchos hoy: ¿Realmente tenemos otra alternativa?

Con una mirada a la cultura actual que nos invita a reflexionar sobre por qué seguimos permitiendo que estos ciclos se repitan, la obra logra encender una chispa. Nos recuerda cómo, en nuestra búsqueda de la justicia social, muchas veces terminamos atrapados en el laberinto de la culpabilidad y el desdén, mientras los que realmente mandan bailan al ritmo de la música.

¿La salida del bucle?

Entre el arte y la política, hay una pregunta que no deja de rondar: ¿qué hacer ahora? La realidad es que “Le congrès ne marche pas” podría estar mucho más cerca de la realidad de lo que parece. La cultura del privilegio, el desprecio a la voz del pueblo y ese encadenamiento de ideas erróneas son más que simples dramatizaciones de una obra: son la verdad que nos enfrentamos actualmente.

Desgraciadamente, la conclusión de la obra y su crítica parecen caer en el mismo bucle: los privilegiados siguen siendo descritos como los malos, mientras que la narrativa de quien carece de poder lamenta y observa el espectáculo. ¿No sería maravilloso, en lugar de solo despedirnos de la fiesta, proponer nuevas formas de juntos reinventar? Hay un mensaje oculto en el baile del polvo de historia: unión y alternativas.

Reflexionando hacia el futuro

Así que, mientras las élites continúan en su hilarante danza a ritmos de vals, nosotros, los que observamos desde un lado, debemos preguntarnos cómo podemos cambiar la melodía. La historia de Viena, aunque llena de humor y júbilo, tiene un trasfondo cargado de lecciones que nos urgen a actuar.

Recuerda, querido lector, la siguiente vez que sientas que el mundo se mueve a su propio ritmo, busca cómo darle tu propia vuelta. ¿No sería genial que, en lugar de ser solo espectadores, nos convirtamos en los bailarines de nuestra propia historia? Con eso en mente, ¡brindemos por bailar con propósito y exigir más que un “todo mal”!