La semana pasada, muchos de nosotros, amantes del toreo, nos reunimos en el coso de Olivenza, un lugar donde la pasión por la tauromaquia se siente en cada rincón. Y no me malinterpretes, no estoy hablando de una simple reunión de aficionados. No, lo que vivimos en esa jornada fue un verdadero espectáculo taurino que sería recordado por generaciones. Así que, si te has preguntado alguna vez qué tiene de especial esta feria, acompáñame a desglosar lo que ocurrió ese día y a revivir juntos la magia de la feria de Olivenza.

La tarde del domingo 9 de marzo de 2025: un día para recordar

Recuerdo como si fuera ayer cuando llegué a Olivenza, el aroma a tierra húmeda después de una lluvia nocturna combinada con el bullicio de la gente, las risas de despedida antes de entrar a la plaza y, por supuesto, los merchandising taurino que colmaban los stands. Si eres amante del toreo, sabrás que no hay mejor forma de conocer a tu público que hablando de toros y a eso fui. Es en estos eventos donde se tejen las mejores anécdotas y, créeme, ese día no fue la excepción.

Hablando ya de la faena en sí, los protagonistas fueron tres figuras del toreo que se ganaron su lugar en la memoria de todos los que asistimos. Un José María Manzanares que, a pesar de no llevarse alguna oreja con el mismo beneplácito que el resto, demostró que el arte del toreo también es reflejo de la perseverancia. Con una estocada tendida y otra caída, dejó claro que el coraje es la consigna de un torero, y aunque algunos críticos podrían verle como moribundo, para mí, en su corazón sigue latiendo la llama del arte.

Juan Ortega y su determinación cambiante

Vamos a hablar de Juan Ortega, el hombre que, con su traje de verde oliva y azabache, se presentó como un verdadero gladiador del ruedo. Sin dejar de lado su carisma, Ortega se convirtió en el centro de atención a medida que avanzaba la tarde. Las emociones estaban a flor de piel cuando se enfrentó a su primer toro. Con una paciencia digna de un maestro de ajedrez, observó y estudió cada movimiento del animal como si fuera la última jugada de su vida.

No, no estoy exagerando. Cualquiera que haya estado ahí pudo notar cómo el viento cambiaba cada vez que Juan Ortega se presentaba en la arena. Era como si el universo conspirara a su favor. Sí, lo sé, también pensé que era una locura, pero déjenme contarles: su forma de sincerar al toro, su elegancia y ese toque de bravura que mostraba en cada pase… simplemente, fue como un cuadro de Goya en movimiento.

El momento cómico: ¡Un milagro!

No puedo dejar de sonreír al recordar cuando, tras el segundo toro, alguien en el público exclamó: «¡Es un milagro, esto es un auténtico milagro!». La broma se regó como pólvora entre los asistentes, y segundos después, todos compartíamos risas y chistes sobre las múltiples hazañas y coincidencias de la jornada. Como si el espíritu de la feria demandara humor, la manifestación de emociones más variadas no se hizo esperar.

Y fue aquí cuando me di cuenta de que el espectáculo, más que un evento de lo cotidiano, se había convertido en una experiencia de unión. Todos esos momentos de complicidad, donde incluso la lluvia y el viento parecían invitar a dejarnos llevar por la emoción, habían hecho del evento algo aún más especial.

Alejandro Talavante y la gloria de la tarde

No puede faltar el nombre de Alejandro Talavante, quien se llevó una oreja de peso. En su actuación, el ambiente se tornó casi mágico. Talavante es conocido por su capacidad para conectar con la gente, y en esta ocasión, no fue diferente. Cada pase, cada muletazo, vibraba en el corazón de quienes estábamos allí, como si cada vez que el toro embestía, también lo hiciera nuestras esperanzas de que recuperaríamos la esencia del toreo tradicional.

Con una estocada formidable, Talavante nos regaló una de esas tardes que marcan un antes y un después. Se fue por la puerta grande y lo celebró con pura alegría. Quién podría negarlo, el torero había logrado encender el alma de los allí presentes. ¿Acaso no es eso lo que todos buscamos en un evento como este? La posibilidad de vivir emociones intensas, de sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.

La crítica de la jornada

Sin embargo, no podemos dejar el análisis a merced de las emociones. En esta burguesía taurina, la crítica es esencial. Aunque hubo triunfadores, también existieron actuaciones que dejaron mucho qué desear. Por ejemplo, José María Manzanares, en su segundo encuentro, enfrentó a un toro que parecía más dispuesto a terminar su historia que a entablar un duelo. Su suerte pareció cambiar y, aunque nos dejó un buen sabor en el primer intento, su segunda oportunidad fue francamente decepcionante. Fue uno de esos “no sé qué pasó aquí” que todo aficionado al toreo ha experimentado en algún momento.

Pero aquí vamos a ser honestos. El toreo, como la vida misma, tiene sus altibajos. ¿Quién no ha tenido un mal día en la oficina y ha sentido que todo estaba en contra? Es parte del correr de la vida, así que el arte de entender estas situaciones es también parte del show y, claro, en la feria de Olivenza, esto lo entendemos bien.

Reflexionando sobre Olivenza: Un espacio para el futuro del toreo

La Feria de Olivenza no solo personifica la cultura taurina, sino que es un punto de encuentro donde se viven historias para contar. Sin embargo, siempre habrá quienes se pregunten: ¿estamos viendo el ocaso de esta tradición? ¿Está el futuro del toreo realmente asegurado? La respuesta no es sencilla.

En un mundo donde la modernidad choca con tradiciones, existe una necesidad de renovación en el toreo. Abogando siempre por un enfoque ético en el trato hacia los animales y en la presentación de espectáculos que enganchen a las nuevas generaciones. Si el toreo quiere seguir siendo relevante, es vital encontrar un equilibrio entre la preservación de su rica historia y la adaptación a las expectativas y sensibilidades del público contemporáneo.

Esencialmente, parece que estamos ante un desafío generacional. Sin embargo, en ferias como la de Olivenza, se puede sentir el esfuerzo de traer a esa nueva audiencia, que puede que no haya tenido el mismo lugar en la cultura que nuestras generaciones previas.

Conclusiones: Amores y odios en la plaza

Al final de estas intensas tres horas, cuando la última puerta se cerró, y la música empezó a sonar en el ambiente, es cuando realmente comprendí que la feria de Olivenza no es solo un espectáculo. Es una cita con la historia, la emoción y la comunidad. No importa si te gusta más el color del traje de un torero o el rugido de la multitud en cada muletazo, lo que realmente importa es la conexión que se forja en esos momentos únicos.

Así que si alguna vez te preguntaron sobre el toreo; simplemente cuenta que lo que viviste en Olivenza no se trató solo de un mano a mano entre un torero y un toro. Fue un encuentro entre corazones, pasiones y la búsqueda de la belleza en una tradición que, aseguro, tiene mucho que ofrecer.

Y ahora, querido lector, la próxima vez que encuentres la ocasión, ¡no dudes en vivir la magia de la feria de Olivenza!