En tiempos donde los derechos fundamentales y la dignidad parecen estar en el centro del discurso, la realidad en Galicia sobre la Ley de Dependencia se presenta como un monstruo de dos rostros. Por un lado, una legislación que promete agilidad y protección, y por otro, la cruda y triste potencialidad de las personas a las que esa misma ley debería cuidar. ¿Y si te dijera que en vez de recibir apoyo, muchas personas se encuentran atrapadas en un laberinto burocrático sin salida? Hoy vamos a sumergirnos en el entramado de esta problemática, con anécdotas personales y un toque de humor irónico que a veces es necesario para sobrellevar la situación.

¿Qué es la Ley de Dependencia y cuáles son sus promesas?

La Ley de Dependencia, instaurada para garantizar una adecuada atención a quienes más lo necesitan, establece un plazo de 72 horas desde la presentación de la solicitud para conceder prestaciones en situaciones de emergencia social. ¿No suena ideal? Pero, como todo en la vida, lo que brilla no siempre es oro. En Galicia, esa promesa de 72 horas se transforma en un tiempo de espera que puede multiplicarse por 20. Es como pedir una pizza y, al final, recibir un invitado que nunca se va. Mientras tanto, las personas permanecen atrapadas en hospitales, esperando que la burocracia les dé el visto bueno para salir.

El drama de las listas de espera

Según el Colexio Oficial de Traballo Social de Galicia (COTSG), medio centenar de solicitudes fueron registradas en el área de Pontevedra en el último año, pero sólo tres de ellas fueron estimadas. Una verdadera tragedia burocrática… o una comedia de enredos. Me pregunto, ¿qué pasaría si se aplicara la misma lógica en otros ámbitos de la vida? Imagina que pides un préstamo y, en vez de recibirlo, quedas en una interminable cola… ¡donde nunca llegas a ser atendido!

El viaje de 45 días

Y la espera no termina ahí. Los tiempos de resolución fluctúan entre un mínimo de 25 días y un máximo de 60, lo que coloca a estos casos mucho más allá de lo que establece la ley. Bastante tiempo, ¿verdad? Para ponerlo en perspectiva, mientras tanto, los afectados pasan de la ilusión de un alta médica a la preocupación de “¿y ahora qué?”. A veces, el regreso a casa no solo implica volver al hogar, sino una vuelta a una situación de precariedad extrema. Y como bien dice David Gontán, coordinador del COTSG, “están a la espera de que se les asigne personal técnico”. ¿Wait for it?

Historias que rompen el corazón

La historia de un hombre de 85 años es un ejemplo desgarrador de lo que puede suceder cuando las cosas no funcionan. Ingresado por malnutrición, su alta médica llegó a las 10 de la noche. Lo que podría haber sido un tránsito hacia una nueva vida, se transformó en una tragedia evitable cuando, de regreso a su infravivienda, decidió encender una hoguera para combatir el frío. Lamentablemente, eso resultó en una explosión que le provocó heridas y además incendió su hogar. Solo después de esta calamidad obtuvo acceso a una residencia. A veces me pregunto: ¿realmente necesitamos que el dolor nos despierte de la somnolencia burocrática?

La guerra entre la Xunta y los profesionales

Mientras los trabajadores sociales tiran de los pelos en un intento por adecuar el sistema a las necesidades de la población, la Xunta de Galicia se aferra a su narrativa de que todo está bajo control. Según ellos, sólo hay “dos casos de posible emergencia social” en tramitación. Sin embargo, las pruebas parecen sugerir algo muy diferente. ¿Quién debería ser responsable de brindar un verdadero soporte a los más vulnerables, si no las instituciones que llevan la batuta?

El plan de choque: ¿un simple maquillaje?

En el último año, la Xunta anunció un plan de choque para acelerar las declaraciones de dependencia para que, en teoría, los usuarios accedan a los recursos en el plazo legal de 6 meses. Suena acogedor, pero en la práctica, la espera media supera todavía el año. Si pensaste que el tapón se solucionaría, lamento informarte que solo se ha desplazado. ¿Es así como quieren que veamos que se está solucionando el problema?

Y si echamos la vista atrás, el último centro de residencia pública creado en Galicia se remonta a 2007. Eso es una enorme pista de baile vacía? En un sector en el que la demanda está en aumento, la oferta parece haber encontrado su camino hacia el olvido.

La situación de las residencias: ¿una jugada peligrosa?

A lo largo de los años, las residencias para personas dependientes han llegado a tener una notoria escasez. Y si hablamos de calidad, estamos ante una apuesta arriesgada. Algunos centros como el Volta do Castro han enfrentado situaciones alarmantes. Los trabajadores han comenzado a movilizarse exigiendo mejoras en protocolos y un incremento de personal debido a lo que ellos denominan “psiquiatrización” del lugar. Es un ir y venir de personas con necesidades diversas compartiendo la misma sala, y no me refiero a una tarde de juegos.

La mirada crítica hacia lo privado

Las residencias que se están abriendo últimamente en Galicia son, en su mayoría, centros privados. La Fundación Amancio Ortega ha entrado en este juego, cediendo instalaciones a la Xunta, pero gestionadas con enfoque de costo reducido. Es como si intentáramos hacer un sándwich de calidad con un pan de oferta. ¿Realmente puedes esperar un resultado adecuado? La preocupación de la falta de un sistema de atención se acentúa cuando vemos cómo a veces se prioriza el beneficio económico sobre el bienestar de los más desprotegidos.

El informe social: ¿un retroceso?

Uno de los cambios más discutidos en la nueva estrategia de la Xunta es la posibilidad de eliminar el informe social de la evaluación de dependencia. Pero, un momento… ¿realmente creen que eliminar un diagnóstico completo que considera tanto lo médico como lo social va a solucionar la burocracia? Para los trabajadores cooperantes, eso representa un retroceso en la garantía de justicia y equidad en el acceso a los servicios de atención. Si eliminamos un documento fundamental, lo que estamos haciendo es reducir el bienestar a meros números y procesos administrativos. ¿Acaso no debería un sistema de dependencia centrarse en el bienestar del ser humano?

¿Qué podemos hacer al respecto?

La situación actual no es solo un problema político-normativo. Es una cuestión de derechos humanos. Nos afecta a todos: a usuarios, trabajadores y a la sociedad en su conjunto. Puede que te encuentres en una posición privilegiada en este momento, pero ¿quién sabe qué traerá el futuro? La fragilidad de la vida es un hecho indiscutible; y, algún día, podrías encontrarte en el lugar de aquellos que sienten que el sistema les ha fallado. Así que ¿qué podemos hacer?

  1. Informarse y educar: Como ciudadanos, debemos tener un conocimiento claro de cómo funciona el sistema de dependencia y sus carencias.
  2. Presionar a las autoridades: Las cifras, como las que presenta el COTSG, deben llevarnos a actuar y exigir cambios a nuestros líderes políticos.
  3. Participar en movilizaciones: Unirse a las concentraciones y movimientos es vital para hacer escuchar nuestras voces.
  4. Apostar por lo público: Fomentar la creación de residencias y centros de atención pública, en lugar de seguir cediendo espacio a intereses privados.

Reflexiones finales

Al final del día, todo se reduce a una cuestión de dignidad. Muchas de las historias que escuchamos son de personas que solo quieren vivir con respeto y recursos adecuados. La Ley de Dependencia tiene el potencial de ser un salvavidas, pero se está convirtiendo en un juego peligroso. La burocracia puede ser un monstruo aterrador, pero no debemos permitir que nos paralice. La lucha por un sistema de dependencia que funcione, que apoye a quienes más lo necesitan y que garantice un tratamiento humano no ha hecho más que empezar.

Quizás en el camino deberían encontrarse más fórmulas en las que la atención sea prioritaria. Al final del día, los sistemas deberían servir a las personas, y no al revés. Así que, ¿y si comenzamos a hacer preguntas incómodas y a exigir respuestas honestas? Al fin y al cabo, somos todos parte de esta complicada red social. Y sí, lo sé, suena un poco utópico, pero a veces, un sueño compartido puede ser el primer paso hacia un cambio real.