La reciente crisis climática en la Comunidad Valenciana ha sacudido más que solo los cimientos de algunas casas. Según el jefe de Climatología de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), José Ángel Núñez, el 29 de octubre había motivos más que suficientes para haber puesto en marcha un plan de emergencia antes de que las lluvias torrenciales fueran las protagonistas de esa tarde fatídica. Pero, en vez de eso, la historia se desarrolló como una comedia de enredos donde la única cosa que se movía más rápido que el agua era la falta de acción.

Clamor en el caos: ¿qué pasó esa mañana?

Imaginemos por un momento la escena: es la mañana del 29 de octubre y el cielo ya está echando chispas. Avisos rojos se disparan como fuegos artificiales, pero aparentemente, los que tendrían que haber tomado decisiones se quedaron dormidos en sus laureles. Pienso en cómo, a veces, las señales están tan claras que casi te gritan al oído, pero parece que algunos no tienen el volumen subido.

Núñez enfatiza que había indicios graves desde por la mañana, y sin embargo, la primera reunión del Centro de Cooperación Operativa Integrado (Cecopi) se convocó a las 17:00h, ya con media provincia de Valencia inundada. ¿Es que nadie leyó el pronóstico del tiempo antes de comenzar su día?

Núñez, que parece un tipo bastante racional, dijo que «si se convoca la reunión cuando ya está medio Valencia inundado, las decisiones van detrás de las lluvias y del agua». Y vaya que es verdad. Nunca he entendido por qué la gente espera hasta que el café está más frío para buscar azúcar. Si la situación es grave, ¿por qué no actuar cuando aún hay tiempo?

El oscuro arte de no tomar decisiones

El primer aviso rojo se emitió poco después de las 07:30h, un pronóstico de 180 litros de lluvia por metro cuadrado en 12 horas. Para los no iniciados, eso no es poco. Es como si alguien te dijera que tu amigo que nunca llega a tiempo va a aparecer de repente con una pizza. Y tú, en vez de prepararte para recibirlo, te sientas y esperas que todo llegue a ti.

Como en un mal chiste, los mensajes de urgencia fueron ignorados o malinterpretados. ¿Quién no ha estado en una reunión donde la única decisión importante es qué pizza pedir? Pero aquí, el menú de opciones era vital: confinamiento, evacuaciones, o al menos, si tuviéramos un líder que estuviera al mando, hubiera podido tomar esas decisiones sin que tuviéramos que esperar a que el agua llegará a las rodillas.

Crónica de un desastre anunciado

Lo que se potenció fue la falta de liderazgo. En medio de ese caos, como si todos estuviéramos atrapados en una escena de película de terror, Núñez no vio a nadie tomar el mando. «No vi liderazgo», apuntó, y no puedo evitar preguntarme: ¿acaso el laderazgo está en extinción? En situaciones de emergencia, la dirección es crucial, como un capitán que lleva su barco a salvo en medio de una tormenta.

El análisis de Núñez revela cómo, a las 19:00h ya era tardísimo. La pasarela de Picanya había caído, símbolos del descontrol y la falta de decisiones oportunas. Mientras yo volvía a ver el video viral del desastre, recordaba ese momento en el que no solo una imagen vale más que mil palabras: ¡vale más que mil decisiones equivocadas!

Transparencia y autoridades: un cóctel peligroso

El drama no se detiene ahí. ¿Qué hay de la comunicación entre instituciones? Según Núñez, la información proporcionada por AEMET durante la crisis estaba disponible, era transparente y accesible. Llevándolo a un plano más personal, es como cuando tu amigo intenta contactar a otro para que se una a la fiesta, pero parece que cada vez que toca la puerta se convierte en un dispositivo de sonido sin batería. La información era clara, pero ¿alguien realmente la escuchó?

Los medios de comunicación tampoco ayudaron. Mientras unos anunciaban que la situación ya era muy grave, otros estaban aún discutiendo el color de los lazos que se usarían para apaciguar el desastre. La falta de unificación en la comunicación es otro gran desliz. Como si en una sala de conciertos todos tocaran su propia melodía: el resultado es un ruido ensordecedor en vez de una sinfonía armoniosa.

¿Quién se lleva la culpa?

Como si no fuera suficiente, la AEMET se ha visto acusada de una «predicción fallida». ¿Ah, no? De verdad, me sorprende cómo se escapan por la tangente. Claramente, no se trató de una falla de predicción, sino de una mala interpretación de las advertencias. Es como cuando tu profesor dice que el examen será fácil, y la realidad es que es más un examen de supervivencia.

Lo que es fascinante de todo este desorden es cómo las instituciones se pueden hablar entre sí, pero caer en la trampa del «yo no fui». En este juego de culpas, nadie quiere llevar la antorcha del liderazgo, y lo que ocurre es que el pueblo acaba sin ninguna dirección clara. No es solo triste, es frustrante saber que la falta de acción puede costar vidas y propiedades.

Aprendiendo de los errores: el camino a seguir

Este desastre nos debería dejar varias lecciones. Lo primero es que la mala interpretación de un aviso puede ser letal. Vivimos en un mundo donde el tiempo cambia al instante, y lo que parece ser un simple aguacero puede convertirse en una tormenta apocalíptica.

La preparación debe ser una constante; las reuniones de emergencia no deben esperarse hasta que el cielo esté llorando. Además, el liderazgo no debe ser una opción, debe ser una obligación. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que alguien se arroje al agua para tomar decisiones sensatas.

Por último, la transparencia y la comunicación deben ser el pan de cada día en estas situaciones. Mantener al público informado es vital, y no se puede dejar todo en manos de las redes sociales o de personas que pueden malinterpretar la gravedad del asunto. Si queremos que todos estén en la misma página, en lugar de crear una orquesta desafinada, debemos encontrar la forma correcta de comunicar.

El futuro del liderazgo en situaciones de crisis

Valencia, como tantas otras ciudades alrededor del mundo, tiene la oportunidad de aprender de estos errores y construir un marco de referencia más fuerte. No podemos olvidarnos que, en una institución que tiene que hacer frente a emergencias, la proactividad y la reacción deben ir de la mano.

Al final del día, no se trata de buscar culpables, sino de unir esfuerzos para que situaciones como esta no se repitan, y todo esto inicia con reconocernos como comunidad. Ya sea en tiempos de crisis climática o en desafíos cotidianos, uniendo fuerzas es como nuestros pies se mantendrán secos cuando el agua comience a elevarse.

La conclusión aquí es simple, pero fuerte: el liderazgo no es una carga, es una relación de confianza. Si no nos cuidamos mutuamente, todos seremos arrastrados por la corriente de la falta de acción. Así que, a los líderes en formación, es hora de ajustar esos tirantes y navegar hacia un futuro más brillante e informado. ¡A trabajar!