El fútbol español ha sido, desde hace décadas, un fenómeno que trasciende más allá de una simple afición. Se trata de una pasión colectiva que junta a millones de personas, desde las familias que se sientan cada fin de semana a animar a sus equipos hasta los hinchas que sienten que, de alguna manera, su vida gira en torno a un balón. Sin embargo, en medio de este clima vibrante, se han alzado voces que gritan en silencio sobre un problema mayúsculo: la violencia y el odio que, a menudo, se pasean libremente por los estadios. Me pregunto, ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar como sociedad para proteger lo que amamos?

¿Qué está pasando en los estadios?

Ciertamente, no es un secreto que el fútbol ha resucitado viejos demonios en las gradas. En tiempos recientes, hemos sido testigos de intolerables ataques a jugadores, como el tristemente célebre Vinícius Jr. Estos incidentes no son solo un reflejo de la cultura futbolística, sino también de una sociedad que, en muchas ocasiones, parece haber perdido el rumbo. Recuerdo un partido en el que, entre cánticos de esperanza y espíritu de equipo, me topé con un grupo de hinchas que gritaban insultos racistas y violentos. La imagen es una contraparte dolorosa de una celebración que debería ser pura alegría.

¿Y qué hay de los que están en el medio? La directiva, los propietarios de los clubes, a menudo parecen más interesados en llenar sus bolsillos que en crear un entorno saludable para el deporte. Mientras tanto, el abuso y la violencia crecen. La pregunta que me propongo hacer en este artículo es: ¿dónde queda la responsabilidad de los clubes y las ligas en todo esto?

Un río de comentarios tóxicos

Los comentarios de los aficionados son a menudo abominables, y eso no es nuevo. Ya sea en redes sociales o en las gradas, nunca faltan los que piensan que insultar y desear la muerte a un jugador rival es «parte del juego». Escuchar a un analista como Juanma Rodríguez hablar de este tema me trae a la mente una anécdota. Recuerdo que una vez un amigo mío, ferviente hincha de un club rival, bromeó diciendo que el fútbol sin rivalidad no es fútbol. Sin embargo, esa rivalidad nunca debe cruzar la línea hacia el odio. ¿Hasta dónde vamos a permitir que esa «rivalidad» nos lleve?

Este tipo de actitudes son lo que alimenta un ciclo de toxicidad. De hecho, Rodríguez destaca, a través de su visión crítica, que la violencia verbal y física en el fútbol ha sido normalizada. Pero, ¿qué pasa cuando el ataque va dirigido no solo a un equipo, sino a la humanidad de un jugador? La historia de un jugador como Vinícius se convierte en un ejemplo doloroso de lo que está mal en nuestra cultura.

Los responsables de la toxicidad

Y aquí es donde se complica la discusión. La falta de consecuencias por parte de los organismos reguladores del fútbol, como LaLiga, ha fomentado un espacio donde los comportamientos intolerables se sienten autorizados. Hay millones de aficionados–yo entre ellos–que simplemente queremos disfrutar del fútbol, ver a nuestros equipos de cerca y vibrar con cada gol. Pero, ¿por qué un puñado de personas permite que su odio y frustración arruinen la experiencia para muchos?

La pregunta es: ¿son las instituciones responsables de frenar esta actitud? Al fin y al cabo, son ellos quienes deben salvaguardar el espíritu del juego. Pero a veces, siento que estamos viviendo una especie de «salvaje oeste» en el que no hay ley ni orden. ¿Es realmente un escenario tan difícil de controlar, o simplemente no se quiere hacer?

Un ciclo que no termina

La violencia y el acoso hacia los jugadores no son solo problemas de campo; se filtran a las redes sociales y se convierten en un caldo de cultivo para más violencia. Recientemente, se hizo viral un clip de un aficionado haciéndose pasar por un «influencer» en TikTok, deseando lo peor para ciertos jugadores. De inmediato, eso desencadenó una ola de reacciones, y así, un ciclo vicioso que nunca parece arrepentirse.

Es curioso, ahora que lo pienso. Nunca escribí una carta quejándome de lo que conforma hoy el fútbol. Quizás mientras escribo esto, alguien está vibrando en un estadio y todavía le parece que esos gritos de odio son parte del espectáculo. ¿Realmente lo son? La ironía está en que muchas veces, quienes suben al campo son niños que deberían ver una representación de trabajo en equipo y camaradería, en lugar de ver vidas arruinadas por el odio.

Oyarzabal y la llamada a la razón

En medio de este torbellino de emociones y comentarios peligrosos, hay quienes han alzado la voz con sensatez. Un nombre que resuena es Mikel Oyarzabal, quien recientemente expresó que «hay otras maneras de condenar a alguien” que desearle la muerte. Estas palabras son un rayo de luz en un panorama bastante oscuro. ¿No deberíamos todos, como aficionados y seres humanos, escuchar este mensaje y actuar en consecuencia?

Oyarzabal se atreve a hacer una crítica directa a los lugares comunes que se han convertido en norma, y es refrescante ver a un jugador involucrarse de manera tan visceral en la discusión. ¿Es eso lo que necesitamos? ¿Jugadores más comprometidos no solo con ganar, sino con fomentar un entorno más saludable?

El silencio ensordecedor de las instituciones

Sin embargo, el silencio de clubes e instituciones es abrumador. En mi camino de reflexión, me viene a la mente una película épica en la que los héroes se enfrentan a un poderoso enemigo y deciden luchar juntos. Pero hoy, sentimos que estamos en un reino donde los héroes se hacen de la vista gorda. Esa es la paradoja trágica del fútbol moderno.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico no se implica en el juego, pero aquí hay un guiño de ironía: en otras escenas sí sabemos que hay clase y responsabilidad. Hago una pausa para reflexionar sobre lo que Oyarzabal dijo: el papel de la justicia no debe ser impuesto por la masa en el estadio, sino por las instituciones que regulan y guían el fútbol.

La pregunta que queda es, ¿estaremos algún día listos para ver el fútbol no solo como un juego, sino como una forma de construcción colectiva de algo positivo? ¿Podremos, finalmente, erradicar el odio en lugar de dejar que se normalice?

Un llamado a la acción para todos

La realidad es que el camino hacia un fútbol más responsable requiere ver más allá de los goles y las victorias. Se necesita más que un momento de lucidez como el de Oyarzabal. Necesitamos a nuestros ídolos, a las instituciones y, sobre todo, a nosotros mismos, como aficionados, trabajando juntos para crear un entorno donde la victoria no se logre a costa de la dignidad de otros.

Es un largo camino, no lo dudo. Pero, al final del día, ¿no es eso lo que queremos? Ver un fútbol que respete y valore a cada persona en el campo, independientemente de su camiseta. Estoy seguro de que muchos comparten esta visión, pero ¿seremos capaces de pasar de las palabras a la acción?

La lucha por un fútbol libre de odio es, en última instancia, una lucha por redimir la esencia de lo que significa ser parte de una comunidad, un grupo que celebra las victorias y respeta a todos. Así que, dejemos que la conversación continúe y recordemos que cada choza o estadio que abandonemos deberíamos repartir ejemplos fértiles de cómo deberíamos coexistir con honestidad y empatía, tanto en la vida como en el fútbol.

Empieza la revolución, una tribuna a la vez.