La dana del 29 de octubre en Valencia dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de la región. Con un trágico saldo de 227 vidas perdidas, la catástrofe puso de relieve no solo las deficiencias en la gestión de emergencias, sino también la importancia de la comunicación efectiva en situaciones críticas. Y aquí estamos, desentrañando los entresijos de esta tragedia, acompañados de una taza de café y la esperanza de que aprendamos de los errores del pasado. Así que, abróchense el cinturón y acompáñenme en esta travesía donde analizaremos las responsabilidades, los errores y la búsqueda de la verdad.

La tormenta que golpeó Valencia: contexto y consecuencias

El 29 de octubre de 2023 no fue un día cualquiera en Valencia. La súbita aparición de una dana (Depresión Aislada en Niveles Altos) generó fuertes lluvias que rápidamente provocaron el desbordamiento del barranco del Poyo. Esa tarde, la ciudad se convirtió en un caótico escenario de ríos desbordantes y frustración. Pero, como suele pasar en las tragedias, la verdadera tormenta fue la que se desató en las esferas políticas.

Las palabras del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, resuenan en la memoria de muchos: «No me he planteado dimitir por mi gestión». Sin embargo, este tipo de declaraciones provocan una pregunta inevitable: ¿Debería plantearse su dimisión? La gestión de emergencias conlleva una gran responsabilidad, y en momentos de crisis, las decisiones tomadas o no tomadas pueden tener graves repercusiones.

Recuerdo una vez, mientras vivía una tormenta similar en mi pueblo, donde la administración local fue criticada por no haber anunciado adecuadamente la llegada del mal tiempo. Las promesas de mejora se esfumaron después de cada desastre, y así es como se va desgastando la confianza del pueblo en sus líderes. ¿Acaso no aprendemos de las lecciones del pasado?

En el ojo del huracán: las declaraciones de Salomé Pradas

El contraataque verbal vino de Salomé Pradas, exconsellera de Interior, quien se vio obligada a defender su legado en medio de las acusaciones. Expresó su dolor por las «mentiras y medias verdades» que, según ella, rodean el relato de lo ocurrido ese día. ¿No les parece curioso cómo, en tiempos de crisis, todos quieren salvarse a sí mismos arrojando la culpa a otros?

Pradas aseguró que el mensaje de E-Alert, que debía alertar a la población, no se envió en el tiempo debido. «No se esperó a nadie», recalca. La falta de rapidez en la comunicación puede ser un factor crítico en situaciones de emergencia, algo que muchos hemos experimentado cuando una alerta de tsunami llegó con un mensaje eléctrónico diciendo: «¡Corre!».

A lo largo de mi vida, he aprendido que en situaciones críticas, la rapidez puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. En aquel entonces, ¿quién tomó la decisión de que una alerta de emergencia no es una prioridad? Quizás las decisiones más importantes deben manejarse como el servicio de un restaurante de cinco estrellas, pero con mayor urgencia.

Las acusaciones de Mazón: ¿quién tiene la culpa?

Como si fuese una partida de ping-pong, la pelota volvió a ser golpeada por Mazón, quien insistió en las presuntas mentiras de aquellos que no informaron de la crecida del barranco del Poyo. «Los que no avisaron son los que tienen que plantearse su situación», subrayó.

Esta frase, aunque sólida, se enfrenta al dilema de siempre: ¿quién es realmente responsable en una cadena de mando tan amplia durante una crisis? En ocasiones, parece que la responsabilidad se dispersa como esos trozos de papel que vuelan cuando sopla el viento. Todos clamamos por los culpables, pero la estructura de responsabilidad se convierte en un auténtico rompecabezas. ¿Y si todos tienen un porcentaje de culpa?

El drama institucional y el caos de la comunicación

No nos engañemos. La crisis fue un** fracaso colectivo**, no solo de unos pocos. La comunicación debe fluir en ambas direcciones: desde el centro de emergencias hasta la ciudadanía y viceversa. Imaginen que estamos en una carrera de relevos y uno de los corredores olvida pasar el testigo; no hay ganador, solo confusión y desesperación. Las emergencias requieren que todos estén en sintonía, y eso parece que no sucedió el 29 de octubre.

Mazón, por su parte, ha defendido su propio actuar ese día, asegurando estar pendiente de las comunicaciones en todo momento. Y cuando se le preguntó si su situación era «insostenible», se desvió elegantemente de la pregunta—una técnica más común entre políticos que en una mesa de poker de Las Vegas. ¿Es la evasión una estrategia de supervivencia o una señal de debilidad?

¿Una lección aprendida?

Es evidente que la dana del 29 de octubre servirá como un punto de inflexión para muchos en la comunidad, sin mencionar la repentina autoconciencia que ha surgido en los líderes políticos. Como si de una epifanía se tratara, ahora todos se ven obligados a reconsiderar sus roles y responsabilidades dentro de la gestión de emergencias.

El día de la tragedia nos recuerda que la vida es impredecible, y a veces, los planes de contingencia son solo eso: planes. En mi experiencia, he pasado por situaciones donde la planificación no siempre se traduce en acción efectiva—como cuando, en una barbacoa, el fuego se sale de control y la única solución es correr a buscar agua sin pensar en lo que estás dejando atrás. Sin embargo, en casos de vida y muerte, no hay lugar para las improvisaciones.

Reflexiones personales: ¿particular o colectivo?

Al reflexionar sobre lo ocurrido, me pregunto: ¿deberíamos los ciudadanos asumir también parte de la responsabilidad? En cierta medida, la comunidad juega un papel crucial en prepararse y reaccionar ante emergencias. ¿Estamos informados sobre las alertas? ¿Estamos colaborando con nuestros gobiernos locales para mejorar esos sistemas de alerta? Es un juego de dos, y todos tenemos un papel que desempeñar.

Sin embargo, no podemos ignorar que el gobierno, independientemente de su forma, tiene la obligación de cuidar de sus ciudadanos. En este sentido, la negativa de Mazón a considerar su propia responsabilidad en lo sucedido se siente como una falta de empatía hacia las familias que sufrieron pérdidas irreparables.

La búsqueda de la verdad: ¿quién miente?

La pugna entre Mazón y Pradas nos lleva a una conclusión inevitable: la verdad parece desvanecerse en cada acusación y defensa. «Han mentido», dice Mazón, mientras Pradas responde con su propia experiencia y percepción. En un mundo donde la verdad es subjetiva y moldeable, ¿cómo podemos llegar a un consenso sobre lo que realmente sucedió durante la dana del 29 de octubre?

A veces me pregunto si, en este juego de acusaciones, olvidamos lo más importante: las víctimas. Como sociedad, es fácil quedar atrapado en el drama, pero no debemos perder de vista lo que realmente importa. Desde mi punto de vista, parece que hay una desconexión grave entre los que están en el poder y la realidad de las vidas que se vieron afectadas.

Una necesidad de cambio: lecciones para el futuro

La dana del 29 de octubre debe ser un punto de partida para un cambio profundo en nuestra manera de gestionar emergencias. La importancia del entrenamiento en gestión de crisis y de protocolos de comunicación claros es más crítica que nunca. ¿No deberíamos estar preparándonos mejor para enfrentar lo inesperado?

A nivel individual, también debemos asumir un rol activo. Desde aprender sobre cómo reaccionar ante desastres naturales, hasta abogar por sistemas de alerta más eficaces. La comunidad, la educación y la participación son fundamentales para cambiar la narrativa de la desconfianza que se ha establecido entre ciudadanos y gobernantes.

No hay duda de que también se requiere una reforma política y administrativa. Tal vez es hora de replantear cómo se están manejando las emergencias, así como la infraestructura existente. Porque al final del día, todos queremos sentir que vivimos en una comunidad que cuida de sus ciudadanos, y no solo de sus líderes.

Conclusión: un llamado a la empatía

La tragedia de la dana del 29 de octubre en Valencia debe servir como un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de la empatía y la responsabilidad compartida en la gestión de crisis. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de hacer un cambio, asegurándonos de que nunca más repitamos los errores del pasado.

Así que, mientras reflexionamos sobre estos eventos trágicos, no solo pensemos en lo que ocurrió, sino también en cómo podemos mejorar y prepararnos para el futuro. Porque, querido lector, en un mundo lleno de incertidumbres, la mejor preparación es la que nos une como sociedad. ¿Estamos listos para asumir esa responsabilidad? ¿Vamos a dejar que nuestros líderes aprendan de esta experiencia o volveremos a caer en el mismo ciclo de crisis y evasión? La respuesta está en nuestras manos.