En un mundo donde las opiniones se disparan más rápido que un tweet de Elon Musk a las 3 a.m., el Tribunal Constitucional (TC) de España ha encontrado su lugar en el eje de una tormenta política, y no se trata de una simple brisa. Juezas y Jueces para la Democracia (JJpD) han expresado su “profunda preocupación” por una aparente campaña de presiones que se cierne sobre este organismo vital. Uno no puede evitar preguntarse: ¿realmente estamos dispuestos a dejar que nuestras instituciones sean objeto de ataques políticos?

¿Qué está sucediendo realmente?

Parece que estamos en un episodio de un drama político más propio de una serie de televisión que de la realidad. El asunto comenzó a aflorar cuando Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular (PP), ternó su postura contra la Corte, ignorando la ley que impide juzgar sus decisiones. Es como si en lugar de tomar la vía democrática, algunos prefirieran tomar atajos peligrosos que amenazan con deslegitimar no solo al TC, sino a la misma idea de democracia.

Una caricatura viene a la mente: imagina a un grupo de personajes al estilo de «Los Simpson» sentados en una mesa de café, discutiendo cómo desmantelar las instituciones democráticas en lugar de, ya sabes, ponerle ketchup a su hamburguesa. ¿No te parece que hay algo profundamente equivocado aquí?

El TC ha defendido sus acciones recordando a todos que sus magistrados fueron nombrados de acuerdo con la Constitución. En el fondo, esto debería otorgar algo de tranquilidad a los ciudadanos. Sin embargo, a medida que las diatribas políticas aumentan, miramos hacia las manos que intentan mover las piezas del tablero sin una comprensión adecuada de lo que está en juego.

La voz del ridículo

Como si la situación no fuera ya lo suficientemente cómica, las insinuaciones sobre la posibilidad de admitir querellas contra los integrantes del TC han estado flotando por ahí. Esto no es solo un ejercicio de “vamos a intentar asustarlos”; es más bien un juego de “yo tengo más cartas que tú” que puede terminar en desastre.

Y aquí es donde entra el humor. La idea de que los miembros del TC estarán en una suerte de tribunal equivalente a un episodio de » el juicio del siglo» donde los fiscales son simplemente jugadores del PP es un guion que ni Hollywood se atrevería a filmar. Pero es la triste realidad: la erosión de nuestras instituciones democráticas no es una comedia, es una tragedia en varios actos.

Conclusiones de JJpD

El JJpD ha hecho un llamado urgente al “respeto institucional” y ha subrayado que el pluralismo constitucional no debe verse amenazado. Esto implica reconocer que, aunque las decisiones del TC pueden generar discrepancias, la confianza en estas instituciones es fundamental para la democracia. ¿Cuántas veces hemos expresado desacuerdos en nuestras propias casas, solo para llegar a un acuerdo en la cena? Puede sonar simple, pero la esencia de la democracia radica en el diálogo y no en la vilipendio.

La importancia del respeto a las instituciones

A medida que las fuerzas políticas tratan de desequilibrar estas instituciones vitales, se pone en jaque la esencia misma de lo que significa vivir en una sociedad democrática. La independencia del TC no debe estar sujeta a las exigencias de política contemporánea porque, de hacerlo, estamos, en cierta medida, entregando las llaves a un reino lleno de incertidumbre y desconfianza.

A menudo me encuentro recordando una anécdota que me pasó mientras hacía un trabajo sobre instituciones democráticas. En una conversación con un amigo, dijo: “La democracia es como un matrimonio; hay desacuerdos, pero el respeto mutuo es la clave para sobrevivir”. En ese sentido, si los políticos no pueden mostrar el mismo nivel de respeto a nuestras instituciones, podríamos estar ante un colapso de la relación de confianza entre ellos y los ciudadanos.

La amenaza de la coacción penal

El JJpD, en su comunicado, ha señalado que la coacción penal no es un método válido para delimitar la interpretación constitucional. ¡Por supuesto! Si empezamos a utilizar el derecho penal como un garrote para zarandear a nuestros intérpretes constitucionales, nos estamos despojado de toda noción de justicia. Esto, en el mejor de los casos, es un paso en dirección equivocada y, en el peor, un reflejo de una autocracia emergente.

A medida que observamos cómo esta tendencia también se manifiesta a nivel internacional, nos resulta más pertinente que nunca recordar la fragilidad de los sistemas democráticos. Si las potencias mundiales pueden caer en la trampa de la deslegitimación institucional, ¿por qué nosotros, los ciudadanos comunes, creeríamos estar exentos de tal destino?

Reflexiones finales

En tiempos de divisiones profundas, el respectivo papel del TC es más vital que nunca. Necesitamos una institución que proteja los derechos de todos y que funcione independientemente de las mareas políticas. Es fundamental reforzar la confianza en nuestras instituciones y abogar por el diálogo constructivo.

A modo de cierre, quiero dejarte con esta pregunta: ¿cómo podemos permitir que el juego político se convierta en una partida de ajedrez donde nuestras libertades son las piezas? Estoy seguro de que, si nos unimos y abogamos por el respeto hacia nuestros sistemas democráticos, podremos garantizar que el Tribunal Constitucional siga siendo un pilar de la justicia y la equidad.

Por lo tanto, cuando escuches discursos incendiarios desacreditando a nuestras instituciones, recuerda que la risa y el respeto son nuestras mejores herramientas para mantener la democracia viva. Después de todo, como dicen, «¡La vida es demasiado corta para perderla en discusiones políticas!»