La ciencia pop ha vivido un resurgimiento notable en las últimas décadas, y si miramos el pasado, podemos trazar su evolución desde las páginas llenas de promesas del pasado hasta las pantallas de nuestro teléfono. Sí, la biblioteca científica que muchos de nosotros recordamos, aquélla con las tapas coloridas que llenaban nuestros quioscos en los años 80 y 90, ha dejado una huella imborrable en nuestra forma de entender el mundo. Pero, ¿realmente hemos comprendido la profundidad de lo que estos volúmenes nos ofrecieron?

De las páginas de la historia a nuestras pantallas

Cuando era un niño, recuerdo que cada semana iba con mi madre al quiosco para buscar el último número de aquellas enciclopedias científicas. Era como un ritual en el que me sentía un pequeño investigador. ¡Cómo podía imaginar que, años después, esos mismos conceptos se verían reflejados en memes y videos en TikTok! Pero, a la vez, ¿no es eso lo que hace que la ciencia sea tan accesible y emocionante?

Hoy en día, ese acceso a la ciencia ha sido democratizado por internet. Figuras como Malcolm Gladwell o Yuval Noah Harari han adquirido estatus de celebridades a medida que sus libros se convierten en bestsellers y son discutidos en charlas TED y podcasts. De hecho, Harari, con su obra Sapiens, ha vendido más de 50 millones de copias. ¿Cómo se siente ser el autor de un libro que no solo se vende, sino que se convierte en material de conversación en casi todos los rincones del mundo? Debe ser como ser un rockstar de la divulgación científica.

De Carl Sagan a TikTok: la ciencia tiene su propio influencer

Los pioneros de la ciencia pop en los años 50 y 60 tales como Carl Sagan, Isaac Asimov, y Félix Rodríguez de la Fuente supieron ver el potencial de la divulgación científica. En un mundo donde la Guerra Fría creaba un ambiente de incertidumbre, estos autores transformaron lo que parecía ser un conjunto de temas complicados en narrativas accesibles y fascinantes. Sagan, por ejemplo, hacía que el universo pareciera un lugar donde todos pudiéramos encontrar nuestro lugar.

Ahora, en un giro inesperado, encontramos que plataformas como TikTok o Instagram han abierto nuevas vías para que la ciencia llegue a los jóvenes. ¿Te imaginas a Sagan haciendo un video corto explicando el Big Bang con emojis y un filtro de estrella? Seguro que su cuenta hubiera tenido millones de seguidores. Y aquí entra el dilema: ¿somos, como consumidores de contenido, verdaderamente capaces de entender la complejidad detrás de esos breves y divertidos videos?

La emergencia de los autores científicos contemporáneos

La publicación de El punto clave por Malcolm Gladwell en el año 2000 puede servir como un hito importante en la historia de la ciencia pop. No solo iluminó a los lectores sobre temas relacionados con la psicología experimental, sino que también mostró que había un mercado para la divulgación científica de calidad. Pero aquí viene la pregunta: ¿esto ha llevado a un exceso de simplificación en algunos temas?

Miguel Aguilar, director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House, menciona que hay una delgada línea entre lo interesante y lo superficial. Mientras que algunos lectores pueden disfrutar de la narrativa cautivadora de autores como Gladwell y Harari, otros se podrían sentir desilusionados si creen que están recibiendo solo una versión superficial de temas significativamente complejos.

Esta preocupación sobre la simplificación es válida, especialmente cuando consideramos que temas tan complejos como la genética, la sociología y la filosofía están siendo más accesibles. Después de todo, explicar el ascenso y caída de civilizaciones a través de un meme puede dejar a muchos preguntándose si realmente entienden el contexto completo.

La ciencia como herramienta de reflexión

Fernando Broncano, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, destaca un aspecto interesante: la ciencia pop no solo busca informar, sino que tiene el potencial de provocar una reflexión más profunda sobre el ser humano y su lugar en el mundo. Esto es fundamental, ya que vivimos en tiempos donde la ciencia y la tecnología son cada vez más relevantes en nuestras decisiones diarias.

Tomemos, por ejemplo, el alarmante tema del cambio climático. Los libros y estudios publicados sobre este asunto han elevado nuestra conciencia, pero la verdadera pregunta es, ¿qué estamos haciendo al respecto? La narrativa científica puede ayudar a crear conciencia, pero necesitamos acción, y eso no se logra a través de un simple video viral.

¿El peligro del populismo científico?

La línea entre la divulgación científica y el populismo científico puede a veces volverse difusa. Este término, según algunos críticos, retrata una tendencia de simplificación excesiva que, aunque puede atraer a un gran público, corre el riesgo de tergiversar la realidad. Es como el famoso chiste: «¡Más ciencia, menos política!» pero, ¿realmente podemos separar esos mundos?

Harari ha sido objeto de críticas desde esta óptica, especialmente por la forma en que condensa ideas complejas en mensajes de fácil consumo. Sin embargo, Aguilar defiende que la mayoría de estos autores son más cautos y elaborados en sus planteamientos que muchos críticos les atribuyen. Al final, se enmarca en el eterno debate: ¿La ciencia se debe comunicar de forma popular o debe ser reservada para unas pocas élites?

Una nueva era de divulgación científica

Estamos claramente en una nueva era de divulgación científica, donde plataformas y redes sociales cambian drásticamente la forma en que percibimos la información. Ya no es suficiente presentar datos y hechos; ahora se requiere una narración atractiva, un desarrollo atractivo y, sobre todo, un engagement significativo con el público.

Una de mis experiencias más memorables fue asistir a una charla de un famoso biólogo que, en lugar de una presentación técnica aburrida, utilizó anécdotas divertidas y un sentido del humor identificable para explicar los intrincados detalles de la evolución. A través de esa narrativa, los conceptos complejos se hicieron accesibles, y, más importante aún, memorables. ¿No deberíamos todos esforzarnos un poco más para hacer que la ciencia sea más atractiva y relevante en nuestras vidas?

Conclusión: hacia un futuro más consciente

Como hemos explorado, la ciencia pop ha evolucionado significativamente desde las coloridas enciclopedias de nuestra infancia hasta el contenido en redes sociales que consumimos hoy. La combinación de narrativas accesibles, anécdotas cautivadoras y un toque de humor ha hecho que la ciencia jamás haya sido tan emocionante. Pero con ese avance viene la responsabilidad de no caer en la trampa del populismo científico y seguir buscando un equilibrio entre la divulgación y la complejidad.

A medida que avanzamos hacia el futuro, lo que queda claro es que la ciencia y su comunicación seguirán evolucionando. La pregunta que nos queda es: ¿estamos listos para comprometernos activamente con estos nuevos formatos y, lo más importante, actuar en consecuencia? Suena a reto, pero ¿quién no ama un buen desafío? ¡La ciencia nos espera!