En nuestro recorrido por la historia, a menudo nos encontramos con situaciones que parecen sacadas de una novela de aventuras. Imaginemos, por un momento, Menorca en el siglo XVIII, una isla de belleza deslumbrante y aire mediterráneo, pero también un crisol de conflictos, ideas nuevas y una impresionante influencia británica. Mientras en el resto de España se debatía entre el absolutismo y el liberalismo, Menorca se atrevía a soñar. Hoy, vamos a sumergirnos en esta fascinante historia que incluye logias masónicas, espiritismo y una lucha inquebrantable por la libertad. Tiene todos los elementos de una buena película, y quizás, si la contamos bien, lograremos no solo informar, sino también entretener. Prepárense, porque la historia de Menorca es todo menos aburrida.

Una isla de oportunidades: Menorca en el siglo XVIII

Cuando pensamos en Menorca, probablemente nos viene a la mente el azul del mar y las playas de arena. Pero, curiosamente, en el siglo XVIII, esta isla fue un verdadero “gobierno provisional” del pensamiento liberal y humanista, en medio del caos español. En los años en que las fuerzas británicas tomaron control de la isla, la influencia de la masonería se hizo notar. A pesar de que yo mismo suelo tener problemas con la «masonería» a la hora de abrir las puertas del garaje, aquí, en Menorca, la lucha por la libertad fue, de alguna forma, carretera abierta.

Un claro ejemplo de este renacer de ideas es la fundación de logias masónicas, como la Antiènt Lodge N.72. El profesor Juan José Morales Ruiz nos recuerda que este fenómeno floreció entre las fuerzas británicas, y que incluso se llevaron a cabo procesiones a San Juan Evangelista, donde los masones ingleses recibieron la asistencia de algunos mahoneses, aunque estos últimos, en un arranque de discreción —o quizás de travesura— decidieron ir disfrazados. ¿Se imagina uno de esos momentos? ¡Una verdadera fiesta de la diversidad donde el espíritu de la revolución se respiraba en cada rincón!

Por otro lado, esa apertura a nuevas ideas permitió la llegada de comunidades hebreas y griegas ortodoxas que coexistieron en un clima de respeto. La palabra «tolerancia» se sintió en el aire, lleno de promesas de libertad y modernidad. Es curioso pensar cómo la diversidad es tan fácilmente ignorada en algunas partes del mundo, mientras que Menorca se armaba de valor para acogerla. ¿Estamos naufragando a veces en este océano de intolerancia actual?

Espiritismo: Cuando lo oculto se vuelve público

Ah, el espiritismo. Quien haya tenido una conversación con un amigo un fin de semana sobre lo paranormal, sabe que puede llevar a caminos misteriosos. En Menorca, a finales del siglo XIX, tal fenómeno dejó una marca poderosa en la historia. Con el auge de la Revolución Gloriosa de 1868, muchas ideas innovadoras comenzaron a florecer, incluida una renovada necesidad de espiritualidad. Y aquí entró Alan Kardec, el fundador del espiritismo. Lo que comenzó como una moda en Francia rápidamente se probó efectivo también en las islas.

Catalina Martorell Fullana destaca en su obra cómo esta corriente se convirtió en un refugio para los que deseaban escapar del clericalismo que atenazaba a España. Imagina a un grupo de republicanos debatiendo sobre la vida después de la muerte alrededor de una mesa; más que un club de lectura, se convirtió en un espacio de emancipación. Anécdotas como las de la reunión del I Congreso Espiritista Internacional en Barcelona en 1888 son testigos de un clamor por la igualdad de género, el matrimonio civil y la representación laica. ¡Menudo tiempo para estar vivo en Menorca!

Un anarquista en las mesas danzantes

Uno de los personajes más fascinantes de esta época fue Joan Mir i Mir, un educador y activista que utilizó sus convicciones espiritistas como trampolín para entrar en la lucha por los derechos de los trabajadores. Quién diría que una mente brillante y progresista podría combinar el espiritismo con el deseo ardiente de justicia social. Recuerde que no es común ver anarquistas bailando alrededor de una mesa.

La vida de Mir fue un constante ir y venir entre logias y movimientos libertarios, tratando de equilibrar su búsqueda de una educación libre con el anhelo de una sociedad más justa. En 1901, su viaje a Barcelona representa un punto culminante en su activismo. Allí se unió a otros pensadores del cambio social, mientras Menorca se convertía, por un breve período, en un hogar para ideas que desafiaban el status quo. Sería un buen ejercicio ver qué haría hoy en día, rodeado de tanto ruido digital y político.

Enfrentando el retorno al pasado

Como en toda buena narración, tras la época de esplendor y nuevas ideas, llega la oscuridad. En 1802, el regreso de Menorca a la corona española trajo consigo un contexto de intolerancia y absolutismo. La Inquisición volvió y con ella, muchas de las ideas liberales, tanto del discurso como de la práctica, se encontraban amenazadas. El clima de miedo e inseguridad llevó a muchas comunidades, que en un momento se sintieron libres, a la clandestinidad. Tan irónico como cierto, en un momento en que la búsqueda de libertad parecía tangible, les tocó esconderse de nuevo.

Las historias de aquellos días son, en muchos aspectos, un reflejo de lo que vivimos hoy: una lucha constante entre el deseo de cambiar el mundo y las presiones para regresar a un pasado que debería quedar atrás. ¿Cuántas veces hemos sentido que un paso hacia adelante puede convertirse en dos hacia atrás?

La influencia duradera del legado británico

Al mirar hacia atrás, no podemos pasar por alto el impacto que la dominación británica tuvo en Menorca. La cultura que se tejió durante aquellos años no solo influyó en la política de la isla, sino que dejó huellas indelebles en la forma de pensar de sus habitantes. Tolerancia, apertura, liberalismo mercantil. Estas no son solo palabras de moda; se convirtieron en parte del ADN menorquín.

Las sociedades que se formaron, las logias que se establecieron y los debates que se llevaron a cabo generaron un caldo de cultivo para un futuro diferente. Al final, la manera en que se gestionaron las diferencias y se fomentaron las nuevas ideas nos dice mucho sobre la fortaleza de una comunidad. En tiempos de crisis, es posible que Menorca nos cuente cómo construir puentes, en lugar de muros.

Hoy, aún se puede sentir el eco de esas ideas en la vida cotidiana de las comunidades menorquinas. Y sí, los vestigios de la cultura británica se pueden ver en los anglicismos que han permanecido en el dialecto catalán de la isla, lo que nos lleva a reflexionar: ¿qué legados estamos aceptando hoy que darán forma a nuestro futuro?

Conclusión: Mirar hacia adelante con el legado del pasado

Al final de nuestro recorrido por la historia de Menorca, es normal sentirse abrumado, pero también inspirado. La compleja interacción entre cultura, política y espiritualidad nos demuestra que somos parte de una red más amplia, tejida por hilos de experiencias humanas compartidas.

Así que, querido lector, la próxima vez que pienses en Menorca o en cualquier historia de la humanidad, recuerda que la lucha por la libertad y la tolerancia no es solo un reto del pasado; es una responsabilidad del presente. Y aunque nuestras sociedades pueden parecer polarizadas, siempre hay espacio para el diálogo, la comprensión y quizás incluso… un poco de espiritismo.

Y si uno de esos espíritus liberales decide hacer un tour por las mesas danzantes de hoy, espero que al menos se lleve un buen vino y risas, porque, si hay algo que he aprendido en esta aventura histórica, es que a veces una buena conversación y una copa pueden ser la mejor manera de abordar los misterios del mundo.

¡Salud por los espíritus de Menorca y por los que aún pelean por un futuro donde la libertad sea el hilo común! 🍷✨