Cada vez que escucho una charla sobre cambio climático o urbanismo, me viene a la mente una escena de mi infancia. Yo, con unos diez años, intentando construir un fuerte con almohadas y mantas, completamente convencido de que era la fortaleza más segura del mundo, mientras mi perro se encargaba de desmantelarlo a cada momento. Es una metáfora perfecta: a veces, en nuestro afán de construir algo nuevo, olvidamos la importancia de la resiliencia y la realidad a la que nos enfrentamos. Con el trasfondo de la reciente DANA que azotó la provincia de València, resulta crucial preguntarnos: ¿estamos realmente aprendiendo de nuestros errores en la planificación urbana y la gestión del riesgo climático?
En una reciente conferencia organizada en el Centre Cultural la Nau, el catedrático Jorge Olcina planteó una serie de reflexiones que crean un mapa desolador y al mismo tiempo revelador de la situación en el Mediterráneo Ibérico. Su enfoque nos lleva a una meditación profunda sobre la interacción entre el urbanismo descontrolado, el cambio climático y su impacto en nuestras vidas. Desde su perspectiva, el mensaje es claro: ¡necesitamos un cambio radical en cómo concebimos el espacio en el que vivimos!
Las cicatrices dejadas por las catástrofes naturales
¿Alguna vez te has preguntado cuán frágil puede ser la estructura de reconocimiento de nuestros espacios habitables? Las recientes crecidas en València, que dejaron un lamentable saldo de 227 muertos, nos recuerdan que las consecuencias de ignorar el cambio climático no son solo estadísticas; son vidas perdidas, familias desgarradas y comunidades sumidas en el dolor. La gota fría de 2019 que devastó la comarca de la Vega Baja es otra herida abierta que se suma a la lista.
Olcina afirma que nuestra comunidad está en un territorio de riesgo desde hace tiempo. A medida que el turismo y el desarrollo económico han crecido, también lo han hecho las oportunidades para que surjan situaciones adversas. La peligrosidad de edificar en zonas inundables se ha normalizado; a veces pienso que, si pudieran hablar, las viejas piedras de los pueblos hubieran aprendido a gritar: ¡dejen de construir en zonas de riesgo!
Un urbanismo que necesita reconfiguración
Uno de los puntos más impactantes que planteó Olcina es que los Planes Generales de Ordenación Urbana (PGOU) previos al 2000 simplemente no ofrecen la seguridad necesaria en escenarios actuales y futuros. Este comentario me hace recordar la mítica película de «Jurassic Park», donde el creador piensa que, con un buen plan, puede controlar a los dinosaurios. Ya sabemos cómo terminó eso. ¿Acaso no estamos también lidiando con «monstruos» que hemos creado al edificar en terrenos inseguros? Esta idea nos lleva a la necesidad imperiosa de paralizar planes urbanísticos que no contemplen la seguridad ante el cambio climático.
El papel de la administración pública
Es curioso cómo, a pesar de la voz de expertos como Olcina, las instituciones siguen avanzando en construir en áreas vulnerables. Cuando el gobierno de Mazón apoya la posibilidad de construir a 200 metros de la costa, me resulta difícil no pensar en esos personajes de la literatura que, a pesar de las advertencias, deciden seguir con sus planes. «No pasará nada», se dicen a sí mismos, mientras un huracán se acerca.
Estamos en un momento crucial donde las decisiones políticas deben alinearse con una gestión integral y eficaz del riesgo. Según Olcina, hay un déficit notable en la cartografía que refleja las zonas de alto riesgo de inundación. Visto desde una perspectiva personal, esto es angustiante. Vivimos todos los días con la ilusión de que el riesgo no nos tocará, pero la realidad es que, cuando se activa la alarma, puede que no haya tiempo para evacuar.
Propuestas inteligentes para un futuro sostenible
Aquí es where it gets interesting. Olcina propuso desarrollar espacios resilientes al clima y crear un sistema de alertas más eficiente. Imagina recibir aviso de inundación en el idioma que hablas. Esto no solo es una cuestión de confort, sino de vital importancia en un mundo donde la diversidad cultural es cada vez más evidente. La idea de que el aviso meteorológico llegue a todos, en cada idioma, es un paso hacia esa justicia climática que tanto necesitamos.
También sugiere la implementación de una cartografía síntesis que refleje con claridad los riesgos, un concepto que podría hacerse realidad si los políticos deciden tomar la iniciativa en vez de ignorar las advertencias. Sin embargo, soy escéptico; hemos visto muchas veces cómo la política se convierte en un juego de egos.
El tedioso regreso al macrourbanismo
Nada me provoca más nostalgia que recordar aquellos días de veranos largos, cuando las olas del mar chocaban contra la costa sin interrupciones. Pero no solo es nostalgia; es una preocupación real cuando miro hacia el futuro. El Decreto Ley 20/2024, que se aprobó para la reconstrucción de municipios afectados por la DANA, parece apuntar en la dirección equivocada. En lugar de una visión holística, parece que estamos replicando modelos que ya han fracasado.
Y aquí es donde entra en juego la honestidad. No podemos seguir construyendo como si no existiera un mañana. La reconstrucción no debe ser solo un simple acto de levantar edificios; debe integrar una nueva forma de concebir nuestro entorno. ¿De verdad consideramos que volver a los errores del pasado es la solución? Esto es como intentar arreglar un coche dejando las puertas abiertas mientras conduces en una carretera llena de baches.
Discurso negacionista y su efecto
Uno de los cambiantes paisajes de la conversación sobre el cambio climático ha sido el repunte de discursos negacionistas. Es como cuando alguien niega que el cactus al lado de la carretera esté ahí, ignorando las espinas que se clavan en su piel cuando intenta tocarlo. La automatización de la negación solo lleva a un estado de inacción, lo que agrava aún más los problemas que enfrentamos. En un territorio como el Mediterráneo, donde los riesgos son evidentes, es imprescindible transformar la planificación territorial y económica.
La emergencia climática es real, y negarla resulta en un peligro que se encuentran justo a la vuelta de la esquina. La broma se vuelve sombría: ¿cuántos informes más necesitamos ver antes de cambiar nuestra actitud?
Conclusión: hacia un futuro sostenible y seguro
Así que aquí estamos, parados en una encrucijada. Jorge Olcina y otros expertos claman por un cambio, y aún podemos abrir nuestros ojos y oídos. Tal vez mi fuerte de almohadas no era la respuesta, pero mi perro ciertamente sabía cómo desmantelar lo débil. A medida que avanzamos en urbanismo, planificación territorial y adaptación al cambio climático, la unión de conocimiento y propósito podría ser nuestro mejor aliado.
En lugar de seguir construyendo castillos en el aire—o, más figurativamente, edificios en zonas inundables—podríamos optar por una gestión integral que priorice la vida y la seguridad de nuestras comunidades. Mientras tanto, los que seguimos en esta travesía debemos recordar que el cambio no sucede por sí solo; somos nosotros, mediante nuestras acciones y decisiones, quienes lo hacemos posible.
Así que, ¿qué opinas? ¿Estamos a tiempo de aprender y rehacer nuestro camino antes de que las olas nos atrapen nuevamente? La respuesta puede que no sea sencilla, pero es en nuestras manos.