La política exterior de un país es un asunto de gran relevancia que afecta no solo a los altos mandatarios, sino a la ciudadanía en su conjunto. Por ello, hoy quiero hablar de un tema que apremia a muchos en España y que, sinceramente, parece sacado de una novela de intriga política: el estilo de gestión de José Manuel Albares en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde que asumió el cargo en julio de 2021, Albares ha puesto en marcha una política de control absoluto que, según muchas fuentes, se asienta en la desconfianza y el sectarismo. ¿Qué implica esta situación para la comunidad diplomática y la sociedad española?
Un ministro a la sombra de su propio poder
Albares ha llegado a la sede de Marqués de Salamanca y, como un general que se prepara para una batalla, ha declarado la guerra a las filtraciones y a transparencia supuesta. Su afirmación de que «mientras yo esté, se acabaron las filtraciones y las visitas de periodistas a despachos del ministerio» es bastante reveladora. Es como si, de repente, todos los funcionarios de Exteriores se hubieran convertido en personajes de una novela de espionaje. Pero, ¿realmente es posible llevar a cabo una política exterior efectiva con este enfoque de mano de hierro?
Recuerdo una vez, en una cena con amigos, cuando uno de ellos, un diplomático en activo, me contaba entre risas sobre las constantes restricciones que enfrentaban en su trabajo: «Si quieres hablar, mejor hazlo con el pajarito en el árbol del vecino, porque aquí, en el Ministerio, se paga caro el atreverse a opinar». Aquel comentario, aunque envuelto en humor, destilaba un profundo escepticismo sobre la transparencia y la apertura en un lugar que, por definición, debería ser el bastión de la diplomacia española.
Críticas de dentro hacia fuera
Las críticas hacia el control instaurado por Albares no han tardado en llegar. Alberto Virella, presidente de la Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE), ha alzado la voz contra lo que él considera un servicio deficitario a la sociedad española. Según él, el actual modus operandi provoca que los funcionarios se sientan presionados y temerosos de actuar. Esto no solo afecta a la moral de los trabajadores, sino que, en última instancia, podría comprometer la calidad del trabajo diplomático que se realiza. ¿Cómo rendir al máximo si tienes una espada de Damocles sobre tu cabeza?
Un diplomático que prefirió permanecer en el anonimato me contó: «Por primera vez en la historia, la política personal y las venganzas son el pan de cada día en este Ministerio». Esta afirmación no es un grito aislado; más bien, es un eco de inquietudes compartidas por muchos dentro del organismo, donde la línea entre lo profesional y lo personal se ha difuminado peligrosamente.
Carreras diplomáticas truncadas
¿Es el control absoluto la respuesta a una diplomacia eficaz? Albares parece creer que sí, pero las consecuencias son palpables. La carrera de Alberto Antón, embajador en Bruselas, es un claro ejemplo de ello. Después de dos años y medio en el cargo, Antón fue cesado poco después de quedarse dormido en una conferencia. Aunque se alegue que los relevos y nombramientos corresponden al Consejo de Ministros, la coincidencia de su despido con un momento tan embarazoso plantea preguntas sobre la venganza personal en un sistema que debería regirse por la meritocracia y la excelencia profesional.
En este contexto, la fidelidad política a la administración parece ser un factor determinante para avanzar en la carrera diplomática. ¡Vaya lección de ansiedad profesional que estamos recibiendo! La titularidad de un puesto de embajador, una vez un objetivo honorable, se ha convertido en una lotería donde el apoyo a las decisiones del partido en el poder es más importante que la experiencia.
Un ambiente tenso y temeroso
El ambiente de trabajo en el Ministerio se ha vuelto monocromático, donde una palabra de más o un gesto de disidencia pueden resultar en una llamada al despacho de Albares. Como se mencionó anteriormente, el antiguo embajador en misión especial para ciberseguridad, Nicolás Pascual de la Parte, fue desterrado por atreverse a afiliarse al Partido Popular en las elecciones europeas. Albares se despachó con una crítica feroz a su falta de lealtad, dejando claro que la política personal es más valorada que la neutralidad y el profesionalismo.
Un comentario informal en la cafetería de la sede del Ministerio resumió esta situación: «Aquí, lo único seguro es que si no estás del lado correcto, estás fuera». Pensemos por un momento: ¿puede un ambiente de miedo y desconfianza ser terreno fértil para tomar decisiones diplomáticas acertadas?
La preocupación de los expertos
La ADE ha expresado su inquietud en múltiples ocasiones sobre la falta de criterios claros en los nomamientos y la selección de diplomáticos, evidenciando un déficit en la estructura del proceso que regula la carrera diplomática. La carta que enviaron a Albares habla de la ansiedad que sienten muchos funcionarios frente a esa indefinición. La falta de criterios objetivos y la disparidad de tratamientos en la carrera de cada uno, han llevado a que se cuestionen el proceso y el marco normativo en el que está regulada la función pública.
Un exdiplomático que ahora trabaja en el sector privado me compartió su perspectiva: «Siento que hay un clima de ‘cada uno por su lado’, esto no es lo que debe ser la diplomacia». La desilusión y la frustración son contagiosas y, lamentablemente, se están convirtiendo en la norma en un espacio que debería ser sinónimo de cooperación y unión.
Alternativas a la falta de control
Tal vez, la verdadera pregunta aquí debería ser: ¿es posible que un enfoque más colaborativo y menos autoritario pueda beneficiar a la diplomacia española? La respuesta, en mi opinión, la encontramos en la experiencia de otros países que han aprendido que un diplomático que se siente valorado y escuchado es, en última instancia, más productivo.
Imaginemos un escenario en el que los funcionarios no solo puedan elevar informes sin temor a represalias, sino que sus opiniones sean valoradas y discutidas en la mesa de diplomáticos. Hay mucho que ganar si consideramos la diversidad de perspectivas y enfoques en un mundo tan complejo como el actual. De hecho, sería genial escuchar múltiples voces y enfoques diplomáticos en lugar de un coro monótono que resuena solo en la misma frecuencia.
La búsqueda de la ética en la diplomacia
La ética en la diplomacia también ha sido un tema candente en las discusiones actuales. La actitud de Albares ha sembrado la semilla de la desconfianza no solo en el Ministerio, sino en el panorama más amplio de la política española. El hecho de que se silencien opiniones y experiencias por el bien de un supuesto control está generando un caldo de cultivo para la corrupción y el abuso de poder. Como ciudadanos, ¿acaso esto no debería preocuparnos? La ética debe ser el pilar en el que se sostiene el orden internacional.
Los implicados se resisten a aceptar que la falta de transparencia y la represión en las discusiones diplomáticas puedan conducir a decisiones erróneas que, en última instancia, nos afectan a todos. Esta realidad es un llamado urgente a reflexionar sobre el papel que desempeña la comunicación abierta en la construcción de un futuro mejor, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Conclusiones: el camino a un cambio necesario
En conclusión, la gestión de José Manuel Albares en el Ministerio de Asuntos Exteriores nos demuestra que el control absoluto puede ser una espada de doble filo. Mientras que puede brindar una sensación de estabilidad, también puede asfixiar la creatividad y la capacidad de adaptación que son esenciales en el cambiante paisaje de la diplomacia global. Al final del día, ¿no se trata de encontrar un equilibrio que fomente la riqueza cultural y la diversidad de pensamiento en este mundo multifacético?
Quizá ahora es el tiempo de repensar el enfoque actual, de abrir un diálogo más honesto y menos temeroso. La diplomacia no debe ser un juego de poder, sino un arte que combine visión, empatía y colaboración. Después de todo, construir puentes siempre es mejor que erigir muros.
Así que, querido lector, la próxima vez que escuches sobre el Ministerio de Asuntos Exteriores, recuerda que detrás de esas decisiones y políticas hay personas con historias y vidas que merecen ser contadas. La diplomacia no se trata solo de relaciones internacionales, sino de construir un futuro en el que todos nos sintamos reflejados y representados.