Ya se escucha el rugido de la polémica: ¿es un tabú admitir que tienes un hijo favorito? La respuesta corta es, sí, absolutamente. La respuesta larga es un paseo por el universo emocional de la crianza, donde emociones, expectativas y la pura humanidad entran en juego. Según una encuesta reciente del sitio de datos públicos YouGov, solo un escaso 10% de los padres admiten tener un hijo predilecto. No obstante, un vistazo a la investigación sugiere que el favoritismo entre hermanos puede ser más común de lo que pensamos.

El gran dilema del favoritismo familiar

Recuerdo una conversación que tuve una vez con un amigo que es padre de tres. Él bromeaba sobre cómo su hija mayor era “su favorita” porque, cito textualmente, “me ayuda a encontrar cosas en la casa que he perdido, incluso si están en su propia habitación”. Al escuchar eso, pensé: “¿Es esto el inicio de una rebelión entre hermanos que se avecina?”, pero la realidad a menudo es más compleja de lo que nuestras conversaciones informales pueden sugerir.

Sara Tarrés, psicóloga y autora de «Mi hijo me cae mal», hace un apasionante análisis sobre este tema. Según ella, admitir que hay un niño predilecto choca con el ideal de la paternidad perfecta, esa imagen de equilibrio y amor incondicional que todos tratamos de proyectar. Pero, ¿es realmente posible amar a todos los hijos de la misma manera? Según investigaciones, parece que no.

La ciencia detrás de los hijos favoritos

Un informe de 2023 publicado en la revista Family Relations afirma que el 74% de las madres y 70% de los padres muestran algún tipo de favoritismo hacia uno de sus hijos. La directora de esta investigación es nada menos que una mezcla de psicología clínica y un poco de sentido común. ¿Quién no tiene preferidos, aunque sea de manera inconsciente?

A menudo, los padres se sienten más conectados con los hijos que tienen temperamentos más tranquilos o los que parecen más responsables y organizados. Recserudios sugieren que estas características pueden hacer que la crianza se sienta más gratificante, y, por tanto, los padres tienden a mostrar más afecto hacia ellos.

Pero, ¿qué les pasa a los otras criaturas consentidas? La culpa y el miedo a ser juzgados pueden crear un torbellino emocional que adicionalmente aumenta la presión sobre el niño “favorito” y el más “desaventajado”.

La montaña rusa del comportamiento infantil

La relación entre padres e hijos no es estática. Los hijos pueden cambiar sus comportamientos a lo largo del tiempo. ¿Alguna vez te has preguntado cómo un crío travieso se convierte en un adolescente responsable y bondadoso? O viceversa. La vida es una ruleta de temperamentos e identifica que muchas veces, la relación que los padres crean con cada hijo puede fluctuar. La psicóloga Raquel Huéscar señala que el favoritismo puede cambiar a medida que los hijos crecen y maduran.

Tomemos como ejemplo a dos hermanos. Imagina que Juan es un niño que siempre sigue las reglas, mientras que Pedro es un caos ambulante: siempre metido en problemas. En la infancia, podría ser tentador favorecer a Juan, el de «buen comportamiento». Sin embargo, durante la adolescencia, Pedro podría convertirse en ese joven increíblemente solidario que todos admiran, y Juan probablemente se convertirá en un adolescente enojado que no habla con sus padres. En este punto, los papás podrían encontrarse en medio de una montaña rusa emocional, tratando de equilibrar el amor que sienten por cada uno de sus hijos.

El impacto en el desarrollo emocional

El favoritismo puede tener repercusiones significativas en el desarrollo emocional de los niños. Según Tarrés, los niños son “extremadamente sensibles a los matices en la relación con sus progenitores”. Eso significa que pueden notar si se les trata de manera diferente, ya sea en los pequeños detalles como el tono de voz o el tiempo dedicado a cada uno. ¡Ojo! Hacer que un niño se sienta menospreciado puede dar lugar a una gran cantidad de problemas emocionales, desde baja autoestima hasta resentimiento hacia el hermano favorecido.

¿Acaso quieres que tus hijos crezcan como rivales eternos? No, claro que no. Pero en nuestra búsqueda de ser los padres perfectos, a menudo olvidamos que somos humanos. El amor no siempre es homogéneo, y eso es un concepto difícil de aceptar. ¿Quiénes somos nosotros, entonces, para pretender que siempre podemos equilibrar el amor de manera equitativa?

Estrategias para evitar el favoritismo

Tarrés y Huéscar coinciden en que reconocer la existencia del favoritismo es el primer paso para gestionarlo de manera adecuada. ¿Cómo se puede hacer? Aquí hay algunos consejos prácticos:

  1. Sé consciente: Tómate un tiempo para reflexionar sobre cómo interactúas con cada uno de tus hijos. Pregúntate: “¿Estoy dando más atención al comportamiento del niño A que al niño B?” La auto-reflexión es clave.

  2. Valora las individualidades: Cada hijo tiene su propio conjunto de habilidades, intereses y temperamentos. Intenta ser consciente de lo que cada uno necesita en términos de atención y apoyo.

  3. Esfuerza la equidad: No dejes que la lucha por tu atención genere un entorno competitivo. El respeto y el amor por igual entre los hermanos deben ser la norma.

  4. Habla sobre el favoritismo: Si crees que tus hijos son lo suficientemente grandes para entenderlo, abre un diálogo sobre cómo cada hijo puede percibir la relación y hablar sobre cualquier preocupación que surja.

Reflexionando sobre el amor incondicional

Finalmente, la pregunta está en el aire: ¿El amor de un padre es realmente incondicional? Las experiencias, contextos y las relaciones humanas son increíblemente complejas y, a menudo, inesperadas. Ninguno de nosotros entra en la paternidad con un manual de instrucciones.

Así que no se trata de elegir un hijo favorito. Se trata de reconocer nuestras limitaciones como padres y hacer lo mejor que podamos. ¿Hay algo de malo en encontrar más fácil conectar con ciertos hijos en momentos específicos? No siempre… pero es crucial gestionar cómo eso afecta a la dinámica familiar.

Quizás lo único que los padres puedan hacer es seguir intentándolo, intentando equilibrar esas emociones encontradas mientras navegan por el tumultuoso mar de la crianza. En última instancia, el amor natural hacia cada uno de nuestros hijos puede ser complicado, pero también es hermoso. Al final del día, la conexión personal que tenemos con cada uno de ellos es auténtica y valiosa, en todas sus imperfecciones.

Así que, como resumen final, reconoce que admitir tener un hijo favorito no significa querer menos a los otros. Es, sin duda, una parte intrínseca de la experiencia de ser humano. ¡Bienvenidos a la montaña rusa de la paternidad! ¿Listos para el próximo viaje?