Vivimos tiempos curiosos, y cuando digo «curiosos» me refiero a que nuestra realidad política parece más una serie de televisión de bajo presupuesto que a un gobierno democrático. El famoso Miguel Tellado, portavoz del PP y hombre fuerte de Alberto Núñez Feijóo, decidió que era un buen momento para sacar a la luz las nuevas revelaciones de un personaje digno de una novela de terror; y no, no me refiero a H.P. Lovecraft, sino a un tal Aldama, el corrupto confeso que ha encontrado su nueva vocación como fuente ornamental de desprestigio.
Lo que no puedo dejar de preguntarme es: ¿qué es lo que lleva a un partido político a abrazar con tanto fervor las insinuaciones de individuos cuyo bagaje es más que cuestionable? Hablo de personajes que están tan lejos de la objetividad como yo de ser un astronauta; o sea, muy lejos.
¿De qué estamos hablando?
Todo comenzó el miércoles, en un pasillo del Congreso de los Diputados donde Tellado, al estilo de un reportero de investigación, arremetía contra el gobierno por las nuevas revelaciones de Aldama, quien, por si no lo sabías, es conocido por su escaso y poco fiable historial y por haber echado fango sobre el gobierno en diversas ocasiones. La bomba que lanzó Tellado fue que varios miembros del gobierno, junto a las esposas de Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero, tienen cuentas en el extranjero que superan los seis millones de dólares. Interesante, ¿verdad?
Pero, espera un momento. ¿Acaso Tellado había olvidado que esta denuncia ya había sido archivada por la fiscalía Anticorrupción? Puede que se necesitaran más pruebas que un chisme de pasillo para sacudir la credibilidad de un gobierno. Aquí es donde empieza a ponerse interesante el asunto.
¿Quién es Aldama?
Si estás pensando que Aldama es el tipo que te vendió un coche usado y ahora está en la cárcel por fraude, estás a medio camino. Aldama no solo ha sido desterrado del mundo político por sus prácticas poco éticas, sino que también tiene un interés notable en ver caer al gobierno actual. Su objetivo: eliminar a Pedro Sánchez. Pero antes de seguir, hagamos una pequeña pausa. ¿No te parece un poco desesperado hacer un escándalo a partir de las palabras de alguien cuyo carácter es tan resbaladizo como el aceite?
La estrategia del PP parece estar basada en un principio simple: si no puedes ganar en las urnas, ¡intenta ganar por otros medios! Y aquí es donde los personajes de poca monta comienzan a flote.
Conexiones peligrosas
Aldama es solo la punta del iceberg. Un vistazo más cercano revela que su antiguo abogado, Eduardo Martín Duarte Rosa, es un defensor de la teoría de la conspiración que cree que el banquero Botín fue asesinado por un narcotraficante amante de Ana Patricia Botín. ¡En serio! Estaba seguro de que había oído teorías extrañas, pero esta lleva la delantera. Se siente como si estuviese viendo una maratón de películas de misterio de los años 80, pero en vez de resolver un crimen, solo escuchamos insultos y acusaciones.
Por si esto fuera poco, el histórico Santiago Royuela Samit, quien también ha sido vinculado a este circo, posee un historial criminal que incluye ser condenado por un atentado terrorista. Estos son los aliados del PP en su búsqueda de “verdades ocultas”. Sorprendente, ¿no?
Aquí hay una pregunta para ti: ¿realmente crees que una persona con tan dudosa reputación podría aportar algo útil a una discusión política? Es como pedirle consejos de dieta a alguien que vive de hamburguesas.
El fenómeno de la desinformación
La situación es aún más alarmante cuando consideras que estas «pruebas» han sido señaladas como un peligro para nuestra democracia. El CNI, en un informe sobre la desinformación, apuntó que el “Expediente Royuela”, baza de los aliados conspirativos del PP, es un claro ejemplo de los peligros del engaño. La malversación de la información comienza a provocar un desplome en la confianza pública. ¿No es irónico que aquellos que se quejan de la “falta de transparencia” sean precisamente quienes difunden la pseudo información?
La mezcla de conspiración, noticias falsas y desinformación crea un cóctel potencialmente explosivo. Como un mal trago de ron que te sienta tan mal que te hace cuestionar tus elecciones de vida. Un escándalo tras otro, y aquellos que se dicen a sí mismos “el partido que lucha contra la corrupción” están más cerca de convertirse en el objetivo principal de las burlas.
Un juego arriesgado
En el ámbito político, todo es un juego, pero este se está volviendo demasiado peligroso. La desesperación es palpable, y la búsqueda de titulares llamativos parece ser la única estrategia del PP. Una estrategia que sabe que puede deslizarse rápidamente hacia el fracaso total. Las comparaciones con el circo son inevitables, y no puedo evitar imaginar las acrobacias y payasos corriendo felices mientras Tellado lanza dardos envenenados al vacío.
Y, mientras tanto, los ciudadanos observamos perplejos. Es aquí donde se podría preguntar: ¿qué tan bajo están dispuestos a bajar los políticos en un intento desesperado de desviar la atención de lo que verdaderamente importa?
El panorama actual
Recientemente hemos visto un auge de la desinformación en todo el mundo. Desde fake news sobre elecciones en Estados Unidos hasta teóricos de la conspiración en Europa, la calidad de nuestro discurso público se está convirtiendo en un juego de palabras vacío. Mientras tanto, la política debería ser un espacio donde la cooperación y el diálogo sean la norma, no la lucha por quién lanza el meollo de la discusión más ridícula.
¿No te parece que hay algo profundamente perturbador en esto? La falta de un debate serio tiende a convertirnos en un espectáculo donde los chismes y las calumnias son más valorados que las ideas.
Reflexiones finales
En un entorno donde la desinformación se convierte en la norma, y los partidos políticos se apoyan en fuentes de referencia tan peculiares, es más importante que nunca que como ciudadanos mantengamos un pensamiento crítico. La política no debería ser un escenario donde quienes tienen las voces más estridentes son los que ganan, sino donde se valoran las verdades basadas en la evidencia.
Por último, te preguntaría: ¿qué tipo de país queremos construir? Si seguimos permitiendo que se difundan estas sandeces, corremos el riesgo de perder lo poco que queda de la credibilidad política. La esperanza no debería ser un lujo, debería ser la base de nuestro compromiso cívico.
En conclusión, entre la risible tendencia del PP de gravitar hacia los conspiradores y la presión por encontrar culpables en lugar de soluciones, el sistema democrático y sus instituciones se ven amenazados. La pregunta que queda es: ¿acaso seguiremos permitiendo este circo en nuestra narrativa política? La respuesta está en nuestras manos, como siempre.