En la historia de los robos, hay eventos que trascienden y se convierten en leyendas. Uno de ellos es, sin duda, el robo ocurrido en el Museo Nacional de Antropología en Ciudad de México a finales de 1985, que no solo sorprendió al país, sino que dejó una huella indeleble en la manera en que se protege el patrimonio cultural. El robo del siglo, como se le conoce, es una historia de ambición, astucia y de cómo dos estudiantes lograron evadir la seguridad de uno de los museos más importantes de México mientras un país entero disfrutaba de las festividades navideñas.

¿Qué llevó a estos jóvenes a crear un plan tan elaborado?

Antes de entrar en detalle sobre los asombrosos eventos que rodearon este robo, es importante considerar qué motiva a un ser humano a arriesgarlo todo. La fascinación por la arqueología y el arte prehispánico era el motor que movía a Carlos Perches y Ramón Sardina, dos estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sin antecedentes delictivos y con un interés genuino en la riqueza cultural de su país, decidieron dar un giro inesperado a su pasión. Pero, ¿cómo un interés tan noble puede transformarse en una aventura criminal?

Recuerdo una vez, cuando estaba en la universidad, me volqué tan obsesivamente en un proyecto de investigación que soñado con él incluso mientras dormía. La búsqueda del conocimiento puede ser tentadora y, a veces, puede llevarnos a tomar decisiones cuestionables. En el caso de Perches y Sardina, la línea entre la admiración y el delito se volvió difusa.

Preparativos y el contexto del robo

Un día cualquiera, justo después de que el Museo Nacional de Antropología abriera sus puertas, Carlos y Ramón iniciaron su rutina de visita regular. Pero no estaban allí para admirar las exhibiciones. No, esos estudiantes estaban trazando un plan. Durante seis meses, realizaron visitas diarias, absorbidos en el conocimiento no solo de las piezas expuestas, sino de las rutinas de los guardias de seguridad. La cita era siempre la misma, y tras cada visita, se sentían más seguros de que el día que escogieran para llevar a cabo su plan sería exitoso.

Finalmente, decidieron que el 25 de diciembre de 1985 era el día perfecto. Armados con suficiente información, esperaban que la vigilancia estuviese relajada, dado que muchos de los trabajadores estarían celebrando con sus familias. Aquí es donde entra en juego una pregunta retórica: ¿quién podría imaginar que un día destinado a la celebración se convertiría en uno de los más oscuros para la cultura mexicana?

La noche del robo: una ejecución sin precedentes

Hoy en día, es casi difícil de creer que el plan funcionara tan bien. En medio de una celebración navideña, Carlos y Ramón entraron al museo, eludiendo las cámaras de seguridad al infiltrarse a través de los ductos de aire acondicionado. Esa noche, las emociones estaban a flor de piel, y el riesgo era como una trepidante montaña rusa. Uno puede imaginarse a los jóvenes con el corazón palpitante y la adrenalina a mil por hora mientras se movían entre tesoros nacionales.

Durante más de tres horas, lograron lo que muchos considerarían como lo más impensable. Saquearon 124 piezas arqueológicas, que incluyeron joyas de oro, así como objetos invaluables como la máscara zapoteca del Dios Murciélago y una vasija de obsidiana en forma de mono. En total, se calculó que el valor de estos objetos podría alcanzar los 20 millones de dólares en el mercado negro.

La huida: como en una película

Después de llevar su botín a la casa de los padres de Perches en Ciudad Satélite, los jóvenes se sintieron seguros, casi invulnerables. Uno podría preguntarse, ¿por qué no intentaron vender las piezas de inmediato? Tal vez existiera una voz interior que les susurraba que el eco del delito era aún más alto y que el mundo estaba atento a ellos. Quizás el temor a ser atrapados por las autoridades superó cualquier deseo de riqueza rápida.

Los agentes del orden también estaban al tanto del robo. Se inició una investigación nacional e internacional que envolvió al gobierno mexicano en una gran controversia y exigió respuestas ante un escándalo de tal magnitud. Con la presión en aumento, los responsables del museo se vieron obligados a mejorar significativamente su seguridad, invirtiendo en sistemas de alarmas avanzados y aumentando el número de guardias.

Desenlace inesperado e impactante

A mediados de 1989, casi cuatro años después del robo, las piezas comenzaron a aparecer nuevamente gracias a un giro inesperado en la trama. El narcotraficante Salvador Gutiérrez, apodado «El Cabo», fue arrestado en Guadalajara. Para reducir su condena, ofreció información sobre el paradero de Carlos Perches. Es entonces cuando uno no puede evitar pensar que la vida a veces tiene un sentido del humor retorcido; las piezas robadas terminaron uniendo a criminales de diferentes ámbitos.

La narcomafia se convirtió en un puente que llevó a Perches de un mundo de robos a otro de narcotráfico, y durante este viaje fatídico se generaron conexiones que lo llevarían nuevamente tras las rejas. Cuanto más se profundiza en la vida de estos personajes, más evidente se hace que su historia se siente como un guion de película.

El 10 de junio de 1989, las autoridades llevaron a cabo una operación para recuperar las piezas robadas en Ciudad Satélite. Y adivina qué: encontraron 111 de las 124 piezas. Sin embargo, algunas piezas siguen aún desaparecidas, posiblemente escondidas en otros mundos criminales.

¿Qué legó este robo al mundo del patrimonio cultural?

El apodo de este robo debería hacernos reflexionar: «El robo del siglo» no solo es una referencia a la magnitud del hurto, sino que también subraya cómo la vulnerabilidad de nuestro patrimonio cultural. En los años posteriores, México se comprometió a implementar cambios sustanciales en las políticas de seguridad en los museos. Los nuevos protocolos incluyeron sistemas de monitoreo y mejores prácticas de seguridad que ayudan a proteger el rico legado cultural del país.

Muchas veces, las experiencias más impactantes son las que obligan a realizar cambios. Este robo dejó al descubierto agujeros en la seguridad de los museos y motivó a las instituciones culturales a replantear lo que podrían hacer para proteger su invaluable patrimonio.

Reflexiones finales: más que un simple robo

Pensémoslo así: la historia de Carlos y Ramón no es solo una crónica del delito, sino un relato que pone de relieve la ambigüedad de la curiosidad humana y el deseo de poseer lo que se considera “sagrado”. ¿Cuántas veces nuestras pasiones nos han empujado a hacer lo impensado? Este robo, innegablemente oscuro, es un recordatorio de que el conocimiento, si mal aplicado, puede llevarnos por caminos peligrosos.

No obstante, este caso también nos da una lección sobre la importancia de proteger nuestra herencia cultural. La historia en sí misma ha sido un viaje educativo que obliga a repensar la relación entre el arte, la cultura y la seguridad. Así que, al final del día, el robo del siglo se convierte en un objeto de estudio que continúa enseñándonos sobre las fallas y fortalezas de nuestras instituciones culturales.

Finalmente, la pregunta que queda es: ¿hasta qué punto deberíamos estar dispuestos a ir por la pasión que nos mueve? Porque en el caso de estos dos jóvenes, el camino desastroso que eligieron les llevó a convertirse en leyendas del crimen, pero también trajo consigo una mejora en la seguridad de nuestro patrimonio. ¡Así es la vida! A veces, los mejores aprendizajes surgen de las situaciones más inesperadas.