La pandemia mundial de COVID-19 fue una epifanía desafortunada sobre las vulnerabilidades de nuestras sociedades. En particular, el destino de quienes residían en centros de mayores en la Comunidad de Madrid se convirtió en un tema candente que dejó profundas cicatrices. Más que números, eran vidas, momentos y recuerdos los que quedaron en el camino. En este artículo, no solo queremos recordar la dolorosa historia de aquellos que sufrieron, sino también reflexionar sobre lo que esa experiencia nos dice sobre nuestra humanidad y el deber de cuidar a nuestros mayores.
Un confinamiento inesperado: el inicio de la pesadilla
Era el 8 de marzo de 2020, un día que debería haberse celebrado con flores y alegría, pero en su lugar se convirtió en el inicio de una tragedia. La Comunidad de Madrid tomó la decisión de confinar a 44.000 mayores en residencias de ancianos, bajo la promesa de que se les brindaría atención médica adecuada. ¿La realidad? Una serie de protocolos, conocidos como los “protocolos de la vergüenza”, que priorizaban criterios discriminatorios.
Recuerdo aquel tiempo, como si fuera ayer. La incertidumbre y el miedo eran palpables. Todos teníamos amigos o familiares en residencias, pero no imaginábamos cuán graves serían las decisiones que se estaban tomando. ¿Acaso se pensó en la salud de nuestros mayores o simplemente en la logística? Más que un dilema, aquello fue una auténtica tragedia humana que aún se siente en nuestros corazones.
La dura realidad de los ancianos en residencias
En la práctica, el confinamiento fue un encierro sin protección adecuada. Las residencias no contaban con el personal suficiente, las mascarillas brillaban por su ausencia, y las familias se vieron separadas de sus seres queridos sin poder hacer nada. Los testimonios son desgarradores. Uno entre tantos, el de Yedra, quien perdió a su tía, describe cómo a pesar de sus 90 años, estaba completamente saludable. ¿Qué clase de sistema permite que personas como su tía mueran en soledad, sin atención médica, por un documento que lo “justificaba”?
El número de fallecidos en esos primeros dos meses fue escalofriante: 9.469 residentes fallecieron en condiciones desesperadas, la mayoría de ellos, 7.291, sin haber sido llevados a un hospital, simplemente porque no cumplían con los requisitos que marcaba el Gobierno de Ayuso. La palabra «excusas» adquiere aquí una resonancia terrible, ¿verdad?
La lucha por la justicia
Ahora, múltiples familias han emprendido una cruzada para buscar justicia. Querellas por homicidio imprudente, prevaricación y negación del deber de socorro han sido presentadas, aunque la mayoría de estos casos han sido archivados. La causalidad parece ser el mantra que ha salvado a la administración de toda responsabilidad. ¿Acaso el hecho de no poder probar que una acción específica causó un fallecimiento embriaga de inmunidad a quienes debieron cuidar de los más vulnerables?
El escenario es desolador. A pesar de que un grupo de ciudadanos, como Carmen López y su plataforma Marea de Residencias, encontró un tipo penal que podría encajar en el caso, la pelea sigue siendo una batalla titánica. La denuncia colectiva que compilan, con 115 ancianos implicados, borda la historia de abandono y desamparo.
A menudo me pregunto: ¿Dónde está la humanidad en todo esto? ¿Acaso hemos perdido la capacidad de reconocer el valor de la vida en su forma más frágil?
Testimonios de un duelo profundo
Las declaraciones por parte de familiares han comenzado a llegar a la Fiscalía de Madrid. Una de las participantes, Isabel, relata cómo su madre, diagnosticada con alzhéimer, fue condenada a morir incómodamente alejada de su familia. Al menos, su hija, que consiguió empleo en la residencia, pudo estar con ella en sus últimos momentos. Pero, ¿no debería ser esto la norma y no una excepción?
Hay que recordar que el 29 de marzo de 2020, miembros de la UME comenzaron a desinfectar las calles y hospitales, pero las residencias seguían siendo un punto ciego para la administración. La atención sanitaria no solo debía ser una promesa en tiempos de crisis, sino una obligación.
Memorias y reflexiones: honrando a los que ya no están
A medida que las historias se multiplican, la necesidad de rendir homenaje a quienes perdimos se vuelve urgente. Cada número en las estadísticas representa una vida, un ser querido, una historia que fue truncada. Las residencias han sido abrumadas por la tragedia, y la falta de gestión adecuada es un reflejo del desprecio por nuestra población más vulnerable.
Tuve un amigo cercano que vivía en una residencia, siempre me decía que sentía una conexión especial con sus compañeros. «Son como una familia que no elegí, pero que necesito», solía repetir. ¿Cuántas familias fueron desgarradas en este proceso? Es cierto que el sistema necesita mejorar, que la responsabilidad debe ser compartida. Pero, sin duda, la primera acción de quienes deberían proteger a estos ancianos debió ser salvar vidas, no contarlas.
El camino hacia la verdad y la justicia
A medida que la Fiscalía de Madrid investiga lo ocurrido, el tiempo corre y los delitos comienzan a prescribir. La pregunta sigue flotando en el aire: ¿se realizará algún tipo de justicia? Con el tiempo, hemos aprendido que las instituciones pueden proteger a quienes cumplen con su deber, pero también pueden fallar en las necesidades de los más vulnerables. La cultura de la impunidad avanza rápidamente entre los ámbitos del poder, y nos toca a nosotros, los ciudadanos, luchar para que esto no se convierta en la norma.
Mientras tanto, las familias continúan su búsqueda incansable de respuestas. Nunca se olvidarán de aquellos seres queridos a quienes se les negó el derecho a morir con dignidad. Honestamente, preguntándome, ¿a dónde vamos desde aquí? Por cada voz que se alza, hay miles que anhelan justicia. La comunidad debe permanecer unida.
Conclusiones: un llamado a la empatía
El capítulo que hemos revisado revela la importancia de la empatía en tiempos de crisis. Las decisiones que se toman deben considerarse no solo desde un punto de vista logístico y político, sino desde la humanidad que representan. Al final, todos seremos ancianos en algún momento, o tal vez ya lo somos en el corazón.
La pregunta es, ¿estamos realmente dispuestos a cuidar unos de otros? ¿O seguiremos mirando hacia otro lado mientras nuestras estructuras socavan la dignidad de nuestros mayores? Como sociedad, se nos presenta un reto. Ya no se trata solo de recuperar lo perdido, sino de construir un futuro donde la compasión y el respeto sean los pilares de nuestra existencia.
Si algo nos ha dejado esta experiencia, es que la voz de cada familia, de cada testimonio, es fundamental para que la sociedad no olvide. Cada historia que se cuenta puede ser incienso sobre las heridas de aquellos que ya no están. En esta búsqueda de justicia, recordamos que, incluso en nuestros momentos más oscuros, podemos unirnos, podemos luchar, y podemos exigir una sociedad donde nuestros mayores, al fin, reciban el respeto y la dignidad que merecen.