La mañana del 24 de octubre de 2023 marcó una fecha que resonará en la memoria colectiva de todos los amantes del flamenco. Con la muerte de El Güito, se cierra un capítulo glorioso de un arte que hizo vibrar corazones y que, gracias a su dedicación y talento, evolucionó a niveles insospechados. Hablar de El Güito no es solo hablar de un bailaor; es adentrarse en la historia viva de un fenómeno cultural que trascendió fronteras y que sigue tocando el alma de generaciones enteras.

Un comienzo humilde, pero brillante

Nacido en el barrio madrileño de El Rastro en 1942, El Güito mostró desde pequeño una conexión inquebrantable con el flamenco. ¿Se imaginan una escena? Un niño de apenas cuatro años, con un fervor que desbordaba, moviéndose al son de los pasos que resonaban en las corralas del centro. Cuando pienso en esto, me viene a la mente una anécdota personal: una vez vi a mi sobrino de cinco años imitar a un bailaor, moviendo los brazos y las piernas como si de un espectáculo se tratara. Verlo era tan emocionante que no podía dejar de preguntarme: ¿estaremos ante el próximo gran talento del flamenco? Pero volvamos a nuestro protagonista. Aunque comenzó su camino en las fiestas de Lavapiés, fue en el Palace Theater de Londres donde hizo su debut profesional a la tierna edad de 14 años, junto a leyendas como Antonio Gades y Mario Maya.

La enseñanza y la pasión por el flamenco

La madre de El Güito, Luisa, decidió impulsar su talento en las tabernas locales donde comenzó a realizar sus primeras actuaciones. Es un modus operandi que muchos de nosotros conocemos: el apoyo incondicional de la familia, que siempre cree en nosotros, incluso cuando nosotros mismos tenemos dudas. Hasta ahora, me resulta asombroso cómo esas primeras experiencias pueden ser el combustible que enciende el fuego de la pasión en un artista. En palabras de El Güito, “cuando tienes la música y el flamenco en la sangre, no hay más remedio que entregarse”.

Los inicios no fueron fáciles. Con tan solo 12 años, El Güito trabajaba como asistente en las clases de Antonio Marín, una de las escuelas más relevantes de la época, donde se cruzó con grandes nombres del arte flamenco. Por sorprendente que parezca, fue en esas aulas donde adquirió lo fundamental: el respeto por el arte, la disciplina en los ensayos, la importancia de la vestimenta y, sobre todo, el amor por el escenario. Quién diría que esas lecciones se convertirían en el pilar de su éxito.

El Güito y su relación con Pilar López

La vida de El Güito dio un giro decisivo cuando Pilar López, una de las figuras más destacadas del flamenco, confió en su talento e hizo que se uniera a su compañía. Esta fue la puerta a un mundo de posibilidades donde pudo no solo desarrollar su arte, sino también incorporar repertorios clásicos. En ese período de aprendizaje, El Güito entendió que ser un bailaor significaba mucho más que ejecutar pasos con gracia; se trataba de expresar emociones, contar historias y dejar una marca indeleble.

Personalmente, me hace reflexionar sobre cómo a veces una sola persona puede cambiar el rumbo de nuestra vida. Recuerdo cómo un mentor en la universidad me empujó a ir más allá de lo que creía posible, y puedo decir sin duda: ¡qué suerte la mía! Del mismo modo, Pilar López dejó una huella indeleble en El Güito, quien a su vez se convertiría en un referente para muchos otros.

Premios y reconocimientos

La carrera de El Güito despegó de manera impresionante. Con tan solo 17 años, comenzó a recibir premios no sólo en España, sino también en el extranjero, en festivales y competiciones que reconocían su destreza y compromiso con el arte. ¿No es precioso cuando el esfuerzo y la dedicación se ven recompensados? En 1959, recibió el diploma de Le Circle International de la Jeune Critique al mejor bailarín de la temporada en el Théatre des Nations de Moscú. Y como si esto fuera poco, en 1961, Jean Cocteau, el célebre artista, se enamoró de su baile y lo retrató en una de sus obras.

¡Es como un cuento de hadas hecho realidad! Quienes como yo han luchado por alcanzar sus metas alguna vez, saben que esos momentos de reconocimiento son el oxígeno que necesitamos para seguir adelante. Vale la pena mencionar que su personalidad carismática y su indiscutible talento le aseguraron un lugar en la historia del flamenco.

El Trío Madrid: una unión artística inolvidable

No todos los días se tiene la oportunidad de formar parte de un grupo tan emblemático como El Trío Madrid, que El Güito formó junto a Carmen Mora y Mario Maya en 1971. Con la voz de un joven prodigio como José Mercé, esta unión fue un verdadero festín artístico, que mantuvo a la crítica y al público aclamándolos, uniendo sus talentos en una sinfonía de ritmo y pasión. A menudo he pensado en lo afortunado que debe ser un artista al formar parte de algo tan grande y significativo.

Sin embargo, La vida tiene sus ciclos y tras cuatro años de magia juntos, cada uno tomó diferentes caminos. Pero como dice el dicho, “Las mejores cosas de la vida son efímeras”, y cosechar el reconocimiento a través del trabajo en equipo muchas veces es más gratificante que el éxito individual.

Distribuyendo su legado tras el telón

El Güito continuó su carrera en ascenso, pero su legado no solo se quedó en las actuaciones a nivel internacional. Su pasión también se transformó en docencia en la Academia de Baile Amor de Dios, donde compartió su conocimiento y sabiduría con nuevas generaciones. Quién mejor que un maestro que ha vivido en primera persona el esplendor y las dificultades del camino para guiar a quienes aspiran a seguir sus pasos.

Recuerdo una ocasión en la que asistí a una clase de danza en mi ciudad. Todos estábamos nerviosos, emocionados, pero también temerosos del juicio del profe. Y allí estaba él, ¡un maestro que desprendía tanta energía que cada movimiento parecía contar su historia! Se convirtió en un ejemplo viviente de humildad y dedicación, mostrando que el arte no solo se trata de ser reconocido, sino de tocar el corazón de los demás.

La esencia del flamenco: más allá de lo físico

El Güito dejó claro que su estilo no se limitaba a una técnica espectacular, sino que era también la «quintaesencia de la danza apolínea». José Luis Navarro García enfatizó que cada movimiento de El Güito era una actitud escultórica, creando una conexión emotiva con su audiencia. A menudo me pregunto cómo se siente ser capaz de hacer que las emociones fluyan a través del arte, y a través de su baile, él logró establecer esa conexión.

Es cierto que el flamenco es uno de esos géneros que, al necesitar de una conexión profunda, nos hace sentir vivos. Ya sea con un zapateado enérgico o con un suave giro de cadera, cada gesto es una declaración de intenciones. El Güito lo entendía y lo practicaba a la perfección.

La última ovación

A pesar de su retiro, El Güito nunca dejó el flamenco a un lado. La esencia de su arte vivió en él hasta el final. Recuerdo que tras la noticia de su fallecimiento, un amigo me dijo: “Es como si el flamenco hubiese perdido una estrella en el firmamento». Y así fue. Una estrella madura y llena de luz que iluminó el camino de muchos. La conexión entre el hombre, el arte y la comunidad que adora el flamenco es algo que persiste, más allá de cualquier ausencia física.

Reflexión final: el flamenco como legado vivo

El legado de El Güito no termina aquí. Su influencia seguirá resonando a través de aquellos que aprendieron de él, de aquellos que sintieron su arte y de quienes, como yo, continúan admirando el flamenco en todas sus expresiones. Este magnífico arte es un legado vivo, que todos compartimos, ya sea en una fiesta familiar en España, en una reunión de amigos o en un teatro de Londres.

La vida de El Güito es un recordatorio de que los sueños pueden hacerse realidad con esfuerzo, pasión y un poco de suerte. Recuerdo que un día decidí seguir uno de mis pequeños sueños y me embarqué en la aventura de escribir un blog. Y si algo he aprendido es que cada paso cuenta, así como cada zapateado en el flamenco. Así que, si hay algo que podemos celebrar hoy, es que su legado sigue vivo: en cada paso de baile, en cada nota de guitarra y en cada corazón que late al ritmo de su memoria.

En un mundo cada vez más rápido, donde todo parece diluirse en el bullicio del día a día, recordar la importancia del arte, el baile y la música que nos unen puede ser un bálsamo para el alma. Y aunque El Güito ya no esté físicamente entre nosotros, su espíritu perdurará, como las notas de una guitarra que se resisten a morir.

¿Cuántos más, queriendo ser como El Güito, están ahora soñando con hacer danzar el mundo con su propio ritmo? ¡Viva el flamenco!