La tarde del 28 de septiembre de 2024 fue, sin duda, un día que quedó grabado en la memoria de muchos aficionados al toreo y, por supuesto, en la del propio Enrique Ponce. Después de 36 años de historia, el maestro valenciano se despidió de la Plaza de Las Ventas en Madrid, un emocionante escenario que ha sido testigo de sus más grandes triunfos y también de algunos tropiezos (¿quién no ha tenido uno?).
Un ritual que trasciende épocas
Recuerdo la primera vez que fui a una corrida de toros. Era un chico lleno de curiosidad y un poco de miedo, la verdad. La atmósfera estaba cargada de tensión y emoción, como si el aire estuviera ansioso por ver la danza entre el torero y el toro. Pero lo que más me impactó fue la conexión férrea entre el público y el torero, un lazo que se forma en esos momentos de arte y riesgo.
Enrique Ponce es sinónimo de todo esto y más. Desde su primer debut en 1988 hasta su despedida en 2024, ha recorrido un camino lleno de leyendas. En total, trece mil ciento cuarenta y cinco días separan esos momentos, una cifra que nos deja claro que el tiempo vuela, pero el arte perdura. ¿Quién puede olvidar la elegancia de Ponce, su estilo único y el carisma que lo ha mantenido en el corazón de tantos?
Un adiós que no será olvidado
La corrida de ese día comenzó con un ambiente algo frío, quizás el eco de la nostalgia que inundaba el lugar. La presentación de Ponce fue la estrella del evento, una especie de celebración reverente donde los aplausos y pañuelos volaron en una mezcla de melancolía y admiración. El torero, ataviado en su tradicional chanel y oro, recibió al toro con la maestría que solo él puede exhibir, manejando el capote con gracia.
¿Sabías que Ponce es conocido por ser un maestro en torear a puerta cerrada? Él brindó su última obra a una afición sedienta de elegancia. El toro, un hermoso espécimen llamado Requiebro, pasó a convertirse en el símbolo de su despedida, un personaje más en la historia de este torero. Mientras toreamos con recuerdos, no puedo evitar pensar en los momentos en que un buen amigo me recomendó ver una corrida de toros. Si bien no estaba seguro, al final resultó ser una experiencia inolvidable.
La fusión entre el arte y la emoción
La primera faena de Ponce generó un susurro entre los asistentes. La combinación de pinceladas de naturalidad y técnica pura se podía apreciar en cada pase. Su segunda actuación fue coronada con una gran estocada que le valió dos orejas, no solo como trofeo, sino como símbolo del respeto hacia su carrera y su arte.
En un momento, mientras disfrutaba el espectáculo, me pregunté: ¿qué se siente al saber que todos esos años de dedicación y sacrificio culminan en un solo instante? No siempre tenemos la oportunidad de reflexionar sobre nuestras decisiones de vida. Enrique Ponce tuvo la fortuna y, me atrevería a decir, el talento suficiente para lograrlo.
Una noche de despedidas
El público responsivo no escatimó en aplausos ni en vítores, exhibiendo lo que probablemente sentían en sus corazones. Llevar a hombros a un torero es un honor que se merece solo el que ha entregado su vida al arte de torear. Enrique Ponce no solo paseó la plaza con estilo, sino que también se despidió de un público que lo aclamó por su legado, uno que seguirá vivo mientras haya pasión por este arte.
Los banderilleros y otros miembros de su cuadrilla no podían esconder la emoción. Fue un momento que resonó en todos, como si la plaza misma estuviera llorando la despedida de un viejo amigo. ¿No es curioso cómo las despedidas pueden ser tan tristes y a la vez llenas de gratitud?
Reflexionando sobre el legado de enrique ponce
Ponce no solo dejó su huella en Las Ventas, sino que también tuvo un impacto profundo en el entendimiento del toreo como arte. La audacia de sus actuaciones, combinada con su delicadeza y respeto hacia los toros, elevó el toreo a un nivel que muchos consideran una expresión de arte, no solo entretenimiento.
A lo largo de estos años, muchos toreros han venido y se han ido, pero pocos han logrado mantenerse en la cima de la jerarquía del toreo durante tanto tiempo. Esto genera preguntas sobre la longevidad en el deporte. ¿Qué es lo que hace que un torero perdure en la memoria colectiva? Tal vez sea un misticismo particular, un carisma que atrae a la gente más allá del arte mismo.
Nuevos comienzos y ciclos que se cierran
Como se menciona en la crónica, «se cierra un ciclo, se abren otros», y esta frase resonó en mí mientras observaba el recorrido de Enrique Ponce por la plaza. Es una reflexión poderosa. En nuestra propia vida, a menudo cerramos ciclos, ¿no es cierto? Recuerdo haber cambiado de trabajo varias veces, cada uno un ciclo que se cerró, en ocasiones dolorosamente, pero que también me llevó a nuevas oportunidades.
El torero Samuel Navalón, quien tuvo su propia oportunidad de brillar en la misma corrida, parece ser uno de esos nuevos ciclos. Su actuación ese día fue impresionante y, sin duda, su nombre se recordará en la historia del toreo. Esto nos recuerda que el arte, al igual que la vida misma, siempre encuentra la manera de renovarse.
Conclusión: ¿Qué nos lleva a amar el toreo?
La despedida de Enrique Ponce marcó el final de una era, pero también nos deja pensando en por qué hay tanta devoción alrededor del toreo. Tal vez es la mezcla de emociones que todos sentimos; la belleza de un pase fluido, la adrenalina de un toro en la arena, y el respeto hacia estos animales que, al final del día, son protagonistas en este drama que es la vida.
Así que, mientras Ponce cierra un capítulo en su vida, los aficionados y los nuevos toreros siguen soñando en la Plaza de Las Ventas. Quizá la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué legado dejaremos nosotros en nuestros propios caminos?
La vida, como el toreo, es un espectáculo, y cada uno de nosotros tiene la oportunidad de ser protagonista. Así que, ¿qué tal si nos atrevemos a ser audaces?